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Las tumbas con una equis roja en el Cementerio General: qué significa y por qué aparecen
El olvido también habita en los cementerios. Hay un procedimiento cuándo un difunto es retirado de su tumba en el Cementerio General.
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Dionicio Zidane Carreto Rustrián murió siendo un pequeño de 2 años y 5 meses, y en su nicho, situado en la galería infantil del Cementerio General de la zona 3 capitalina, hay una lápida de mármol blanco y en el epitafio detalla que falleció el 14 de octubre del 2008. Han pasado 17 años desde su sepultura, y nadie de su familia volvió a llegar para adornar su tumba y alargar su descanso en ese lugar. En la actualidad, los albañiles de la administración del camposanto, con pintura roja, han marcado una equis y es la señal del abandono; próximamente será exhumado.
El destino de Dionicio no es único. Es el de muchos difuntos en los cementerios de Guatemala que, tras el entierro, pasan al olvido. Todo lo que hicieron en vida queda guardado. Durante una inhumación, los familiares enfrentan el dolor de la pérdida y comienza el luto. Sin embargo, llega el día en que nadie recuerda a quien fue despedido en la tumba.Este fin de semana, en el Cementerio General, miles de personas acuden a honrar a sus muertos. Pero hay 10 difuntos que nadie visita; no reciben serenata, ni fiambre, ni un ayote cocido. Tampoco hay ofrendas florales en su memoria. Para las autoridades, eso significa que nadie los recuerda y ha llegado el momento de exhumarlos.
La administración del camposanto lleva un registro de los servicios de estadía en nichos u osarios. Cuando se determina que la familia del difunto no ha renovado la permanencia, se procede a la exhumación. El proceso no es inmediato. Las autoridades otorgan un período prudencial de espera, por si alguien se interesa en el caso. Litzy Fuentes, de la administración del Cementerio General, explica: “El primer servicio que brinda el cementerio es de seis años de permanencia en un nicho o en los mausoleos. La familia, al momento de apartar un espacio, paga esos años. Ese es el período básico, el primero que se otorga. Luego de los seis años, viene la renovación, y ese segundo período se da por cuatro años. Lo que observamos, según nuestros registros, es que las familias pagan esa segunda permanencia en el cementerio”.
Hay una segunda renovación para que los difuntos permanezcan en el nicho otros cuatro años. Según las autoridades del camposanto, hasta allí suele llegar el interés de los familiares o amigos. “Es cuando la persona ha cumplido 14 años de haber muerto que empezamos a notar que las familias o amigos ya no vienen a renovar. A veces, la razón puede ser económica, ignoran el trámite o simplemente olvidan a su ser querido. Esas son algunas causas”, detalla Fuentes.
Las autoridades del Cementerio General, al igual que en otros camposantos administrados por el Ministerio de Salud, otorgan un plazo de aproximadamente ocho meses después del segundo período de renovación, para que los familiares manifiesten interés en prolongar la estadía del ser querido. De no ocurrir así, se da la orden a los albañiles para marcar una equis con pintura roja en el nicho. Esa es la señal de que las osamentas deben ser retiradas. Sin embargo, la presencia de la equis roja no significa que la exhumación será inmediata. El área de albañilería debe organizar el procedimiento y preparar la fosa común donde serán reubicadas las osamentas. Además, se toman medidas sanitarias estrictas al desocupar el nicho. La manipulación de huesos se realiza con cuidado, por razones de bioseguridad y para evitar que los trabajadores se expongan a bacterias durante la exhumación.
“El retiro de las osamentas se realiza por medio del proceso de exhumación y es algo ordenado. Cuando se retiran los huesos, se depositan en bolsas resistentes e identificadas. El plástico lleva anotados los datos del difunto: nombre completo, fecha de nacimiento, fecha de muerte, número de nicho y su código único de identificación (CUI). Con esos datos y un nuevo registro, los restos son trasladados a la fosa común”, explica Fuentes.
El olvido
Actualmente, al norte del cementerio, funciona la fosa común. Para llegar hasta allí se caminan unos 500 metros por un sendero de terracería, rodeado de mausoleos. Antes de alcanzar el osario común habilitado, se encuentra otro que fue clausurado hace dos décadas. Es circular y tiene una portezuela metálica asegurada con candado, que impide el ingreso. La lámina de la puerta está algo doblada, y los sepultureros han visto serpientes colarse por las aberturas.
