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Psicología del miedo al silencio: por qué algunas personas no soportan estar sin ruido
¿No le gusta el silencio? A algunas personas les causa incomodidad, pero ¿qué significa esto y qué impacto tiene en la vida de las personas?
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El ruido ambiental se asocia a diferentes padecimientos físicos y emocionales. La exposición a altos niveles de ruido ocupacional se ha vinculado al desarrollo de neurosis, pero los resultados de la relación entre ruido ambiental y efectos sobre la salud mental todavía no son concluyentes, señala la Organización Mundial de la Salud (OMS).
No obstante, los estudios sobre el uso de medicamentos, como tranquilizantes y pastillas para dormir, síntomas neurológicos y tasas de internamientos en hospitales psiquiátricos sugieren que el ruido urbano puede tener efectos sobre la salud.
Sin embargo, algunas personas prefieren estar escuchando siempre algo, ya sea de videos en el teléfono, músicas o algunos aparatos como televisión o radio.
En muchas culturas, como la china o la hindú, se fomenta el contacto con la naturaleza y la práctica de la atención plena, dice la psicóloga Julissa Martínez. De ahí viene la frase “escuchar el silencio”: no es que el silencio tenga sonido, sino que al exponerse a él, el cerebro empieza a notar matices que normalmente pasan desapercibidos, explica la profesional.
¿Temor al silencio?
Un artículo de la psicóloga Marta Guerri, publicado en el portal Psicoactiva, señala que este temor existe y se conoce comosedatephobia o sedatefobia. Es una fobia que experimentan las personas cuando están en silencio. Por lo regular, está causada por un episodio traumático o extremadamente negativo que hayan vivido, por ejemplo, permanecer encerradas durante mucho tiempo en un lugar. También puede desencadenarse después de recibir una mala noticia.
Esto lleva a la necesidad de estar en constante ruido e interacción. Otro aspecto que podría originar esta necesidad es el síndrome Fomo (Fear of Missing Out, por sus siglas en inglés), relacionado con la interacción exagerada en redes sociales y la ansiedad que provoca perderse algo en ellas.
“Es interesante incidir en que la mayoría de expertos afirmen que la tecnología es uno de los principales causantes de esta novedosa fobia. Con la industrialización y la llegada masiva de las tecnologías, cada vez pasamos menos tiempo con nosotros mismos: estamos siempre con música, hablando con alguien, viendo videos, viendo una película… Eso hace que cada vez estemos menos tiempo en silencio y que nos acostumbremos a estar constantemente con ruido, hasta para dormir”, agrega Guerri.
Del otro lado: la alta sensibilidad
Martínez describe que algunas personas presentan “alta sensibilidad”. No se refiere únicamente a las emociones —no es solo “ser muy emotivo”—, sino también a la sensibilidad frente a estímulos sensoriales. En este caso, son muy receptivas al sonido.
“No me refiero necesariamente al ruido fuerte, sino a la necesidad de un sonido constante para sentirse tranquilas. El silencio absoluto, en cambio, puede resultarles muy incómodo”, agrega.
Hay que diferenciar esta alta sensibilidad de otro trastorno llamado misofonía, que ocurre cuando los sonidos del día a día resultan insoportables.
“La misofonía provoca reacciones negativas intensas ante ciertos sonidos específicos. Por ejemplo, cuando yo estaba embarazada, no soportaba comer junto a otras personas. El sonido de la masticación, que normalmente pasamos por alto, me generaba tanta incomodidad que incluso llegué a sentir náuseas”, comparte Martínez.
Lo mismo puede ocurrir con sonidos como la respiración, el sorber una bebida o el roce de telas. Quien padece misofonía puede experimentar ansiedad, sudoración, taquicardia o síntomas similares a un ataque de pánico. En cambio, las personas con alta sensibilidad al sonido no reaccionan con rechazo inmediato, sino que procesan los sonidos de forma profunda. Por eso, un silencio total puede resultarles inquietante.

Alta sensibilidad y misofonía pueden confundirse, pero no son lo mismo. La primera es una reacción intensa a cualquier estímulo sensorial; la segunda, una molestia específica ante ciertos sonidos. En ambas, el sistema nervioso está más activo y se perciben con más facilidad señales que otros no notan.
Las personas altamente sensibles también suelen ser más emotivas y empáticas, con poca tolerancia al estrés o a la frustración. Les cuesta adaptarse a cambios sociales y tienden a sentir ansiedad o depresión con más frecuencia. Procesan los detalles de manera más profunda: pueden reconocer a alguien solo por el sonido de sus pasos o identificar la procedencia de un objeto por un leve ruido, afirma Martínez.
En lo personal, muchas buscan estrategias para manejar su sensibilidad, como usar audífonos para bloquear sonidos molestos. Estos hábitos no son caprichos, sino mecanismos de autorregulación. Curiosamente, esta sensibilidad suele ir acompañada de rasgos positivos, como mayor creatividad, interés por la ciencia, inclinación hacia lo espiritual y una percepción más fina de la naturaleza y el arte.
El cerebro de una persona así necesita estimulación constante: leer, escuchar música, ver documentales, explica Martínez.
“No es lo mismo que buscar ruido; de hecho, muchas personas altamente sensibles prefieren ambientes tranquilos, pero no en silencio absoluto. Suelen tener un cerebro más sobreestimulado, con gran capacidad de análisis y observación, muy receptivo a estímulos sutiles que otros ignoran”, complementa la psicóloga.
Cuando se habla de “sensibilidad”, la gente suele pensar solo en llorar o sufrir, pero se trata de sentir muchas cosas con intensidad. Las personas espirituales, por ejemplo, a veces reciben comentarios como “tiene un aura especial”; en realidad, es su capacidad de percibir y procesar su entorno con más profundidad.
La terapia cognitivo-conductual podría ser un apoyo, ya que busca que estas personas aprendan a convivir con su entorno sonoro, identificando y manejando los estímulos que las alteran. Una estrategia útil es canalizar la sensibilidad a través del arte, la música o la escritura. Esto ayuda a evitar el agotamiento del sistema nervioso, que puede producirse cuando están en constante estado de alerta ante cualquier sonido.
Retomar la vida y perder el miedo al silencio
Es posible que las personas requieran terapia después de un evento traumático. El consultorio puede ser un espacio para hacer catarsis, es decir, liberar emociones y hablar de aquello que ayude a comprender los temores que han surgido.
El objetivo es encontrar mecanismos de afrontamiento para recuperar la fuerza interior. Las personas necesitan reconocer lo que ocurrió, así como las acciones necesarias para reconstruir su vida.
El trabajo de cada persona para sanar es distinto. La meta es lograr equilibrio y técnicas de empoderamiento. Existen diversas posibilidades según el progreso individual.
“Aprender a observar, escuchar y procesar lo que nos rodea puede ser una herramienta poderosa, siempre que logremos que no se convierta en una fuente de angustia. Es importante transformar el silencio en algo positivo”, concluye la psicóloga Martínez.