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De “biciateo” a creyente
Una ruta en bicicleta para reconectar país, alma, cuerpo y territorio
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La semana pasada fui invitado por el visionario Emilio Méndez a desayunar. Los huevos fritos, dobladas con queso, los frijolitos, plátanos y el café humeante se convirtieron en la antesala de una presentación. Ahí, en la misma mesa y con un chart bien elaborado, me fue presentando un proyecto ambicioso pero bien sustentado de cómo un vehículo tan simple como una bicicleta puede impactar en forma multidimensional un pueblo, una ciudad, un departamento y eventualmente un país.
Es un cambio mental paralelo a la educación de la nueva generación.
Se nutre de proyectos ya funcionando e impactando a ciudades enteras en Europa. Vislumbrar estos proyectos funcionando en Guatemala requiere atravesar un muro de incredulidad y pesimismo. Las ocho mil motos que ingresan mensualmente a calles ya saturadas, sumadas a los miles de vehículos nuevos y usados, no dan para mucho optimismo.
El proyecto se estrella contra una realidad que solo puede ser vencida por una nueva forma de pensar. De “biciateo” se puede avanzar a creyente de innovación urbana. Las píldoras de fe provienen de impactos económicos, en salud, en descongestión vial y en una reconexión con los ecosistemas de los cuales nos hemos ido alejando al vivir en burbujas: del vehículo a la casa, de la casa al trabajo. Caminar al trabajo es casi impensable. Las distancias, la inseguridad vial, el diseño de nuestras ciudades, todo conspira. Pero hay salidas que solo requieren un cambio mental, y más aún, una inteligencia psicourbana. Es decir, conciencia. Una conciencia que nos lleva eventualmente a plantearnos dilemas existenciales
El anteproyecto BiciRuta 502, que inicia en Sacatepéquez, “propone una red de rutas ciclistas que conectan oficios, cultura, historia y naturaleza. No es un simple proyecto de infraestructura liviana; es una estrategia de regeneración integral. Contempla movilidad diaria, turismo consciente y reactivación económica local. Su enfoque es territorial, comunitario y profundamente humano”.
El potencial turístico es alto: permite explorar con calma pueblos coloniales, mercados, cafetales, talleres artesanales, volcanes y reservas naturales porque invita a un turismo lento, íntimamente conectado al paisaje y a la gente. Un visitante en bicicleta no solo pasa: se detiene, platica, compra, aprende.
La bicicleta, entonces, se convierte en instrumento de reencuentro: con uno mismo, con el país, con su biodiversidad. Porque no se trata solo de moverse. Es volver a mirar, sentir el clima, olores, rostros, colores que el caos vial nos ha robado.
No hay que olvidar su impacto económico. Este tipo de infraestructura genera más empleos por kilómetro que cualquier otra del sector transporte —afirma Emilio—. “Incentiva el comercio local, reduce enfermedades crónicas, mejora la salud mental. No se trata de romantizar la bicicleta, sino de entender que este vehículo sencillo puede ser una palanca de transformación estructural si se le da el entorno adecuado”.
Lo más inspirador de BiciRuta 502 es que ya comenzó. Tiene usuarios creyentes, aliados, datos, y sobre todo, una narrativa de desarrollo más lenta, más consciente, más conectada.
Pero la bicicleta es apenas el primer paso. “Mientras avanzamos sobre ruedas por Sacatepéquez, en otras regiones del país se cultiva, con igual convicción, una revolución inspiradora. Este miércoles, algunos docentes de la cuenca del río Motagua serán reconocidos por su labor en ‘EcoAprendiendo por el Agua’, un programa que ha capacitado a más de 400 maestros y sensibilizado a más de 33 mil niños sobre reciclaje, reforestación y cuidado del agua. Premiar esa inteligencia colectiva es también premiar la posibilidad de recomponer las cuencas, reimaginar la educación y reconstruir el país desde sus márgenes”.
Y esto apenas comienza. Mientras BiciRuta 502 se abre camino, ya planean sendas paralelas: cuidar la cuenca del Motagua, limpiar Amatitlán, proteger Atitlán… Cuencas. caminos y ciclistas unidos por un mismo propósito: reconectar agua, territorios y futuro.
Linda visión, Emilio, solo falta que pedaleemos todos.