Unos 50 metros más abajo se ubican otras tres fosas comunes, dos clausuradas y una habilitada. Son similares entre sí: tienen forma circular y una profundidad de 30 metros. Lo que las distingue es que las cavidades inhabilitadas están rodeadas de lápidas, lo cual indica que no todos olvidan a sus difuntos. Algunas familias, luego de años de ausencia, se acercan a la administración del cementerio para consultar por un pariente. Entonces constatan que fue exhumado y reubicado en la fosa común. El impago de los Q180 correspondientes a la renovación es la causa del traslado hacia ese sector. Prácticamente, se trata de la última morada, cuando ya nadie los recuerda.
Alrededor de una de las fosas selladas del Cementerio General hay cuatro lápidas incrustadas junto a las portezuelas metálicas que impiden el acceso a los restos apilados. Algún integrante de la familia Palacios Luna logró averiguar en qué fosa común estaban sus parientes, y recientemente honró su memoria. Colocó sus nombres en estelas mortuorias de piedra blanca, donde se lee: “Joaquina Luna de Palacios falleció en 1975, José Eduardo Palacios Luna murió en 1993, Justo Ricardo Castellanos falleció en 1994, Carlos Reyes Pacheco murió en el 2005”.

El olvido no afecta solo a adultos. En la galería infantil abundan los nichos marcados con la equis roja, y otros se observan abandonados. Según la administración del camposanto, hay 10 espacios mortuorios desatendidos. Solo este año han sido exhumadas 10 osamentas de niños. Estos pequeños también son trasladados a las fosas comunes. El abandono de un difunto en el cementerio no equivale al olvido, según el psicólogo clínico y logoterapeuta Aníbal Acajabón. A su criterio, no hay olvido si existen recuerdos, y estos provienen de la convivencia y el vínculo cercano con la persona fallecida. En ese sentido, la memoria es determinante.
“He visto casos de pacientes en los que el vínculo no se dio, y eso no es sano. A veces ocurre porque esas figuras primarias —padres, abuelos o hermanos— violentaron la integridad de esa persona. Entonces, en lugar de generarse un buen recuerdo o un vínculo afectivo, lo que surge es resentimiento, odio, rechazo. Eso marca la diferencia entre tener un lazo significativo o no con quien ha muerto. Y es lo que determina si se le extraña con frecuencia o si ese sentimiento queda reprimido”, explica Acajabón.
Un estudio elaborado en el 2022 por el Instituto Australiano de Estudios de la Familia señala que el desapego y el olvido de una persona fallecida están influenciados por la “proximidad generacional, la memoria histórica y el rol de apoyo y disfrute”. La investigación determinó que “los nietos tienen un mejor vínculo con la abuela materna, y hay poca proximidad con los bisabuelos, porque no hubo muchas experiencias de apego fortalecido”.
El documento analiza cómo la memoria histórica está estrechamente ligada al rol de los abuelos en la familia. En muchos casos, son quienes conservan las tradiciones, celebraciones, recetas o lugares de visita frecuente. En cuanto al apoyo, también desempeñan un papel importante en la crianza de algunos nietos, lo que fortalece la relación y el recuerdo.
Otro factor clave que incide en el vínculo afectivo, según el estudio, es la diferencia de edad. “Si la distancia generacional entre el difunto y sus familiares es amplia, es probable que los más jóvenes no hayan convivido con él por mucho tiempo, y no cuenten con una memoria histórica para recordarlo”, asegura el análisis. Un refrán dice: “No se muere quien se va, solo se muere si se olvida”. Para Judith López Franco, tanatóloga, en algún momento la memoria también se extingue, porque quienes recuerdan también morirán.
“Es un proceso natural. En promedio, el recuerdo de un integrante de la familia se conserva durante 15 o 20 años. Esto se debe a la memoria generacional: los hijos y nietos suelen tener presente a un abuelo, pero los bisnietos pertenecen a una generación sin vínculo directo, y allí terminan los recuerdos. Tiene una lógica basada en el promedio de vida de las personas, y en ello influyen factores culturales y tradiciones familiares”, explica López Franco.
La tanatóloga advierte de que trascender después de la muerte es complejo, porque “el difunto debió, en vida, dejar recuerdos imborrables para permanecer en la memoria colectiva”. De esos casos, asegura, hay pocos.
“Estar presente en los recuerdos de la gente luego de morir lo logran aquellos que hicieron o alcanzaron algo importante para una comunidad, un país o para el mundo. Políticos, deportistas, cantantes y artistas tienen esa posibilidad de trascender en el tiempo. Pero es sumamente complejo, porque detrás de lo que se hizo —y de lo que se quiere destacar— hay un objetivo político o filosófico. Son los historiadores quienes recogen los casos y resaltan los logros para hacerlos memorables, es una forma de permanecer. Luego, algunas familias crean figuras o referentes a quienes agradecen siempre, aunque esos casos son pocos y suelen darse más en núcleos familiares de élites económicas”, explica López Franco.
