La universalidad de la fe

La universalidad de la fe

El evangelio es una respuesta teológica a un cuestionamiento antropológico.

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Resumen Automático

17/05/2025 00:03
Fuente: Prensa Libre 

Los libros del Nuevo Testamento expresan claramente que el evangelio tiene un destino universal. Cristo envía a sus discípulos a instruir a personas de todos los pueblos. Numerosos pasajes celebran que personas de todos los pueblos, razas, naciones y culturas participen de la salvación de Dios por haber acogido la fe cristiana. El dinamismo misionero de la Iglesia se mantuvo vivo hasta que, en la primera mitad del siglo XX, consideraciones procedentes de la antropología cultural se transformaron en objeciones a la evangelización universal. Según ese parecer, fue un error que los españoles trajeran el evangelio a América en el siglo XVI y sería un error continuar en el empeño de llevar el evangelio a los pueblos a donde todavía no ha llegado. Muchos en la Iglesia se han dejado influir por esas objeciones hasta el punto de paralizar la tarea misionera. De ese modo, se desobedece el mandato de Cristo y se abandona a tantas personas que quedan privadas de la esperanza del evangelio.

El evangelio es una respuesta teológica a un cuestionamiento antropológico.

Según los criterios de la antropología cultural, las religiones son fenómenos sociales vinculados a las culturas de pueblos específicos. Las religiones son interpretaciones míticas y rituales del origen y significado del propio pueblo y del mundo en el que ese pueblo vive. Esto es cierto. Hasta el judaísmo como religión, especialmente en sus formas más conservadoras, tiene acentos nacionalistas y étnicos. La única otra religión con empuje expansivo universal, con la fuerza cuando sea necesario, es el islam; pero en el culto el Corán se lee siempre en árabe.

Pero el cristianismo es otra cosa. El cristianismo no surge como fenómeno cultural de un pueblo, sino de la vida y predicación de un hombre. Para los cristianos, ese hombre es Hijo de Dios y, por lo tanto, sus palabras y sus obras son manifestación y revelación de Dios. El mensaje y la obra de ese Hijo de Dios hecho hombre tienen el propósito de dar respuesta a dos cuestionamientos propios de todo ser humano: el significado de la vida personal frente al hecho de la muerte y el valor de la propia biografía ante las falencias de la libertad. Nos equivocamos, a veces gravemente, en nuestras decisiones y acciones y para colmo, tras todo el esfuerzo por vivir, nos hundimos en el enigma de la muerte. El desespero de la situación humana quedó expresado en la dramática frase de J. P. Sartre: “El hombre es una pasión inútil”.

El mensaje de Jesucristo interpela a cada persona. Se dirige a personas, no a pueblos. No es una propuesta cultural, sino una respuesta teológica a un cuestionamiento antropológico. Frente a las falencias y ambigüedades de la libertad personal, Jesucristo anuncia el gran amor de Dios manifestado especialmente en su muerte en la cruz. Dios ofrece gratuitamente a cada persona el perdón para que su pasado no hipoteque su futuro. Es posible comenzar de nuevo. Y frente al hecho de la muerte, el Hijo de Dios hecho hombre la ha vencido en sí mismo por su resurrección y ofrece esa victoria a quienes crean en él y se unan a él por los medios que él mismo estableció para ese fin. Donde quiera que haya una persona que reflexione sobre las ambigüedades y falencias de su libertad y sobre la frustración de la muerte como fin de su existencia, buscará respuestas que den sentido a su vida. El dinamismo misionero del cristianismo surge de la convicción de que tiene una propuesta que ofrecer proveniente del mismo Dios para dar sentido y plenitud a la vida de todo individuo de cualquier pueblo o nación. El cristianismo no es primariamente un fenómeno cultural, pero es capaz de crear cultura. Un número crecido de creyentes en un mismo pueblo puede dar a su cultura sentido cristiano.