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La diversidad cultural también se cocina
Más allá del sabor, viene el valor cultural entre los hispanos en EE.UU.
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Estados Unidos es un país donde conviven múltiples culturas, y donde la alimentación sigue siendo uno de los vínculos más fuertes con la identidad. ¿Qué sucede cuando más de 63 millones de hispanos residen en Estados Unidos y tratan de mantener vivas sus tradiciones culinarias? La respuesta ha sido objeto de un profundo estudio académico realizado por Lucía de Paz de Espinosa, doctora en Administración de Negocios de la Universidad Internacional de Florida (FIU), investigadora guatemalteca radicada en ese país, cuyo trabajo se centra en el comportamiento del consumidor hispano.
De Paz de Espinosa publicó su tesis doctoral con una perspectiva integral: encuestas a consumidores de distintas edades y procedencias hispanas, y un análisis del mercado actual con el fin de comprender qué motiva a los hispanos a seguir consumiendo productos de su propia cultura donde predomina el estilo de vida norteamericano.
En su investigación destaca que el 78% de los consumidores hispanos prefiere productos alimenticios que representen su cultura de origen, ya que la comida funciona como ancla cultural. No se trata de un acto nostálgico, sino una afirmación cotidiana de la identidad cuando compran tortillas de maíz, frijoles negros, plátanos, chiles secos, quesito fresco, achiote o tamales —productos que evocan con fuerza los sabores de casa—.
“El supermercado no es solo un lugar donde se llena el carrito, sino un territorio donde se negocia la identidad”, afirma la doctora en su investigación, y aunque grandes cadenas en EE. UU. han incrementado su oferta de productos latinos, muchos consumidores siguen acudiendo a mercados comunitarios, tienditas de barrio o ferias agrícolas donde se sienten comprendidos y valorados. Allí no solo encuentran los ingredientes deseados, sino también un entorno lingüístico afectivo.
El 78% de los consumidores hispanos prefiere productos alimenticios que representen su cultura
de origen.
Este hallazgo destaca un reto para la industria alimentaria: cómo ofrecer productos que no solo cumplan con estándares de calidad, sino que respeten el legado cultural que cada comunidad representa frente a la relevancia del papel de la mujer hispana como transmisora de valores culinarios. Las decisiones de compra recaen mayoritariamente en madres y abuelas, que no solo eligen productos por su sabor o precio, sino por su carga simbólica. Comprar lo que se cocinaba en la infancia no es un capricho: es una forma de resistencia cultural frente a la asimilación forzada.
Por otro lado, la doctora señala cómo los productos étnicos se vuelven claves para la salud emocional. En un país donde muchos migrantes enfrentan soledad, discriminación o desarraigo, el simple aroma de un platillo familiar puede ofrecer consuelo, pertenencia y alegría. Me parece que cocinar como lo hacían sus madres o abuelas les ayuda a sobrellevar el estrés, mantener la unión familiar y cultivar una autoestima más firme.
Este tipo de investigaciones no solo aportan al campo académico, sino que resultan importantes para quienes desarrollan estrategias de mercado o políticas públicas, sino que son imprescindibles para quienes buscan emprender negocios en EE. UU., ya que la comida es más que una mercancía: es cultura viva. Entender por qué los hispanos siguen comprando lo “nuestro” es comprender cómo la identidad se construye, se preserva y se expresa en el día a día.
En un momento en que la globalización parece borrar las diferencias, este estudio nos recuerda que la diversidad cultural también se cocina y no se borra. Y que, al final del día, muchas veces la historia de una comunidad puede saborearse —en un simple plato servido en la mesa—.