Entre la Escuela y el jolgorio

Entre la Escuela y el jolgorio

Los cadetes decidieron sacarse los demonios en el bar El Hoyito, regentado por Miriam Richter, conocida como Llanta Pache.

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23/08/2025 00:01
Fuente: Prensa Libre 

La educación la recibimos en casa, en tanto el aprendizaje y formación académica, en la escuela; capacitación que puede extenderse según las condiciones, interés y oportunidades que a cada quien se presenten. La educación se sustenta en el respeto, ética y valores que permiten absorber la información y conocimientos del vasto saber humano. Información y conocimientos que se especializarán en el desarrollo de los estudios en función de la vocación e interés de cada quien.

Los cadetes decidieron sacarse los demonios en el bar El Hoyito, regentado por Miriam Richter, conocida como Llanta Pache.

La semana pasada abordé el proceder de los jóvenes cadetes de la Escuela Politécnica que en 1954 tenían frescos los conceptos de honor, lealtad, dignidad militar y soberanía, que vieron con asombro cómo fueron ultrajados por oficiales de alto rango al traicionar a su compañero de armas y presidente de la República. EE. UU. arguyó que Guatemala estaba bajo amenaza comunista como excusa para defender los intereses económicos de la frutera, en manos de políticos y miembros de su gobierno. La inconsecuencia entre valores vs. actuación vendepatria fue inconcebible desde su formación en curso, juventud e inocencia; por lo que afloró la inevitable rebelión.

La deslealtad del ejército y el golpe de Estado obligaron al presidente a renunciar al cargo para evitar un innecesario derramamiento de sangre popular. Con la entrada del “ejército de liberación nacional” a la ciudad de Guatemala se organizaron actos protocolarios tendentes a presumir del triunfo espurio, pero indispensable para justificar su papelón. En desfile del 1 de agosto se obligó a los cadetes a rendir honores al grupo de desharrapados comandados por el traidor Carlos Castillo Armas.

Sin embargo, la gota que derramó el vaso ya no fue la violación a la ética profesional ni la humillación pública, sino algo más mundano. Entre la Escuela y el jolgorio mediaba el bar El Hoyito, regentado por Llanta Pache (cojeaba de una pierna), para quien los muchachos siempre eran bienvenidos. Esa noche los cadetes decidieron desahogarse. El bar estaba en el Cantón Exposición, a pocos pasos de su escuela, donde hoy está el Instituto Guatemalteco Americano. El caso es que, en plan de celebrar, también llegó un grupo de invasores que, siendo mayoría, obligó a los cadetes, ya en cueros, a bailar y salir del bar para empujar un viejo auto que había en el lugar hasta la puerta de su Alma Mater. Dejarlos en la puerta, sin su obligado y elegante uniforme fue imperdonable. Esa misma noche decidieron tomar por asalto el campamento de los mercenarios en los terrenos del Hospital Roosevelt.

En la madrugada del 2, ya en el sitio y con el apoyo de otras unidades del ejército, los tomaron prisioneros. Una comisión se presentó ante Castillo Armas, el embajador John Peurifoy y el arzobispo Mariano Rosell y Arellano con la decisión de que debían ser fusilados. El arzobispo ordenó al capellán de la Politécnica, Mario Casariego, convencerlos de desistir de su insurrección, ofreciendo indulto absoluto. Los cadetes confiaron en ese canto de sirena. Previo a entregarse, ordenaron descalzar y descamisar a los invasores y hacerlos marchar con las manos en la nuca por la avenida Bolívar hasta la plaza del ferrocarril, en donde los subieron al tren para llevarlos al oriente del país.

De regreso a la Escuela Politécnica los heroicos cadetes fueron arrestados y en los días sucesivos expulsados, perseguidos y expatriados. Fueron engañados por las más altas autoridades del ejército y de la iglesia. La defensa de la Nación quedó burlada por infieles.

Por eso, hoy seguimos atrasados, con instituciones que debieron rectificar, pero callaron en beneficio de los traidores.