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Nuestra herencia del maíz es el alma de Mesoamérica
Sin embargo, esta herencia enfrenta una amenaza silenciosa.
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Cuántos de nosotros disfrutamos de un atol de elote después de un paseo por la Antigua o saboreamos un elote loco o, como los chapines los llaman, “elotes asados” que llevan crema, limón y chile. María Mercedes Beteta, de la Fonda de la Calle Real, quien es experta en comidas autóctonas, me recuerda también de los tamalitos de elote, la torta de elote con leche, canela y vainilla, los chuchitos, los tamales colorados, los negros, los boxboles, y los pochitos que acompañan al kack’ik y el tamal torteado de Cobán, que parece una pupusa gigante. Todos llevan maíz.
Alterar las semillas heredadas equivale a romper un vínculo sagrado con la tierra y con los antepasados que la cultivaron.
Estando en el extranjero, se me hace agua la boca de pensar en todas estas comidas, incluyendo las maravillosas tortillas de maíz que se producen con manos de mujeres guatemaltecas, y me recuerda que el maíz no es solo un cultivo: es el alma misma de Mesoamérica.
Desde tiempos inmemoriales, los pueblos originarios han sembrado el maíz, y lo han venerado y protegido como símbolo de vida. Según el Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas, los primeros hombres fueron formados del maíz. Esa afirmación resume la íntima unión espiritual y biológica entre nuestra gente y este grano sagrado.
Sin embargo, esta herencia enfrenta una amenaza silenciosa. La introducción de semillas genéticamente modificadas pone en riesgo la pureza de las variedades nativas y el equilibrio de los ecosistemas agrícolas tradicionales. La contaminación genética puede reducir la diversidad del maíz criollo y desplazar los cultivos que sostienen a nuestras comunidades desde hace generaciones. Pero el problema no es solo técnico: es profundamente cultural. Para los pueblos mayas y demás comunidades autóctonas, alterar las semillas heredadas equivale a romper un vínculo sagrado con la tierra y con los antepasados que la cultivaron.
Guatemala es reconocida como uno de los centros de origen y diversidad del maíz. Aquí se entrelazan siglos de sabiduría agrícola, prácticas sostenibles y una cosmovisión que entiende la tierra como madre y no como recurso, y el maíz ha sido declarado Patrimonio Cultural e Intangible de la Nación.
Ante este reto, el Consejo Nacional de Áreas Protegidas (Conap) impulsa acciones concretas para resguardar la diversidad del maíz. En el marco del Proyecto de Bioseguridad Catie-Conap, se presentó el libro Maíces de Guatemala: un acercamiento a su diversidad genética y a sus aspectos culturales relacionados, editado por César Azurdia, fruto de cuatro años de investigación. Este esfuerzo marca un hito histórico.
Contar con esta evidencia científica es esencial. La biotecnología moderna y la expansión de maíces transgénicos exigen decisiones basadas en conocimiento. El Protocolo de Cartagena, ratificado por Guatemala, obliga a proteger la biodiversidad y la salud humana mediante normas de bioseguridad respaldadas por la ciencia.
El trabajo conjunto entre investigadores, instituciones y comunidades orientará políticas que aseguren un uso sostenible de este recurso estratégico, en armonía con nuestra cultura y nuestro entorno.
Defender las semillas nativas es defender la soberanía alimentaria y la identidad de nuestros pueblos. El maíz nos dio origen, nos alimenta y nos une. Gracias a nuestras tradiciones culinarias disfrutamos platillos exóticos para algunos y esenciales para nosotros.
Con este estudio, quizás sea más difícil que nos den atol con el dedo al querer modificar nuestras semillas. Cuidarlas no es un gesto simbólico, sino un deber moral con nuestras raíces, nuestras familias y las generaciones futuras que seguirán sintiendo orgullo de ser guatemaltecas. Termino añorando el olor y sabor de una tortilla asada a fogón, que solo en Guatemala puedo probar.