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El multilateralismo no es perfecto y aparentemente casi todos los países tienen voz pero no voto
“El actual sistema mundial no lleva ni siquiera un siglo y es el resultado de múltiples enfrentamientos y algunas guerras que tuvieron un grave impacto en varias regiones”.
Ronald Flores, en su análisis para Prensa Libre, aborda su perspectiva sobre el multilateralismo:
Considero que podemos afirmar que el actual sistema mundial no es perfecto. Más que un gobierno global, con unos organismos Ejecutivo y Judicial robustos, el sistema actual se parece a una asamblea permanente en la cual todos los países parecen tener más voz que voto, en donde comparten casi como iguales, aunque no necesariamente tengan el mismo nivel de representación poblacional y territorial, desarrollo económico, capacidad militar, similares formas de gobierno o una cultura compartida.
Aunque no pueden compararse equitativamente, India y China, con sus miles de millones de habitantes, comparten la misma representación en Naciones Unidas que países pequeños como Surinam, con tan solo un poco más de medio millón de habitantes.
Sin embargo, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Estados Unidos, China, Francia, Gran Bretaña y Rusia) son considerados primus inter pares, es decir, los primeros entre iguales.
Si alguna vez ha estado involucrado en una asociación como la que existe entre los miembros de una comunidad, una colonia, un edificio, y se ha dado cuenta de la variedad de problemas que pueden existir entre vecinos, magnifique esa experiencia para comprender cómo sería intentar que los países más poderosos del mundo se lleven bien entre ellos, con sus aliados y adversarios, que reine la armonía y no la discordia, y el bienestar y la prosperidad.
Es una tarea humanamente imposible, en especial, cuando se consideran las diferencias políticas, militares, económicas, culturales y tecnológicas.
El actual sistema mundial no lleva ni siquiera un siglo y es el resultado de múltiples enfrentamientos y algunas guerras que tuvieron un grave impacto en varias regiones, como las llamadas Primera y Segunda Guerras Mundiales. En buena medida, el sistema como lo conocemos hoy en día empieza con el establecimiento de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945.
Desde entonces se han establecido una serie de instituciones internacionales para abordar distintas temáticas, cuyo funcionamiento no ha sido ideal ni siquiera exitoso, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y hasta la mal recordada Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig). A pesar de la proliferación de estos organismos internacionales y sus complejas siglas y sus elevados costos de funcionamiento, los problemas sociales y económicos de la mayoría de la población siguen creciendo ante la vista de todos.
El complejo sistema de instituciones y tratados vinculantes entre gobiernos no siempre ha funcionado bien. Como todo sistema humano, tiene serias fallas y no puede ni debe garantizar de ninguna manera el bienestar de cada uno de los países que representa o aglutina.
Para funcionar adecuadamente, el sistema precisa de la buena voluntad y la contribución económica de todos sus miembros. Algunos no tienen buena voluntad y otros no quieren sufragar los costos. Si bien todos quieren recibir fondos pero no todos quieren aportar, ninguno quiere dejar de mostrar buena voluntad o su apariencia.
Ni los países con serias violaciones sistemáticas de los derechos individuales fundamentales —como Cuba, Nicaragua o Venezuela— quieren quedar fuera y hasta insisten en formar parte del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, una contradicción que sería escandalosa en sí misma, pero que se ha vuelto ya costumbre.
En 1795, el pensador alemán Immanuel Kant intentó una aproximación a un sistema de gobierno mundial en el ensayo Sobre la paz perpetua: un esbozo filosófico, sabiendo que era tan solo una aspiración idealista porque ninguna nación estaría dispuesta a ceder su soberanía para subordinarse a un gobierno mundial que limitara legalmente su accionar bajo el orden acostumbrado de las cosas. Muchas teorías parecen geniales hasta que se les intenta llevar a la práctica.
De manera pragmática, no puede perderse de vista que existe una sana discusión y distintas visiones políticas acerca de lo que deben ser los alcances y los límites de este sistema global. Esta discusión derivó en el Brexit del 2016, en movimientos políticos robustos en Bélgica, Italia y Francia, por ejemplo.
Actualmente varios políticos y pensadores consideran que el sistema global ha sido utilizado principalmente por grupos progresistas y socialistas para financiar sus programas, para difundir su ideología, para imponer su agenda, incluso en países cuya raigambre cultural es completamente adversa.