En el Cementerio General no todo es olvido ni abandono. Hay familias que mantienen vivos los recuerdos de sus difuntos y visitan las tumbas, nichos o mausoleos en las vísperas de los días de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, el 1 y 2 de noviembre, respectivamente.
“Vengo a dejar un homenaje a mi bebé. Él se llamó Byron Emmanuel Ávila Rivera. Es mi nieto, y murió porque tuvo muchas complicaciones de salud al nacer; fue prematuro. Además, fue el único hijo que tuvo mi hija. Ese bebé me hizo abuela, y lo recuerdo mucho. Mi hija murió cinco años después, y a ella también le rindo homenaje en estos días. Cada enero vengo a adornar por el cumpleaños de Byron Emmanuel. También estoy presente en el Día del Niño, y arreglé su nicho para el Día de Todos los Santos”, relata Ligia Toledo.
La lápida, este año, fue pintada de azul con orillas blancas. Se le colocaron flores, juguetes y una carta. A 10 metros hay otro nicho recién adornado, es el de Isneydy Kataleya Orizábal. La niña murió en octubre del 2023. Recientemente, sus familiares la homenajearon por su cumpleaños y dejaron una piñata de un elefante celeste.
En las galerías de adultos y niños, las muestras de cariño abundan: son la señal de que no todos olvidan.
Acajabón resalta que las personas expresan su afecto recordando o llevando un obsequio póstumo. “Se adaptaron a la nueva realidad, en la que entienden que su ser querido ya no está. Hay quienes creen que regalar la ropa del difunto o mudarse de casa sirve para olvidar, pero el ser querido trasciende en el recuerdo de cada uno”, afirma.
Cita con la muerte
Me llamo José Antonio Monzón, y soy sepulturero en el Cementerio General desde hace 25 años. Antes de tocar tumbas y nichos, fui panificador. Durante muchos años hice pan, y me queda muy delicioso.
Acá le hago arreglos a los nichos o mausoleos, pero en ocasiones toca hacer cosas fuertes. Hace 20 años fue una de esas ocasiones. Una familia estaba buscando un sepulturero para un trabajo especial. Yo estaba sentado frente a las oficinas de administración cuando preguntaban por los sepultureros. Me acerqué y le di mi nombre completo.
Un señor alto y de ojos claros me dijo que tenían un trabajo especial y que pagarían Q3 mil. Yo rápido le dije que estaba disponible. Otro muchacho que acababa de empezar a trabajar en el Cementerio General también se mostró interesado. Yo pregunté: “¿De qué se trata el chance?”. Ellos murmuraban y luego nos explicaron que buscaban a un muerto.
El señor alto volvió a hablar: “Miren, nosotros tenemos un bisabuelo que fue sacado de su osario y nos informaron que lo dejaron en una fosa común. Ahora, el objetivo es recuperar los restos”.
Con el otro joven acordamos que ambos haríamos el trabajo; pero, sea quien lo encontrara, nos repartiríamos el pago en partes iguales. Eran las 10 de la mañana de un viernes y conseguimos pantalones de lona, guantes y nos pusimos tres pares de calcetines. Luego, con lazos amarramos los pantalones para no dejar agujeros y evitar que una serpiente nos mordiera. Es que adentro de las fosas comunes hay serpientes, alacranes y tarántulas.
Me dio escalofríos. Para ese entonces llevaba cinco años trabajando acá en el cementerio y no había hecho eso. La verdad es que tuve miedo a ser atacado por serpientes. Desde que se abrió la puerta de la fosa ya sentía mucho miedo, pero la paga estaba buena y seguí bajando entre las bolsas plásticas.
El otro muchacho también se metió a revisar las bolsas con huesos. No fue fácil. Conforme pasaron las horas, agarramos más confianza, y tuvimos fortuna porque el otro joven, a eso de las 5 de la tarde, encontró los restos del difunto. Los familiares se habían retirado y nos dejaron un número de teléfono para llamarlos e informarles si lo encontrábamos. Y eso pasó.
La familia era adinerada y nos pagaron un poco más en agradecimiento, porque al comienzo se dieron cuenta de que estaba difícil la búsqueda. Ese tipo de exhumación ya no se hace en el cementerio, pero esa ocasión fue un caso especial. Yo, de mi parte, no volveré a bajarme a mover a los muertos.