Matar al mensajero no destruirá el mensaje

Matar al mensajero no destruirá el mensaje

La violencia que sacude continentes no se mide solo en disparos, sino en el vacío de valores.

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19/09/2025 00:03
Fuente: Prensa Libre 

El asesinato de Charlie Kirk, una de las voces más vehementes del conservadurismo joven, cayó en pleno acto público, ante una multitud de estudiantes, en Utah Valley University. Su muerte no solo sacudió a la política; también reabrió el debate sobre la intolerancia y la violencia que se extiende en todos los ámbitos de la sociedad. El asesino es Tyler Robinson, un joven de 22 años que hoy guarda prisión. ¿Por qué disparó? Charlie Kirk encarnaba todo aquello que cierto sector militante de nuestra época no soporta. La fe cristiana, la defensa de la familia tradicional, la libertad de expresión aun cuando incomoda, el rechazo a la ideología de género y una visión moral del mundo anclada en lo eterno, no en lo efímero ni en lo viral.

Se puede silenciar al hombre, nunca a las ideas. Matar al mensajero es cobardía; enfrentarse al mensaje, valentía.

Más allá de las simpatías o antipatías que pudiera generar, su muerte marca un punto de inflexión. Un asesinato político, un disparo que no solo atravesó el cuello de un hombre inocente, sino la garganta misma de una sociedad que dice amar la democracia, pero permite que el odio imponga sus reglas.

Charlie Kirk era un provocador, sí. Incómodo para muchos, sin duda. Pero era también un símbolo de resistencia cultural, un constructor de comunidad y, sobre todo, un orador que nunca escondió su fe en Dios, su ideología ni sus convicciones. Se enfrentó a campus universitarios hostiles, a medios que lo caricaturizaban, a manifestantes que intentaban sabotear sus actos. Nunca disparó una sola bala. Respondía con argumentos. Y eso, en el mundo de hoy, se ha vuelto más peligroso que portar un arma.

Su asesinato nos obliga a hacer preguntas difíciles. ¿Qué significa hoy defender valores tradicionales? ¿Por qué se ha vuelto tan incendiario decir que la familia importa, que la vida humana tiene dignidad desde la concepción, que la verdad existe más allá de las modas? ¿Qué clase de sociedad estamos construyendo si un joven conservador necesita guardaespaldas para hablar en una universidad, pero su asesino es descrito por algunos medios como “un muchacho confundido”?

La violencia desatada que vemos en EE. UU., en Europa, en América Latina no es solo física. Es moral. Es espiritual. Surge cuando se deja de creer en el bien y se comienza a llamar virtud a lo que es perverso. Es la violencia del relativismo, de una civilización que abdica de sus fundamentos y reduce todo a poder, reacción e impulso. Nos hemos acostumbrado a vivir con miedo. Miedo a hablar. Miedo a publicar. Miedo a decir que creemos en Dios, en el matrimonio entre hombre y mujer, en que los hijos necesitan a sus padres. Pero el silencio no nos va a salvar. Al contrario, es precisamente ese silencio el que permite que la violencia se normalice, que la maldad se sienta cómoda, que la verdad se esconda en nombre de la tolerancia.

No se trata de convertir a Charlie Kirk en un mártir perfecto —él mismo sabía que sus posturas eran provocadoras y que no siempre caía bien—. Pero nadie, absolutamente nadie, merece morir por lo que cree. Y si no podemos defender ese principio básico, entonces ya no hay democracia que valga. Hoy, su esposa, Erika, llora a su marido. Sus hijos crecerán sin padre. Pero, también hoy, miles de personas alrededor del mundo se preguntan si vale la pena seguir hablando, seguir luchando, seguir creyendo. La respuesta es que sí. Precisamente, porque vivimos tiempos de oscuridad, necesitamos luz. Porque hay tanto odio, necesitamos más amor. Y porque hay tanto miedo, necesitamos más coraje.

La bala que apagó la vida de Charlie Kirk no debe acallar su mensaje. La violencia que sacude continentes no se mide solo en disparos, sino en el vacío de valores. Y, cuando se generalice aún más la maldad, será el fin de este mundo tal como lo conocemos hoy.