Con frecuencia, el sistema global pareciera acaparado por una camarilla izquierdista que intenta obligar a los países del mundo a adoptar una cultura uniforme, para cumplir una pulsión socializante.
Más allá de esta visión que se discute en los círculos intelectuales globales, las encuestas constantemente identifican que el ciudadano común se siente poco representado por los gobiernos locales.
Si la identificación entre el ciudadano y su gobierno es poca, menos se ve identificado con esta compleja burocracia internacional que pareciera existir por encima de la ley, pues con frecuencia goza de inmunidad diplomática, y no se percibe sujeta a la necesidad de articular las necesidades del votante.
Por si eso fuera poco, el ciudadano digital, que comparte sus opiniones en redes sociales, sospecha que los gobiernos locales se organizan con el exclusivo fin de extraerle impuestos y beneficiarse de la corrupción estatal. En dicha narrativa, estas entidades internacionales son aún más costosas, más opacas y más corruptas que los gobiernos locales.
Es por demás común que los burócratas de estas entidades internacionales estén completamente desconectados de la manera en que vive la mayoría de la población mundial. De alguna manera son el jet set de la burocracia gubernamental. Sus salarios son elevados, los costos de sus viviendas y transporte son a cuenta del organismo internacional para el que laboran y solo tienen autorizado residir en las llamadas zonas seguras, aislados de una manera institucional de la población a la que dicen servir.
“El complejo sistema de instituciones y tratados vinculantes entre gobiernos no siempre ha funcionado bien”.
La mayoría de los puestos no es otorgada por méritos, sino por parentesco. En algún momento, perdieron de vista que la solución para los problemas de la mayoría de la población no es subir los impuestos para crear más burocracia estatal, sino crear más oportunidades de negocio, fomentar las capacidades de emprendimiento y autogestión de las personas, para lograr la prosperidad en un ambiente de libertad.
Actualmente se discute acerca de la forma en que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, está actuando de una manera unilateral en el escenario global, considerando salir de algunos tratados internacionales, sin consultar a otros países si sus decisiones los afectan o no. En su campaña misma, Trump fue muy claro al decir que colocaría los intereses de Estados Unidos primero, lo cual fue uno de los factores que le otorgaron visibilidad, votos y seguidores.
Estas acciones parecen explicadas en el primer párrafo del libro La diplomacia, de Henry Kissinger, publicado en 1994: “Casi como por efecto de alguna ley natural, en cada siglo parece surgir un país con el poderío, la voluntad y el ímpetu intelectual y moral necesarios para modificar todo el sistema internacional, de acuerdo a sus propios valores”.
Históricamente, Estados Unidos ha tenido una actitud que se ha denominado teóricamente como “excepcionalismo americano”, basado en la creencia de su propósito único y ejemplar, como lo articuló de una manera poética el sermón de John Winthrop en 1630. De tal forma, la actitud de Trump tiene un arraigo profundo en la historia de ese país y no debe considerarse como un rompimiento, sino como la continuidad de una tradición estadounidense.
El presidente Trump también ha sido un personaje poco convencional, así que no era de esperarse que actuara como si todo fuera normal. Sus acciones internacionales sirven para enfatizar que estamos viviendo un momento fuera de lo común.
Todo está cambiando y creo que es conveniente que nos demos cuenta de eso. Más allá de lo político, podemos referirnos como mínimo al advenimiento de la inteligencia artificial y el impacto que está teniendo en términos económicos, tecnológicos y culturales.
Por eso, muchas cosas están cambiando también en el plano superficial de la política. El presidente Trump no es la razón por la cual estamos viviendo esta época de cambios, sino es tan solo parte de un profundo cambio de época.
Considero apropiado discutir la manera en que encajamos en este sistema mundial. Como todo lo humano, dicho sistema está sujeto a reformas y mejoras. O bien, si tantas son las falencias del sistema mundial actual, podemos abordar su solución desde un tema que está muy de moda en Guatemala: tal vez habrá que reciclarlo.
No me queda ninguna duda de que la característica fundamental del ser humano es la evolución. Debemos evolucionar hacia un mejor sistema, tanto a nivel local como a nivel global, preferiblemente un sistema que privilegie el bienestar, la prosperidad y la libertad de las personas.