El animal político vs. la filosofía
Imagen de un proceso que se prevé amañado, diseñado para garantizar la continuidad del sistema.
A lo largo de la historia, el devenir de los pueblos trajo consigo el crecimiento y desarrollo de la humanidad, tan rico y conflictivo como ninguna otra especie lo hizo, haciendo de la Tierra una aldea variopinta, plurilingüe y multirracial.
Aristóteles (384-322 a.C) ubicó al hombre en la categoría de los animales, con los que comparte ciertas características, pues socialmente es gregario, vive en comunidad junto a otros individuos de su misma especie en función de objetivos comunes, como la supervivencia, la protección, el alimento y la procreación. También hizo notar la diferencia, pues el hombre vive en sociedades organizadas políticamente, en cuyos asuntos públicos participa en mayor o menor medida, con el objeto de lograr el bien común.
De ahí su definición, Zoon Politikón, animal político, mencionada en el libro Política, en el que estableció las bases de la filosofía política del pensamiento occidental. También planteó que el hombre no puede ser concebido fuera de su relación con el Estado en su condición de ciudadano y creó, de esa manera, algunos aspectos fundamentales de la política, entendida como forma de organización y regulación de la sociedad.
Con esa organización social, la humanidad alcanzó cotas de civilización que produjeron hechos en todos los ámbitos del saber, la ciencia y las artes, que son dignos de admiración, en una nueva concepción del mundo, en la que la conservación de los ahora identificados como bienes culturales ocupa la mente de algunos para enriquecer la calidad de vida de los demás. Aun así, no deben dejarse pasar por alto los períodos dominados por los contravalores, presentes en la naturaleza del hombre, de cuya ambivalencia mantiene una lucha permanente contra el prójimo.
Eso hizo que el filósofo latino Plauto (250-184 A.C.), en su obra Asinaria, definiera al hombre como el lobo del hombre (homo homini lupus).
Los políticos locales, ajenos a aquellas reflexiones filosóficas de la antigua Grecia y la Roma clásica, cuyos alcances son bastante más pedestres y con un universo forjado por el aquí y el ahora, deben distinguirse de la clase dominante, que si bien andan juntos, no están revueltos, y sus linderos no son precisos. Particularmente si, como se sabe, la creación de la República de Guatemala no significó un cambio estructural con la Colonia, pues fue un simple pase de estafeta frente al pueblo que la debió declarar y que, al no hacerlo, se mantuvo explotado como hasta hoy.
Con esa declaración, la clase económicamente dominante tomó el poder y nombró presidente de la naciente República al hasta entonces capitán general, Gabino Gaínza. Esa fórmula prevalece con sucesos como la Revolución Liberal de 1871, que afianzó políticamente a los terratenientes, y la Revolución de Octubre de 1944, de carácter democrático, que impulsó el bienestar común y una reforma agraria que contrarió los intereses de empresarios estadounidenses, quienes, en el contexto de la Guerra Fría, acusaron al presidente Árbenz de comunista, haciendo que las fuerzas armadas traicionaran al país.
A partir de eso supieron acomodarse a los tiempos, y ahora, bajo el influjo de poderes emergentes infiltrados en todos los estratos, coparon al Estado y sus instituciones, incluyendo la justicia.
En el presente año electoral, el pueblo tiene claro que asistirá a las urnas de votación bajo la imagen de un proceso que se prevé amañado, diseñado para garantizar la continuidad del sistema, con la consabida componente del enriquecimiento fácil, siguiendo la receta del aquí y ahora, porque para luego es tarde.