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Cónclave: Qué es, para qué sirve y cuándo se celebra
Los cardenales, responsables de asegurar la continuidad de la Iglesia católica, son convocados a un cónclave, una elección secreta en la que eligen al nuevo papa.
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En total aislamiento y convocados por el cardenal con mayor edad del Colegio Cardenalicio, el cónclave es el proceso de elección en el que los cardenales, designados por los papas, se reúnen en absoluta confidencialidad para tomar decisiones clave sobre el futuro de la Iglesia. Su principal objetivo es elegir al nuevo sumo pontífice.
Proveniente del latín cum y clavis, que significa “con llave” o “bajo llave”, el cónclave es una reunión a puerta cerrada en la que los cardenales electores deliberan en un ambiente de ayuno y oración para decidir el futuro de la Iglesia católica tras la renuncia o la muerte de un máximo representante.
El padre Rodolfo Rodríguez Chinchilla explicó que, ante la ausencia de un líder en la Iglesia católica, se debe convocar de inmediato a las máximas autoridades de la comunidad religiosa para realizar el proceso de elección conocido como cónclave, dentro del periodo denominado sede vacante.
Fray Edwin Alvarado detalló que esta reunión se celebra a puerta cerrada, impidiendo la salida de los cardenales hasta que se alcance un consenso sobre el nuevo pontífice, evitando así cualquier tipo de interrupción externa.
Expertos en teología explican que este proceso se realiza cuando el papa fallece, renuncia o cuando el sumo pontífice convoca a una reunión para discutir asuntos de gran relevancia para la Iglesia.
En caso de fallecimiento, el padre Rodríguez comentó que “la Iglesia no puede quedar sin un líder, por ello, el Vaticano convoca de inmediato a todos los cardenales del mundo para participar en el cónclave, el proceso mediante el cual se elige al nuevo sumo pontífice”.
¿Cómo funciona el cónclave?
La reunión en aislamiento para elegir al líder mundial de la Iglesia católica fue establecida por el papa Gregorio X en 1274, con el objetivo de eliminar influencias externas que pudieran afectar el voto de los cardenales electores.
Su decisión de encerrar bajo llave a los representantes religiosos surgió luego de que su propia elección se extendiera casi tres años. Para evitar demoras futuras, dispuso el aislamiento de los cardenales sin acceso a comida, agua ni contacto con el exterior, acelerando así el proceso y garantizando su secreto.
Según lo establecido en catholic.net, tras la renuncia voluntaria del papa o su fallecimiento, el cardenal más antiguo debe convocar con urgencia a una reunión en la Capilla Sixtina, fijando un plazo de 15 días tras la declaración del periodo de sede vacante.
Fray Edwin Alvarado resalta que este tiempo permite a los cardenales de todo el mundo viajar a Roma y dejar en orden sus asuntos. En caso de que alguno enfrente problemas de salud, el plazo puede extenderse hasta 20 días.
A su llegada, los cardenales se hospedan en la Domus Santa Marta y, en la Basílica de San Pedro, celebran una misa matutina especial antes de ingresar al cónclave.
Los cardenales con derecho a voto deben ingresar a la Capilla Paulina para entonar el Veni Creator Spiritus, un himno con el que invocan la guía del Espíritu Santo en el proceso de elección.
Con el llamado Extra omnes —”¡Todos fuera!”—, se ordena la salida de quienes no forman parte del cónclave, y los cardenales quedan encerrados hasta elegir al nuevo papa.
Durante este periodo, los cardenales participan en liturgias y rondas electorales hasta alcanzar un acuerdo unánime o hasta que dos tercios de los votos designen al próximo sumo pontífice, lo cual no suele ocurrir en las primeras votaciones.
Al finalizar cada ronda, los cardenales anuncian el resultado mediante el humo de una chimenea: el humo negro indica que no se ha alcanzado consenso, mientras que el humo blanco confirma la elección de un nuevo papa.
Elección dentro del cónclave
Luego de los protocolos mencionados, los cardenales reunidos en la Capilla Sixtina deben prestar juramento, comprometiéndose a no divulgar información sobre el proceso.
El primer día, los electores realizan una única ronda de votación, luego de que el diácono elija al azar a nueve cardenales encargados de organizar el proceso electoral: tres actúan como escrutadores, tres recogen los votos y tres se encargan de contarlos.
Durante la votación, cada cardenal escribe en una papeleta el nombre de la persona que considera indicada para presidir la Iglesia. Con el voto en alto, cada elector se dirige a la urna y pronuncia: “Pongo por testigo a Cristo Señor, quien me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido”.
Posteriormente, los cardenales designados realizan el conteo de votos y determinan si se ha alcanzado la mayoría requerida de dos tercios. Si no se logra, el primer día concluye con esa única votación.
En los días siguientes, se realizan hasta cuatro rondas de votación por jornada: dos en la mañana y dos por la tarde, hasta alcanzar el consenso necesario para la elección del nuevo papa.
Fumata como señal de decisión
Durante el proceso de elección, los cardenales deben anunciar el resultado de cada ronda sin revelar detalles. Para ello, queman las papeletas en una chimenea especial. Si el humo que emerge es negro, significa que no se ha alcanzado un consenso.
Por el contrario, si el humo es blanco, indica que la Iglesia tiene un nuevo sumo pontífice.
Para lograr la distinción clara de los colores, se emplean productos químicos específicos que tiñen el humo. Esta práctica se implementó debido a que, en el pasado, el humo grisáceo generaba confusión entre los fieles.
¿Qué pasa después de la elección de un papa en el cónclave?
Cuando un candidato obtiene más de dos tercios de los votos, el decano de los cardenales electores se acerca a él y le pregunta si acepta su elección canónica como sumo pontífice. Si acepta, debe elegir el nombre con el que dirigirá la Iglesia.
Tras ser elegido, el nuevo papa se dirige a la llamada Sala de las Lágrimas, una pequeña estancia donde se coloca por primera vez los hábitos papales. Se cree que este nombre proviene del momento de reflexión en el que los pontífices toman plena conciencia de la gran responsabilidad que acaban de asumir.
Una vez vestido, el papa se dirige al balcón central de la Basílica de San Pedro, donde es presentado ante los fieles y donde imparte por primera vez la bendición Urbi et Orbi.