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¿Nos estamos insensibilizando ante la violencia? Psicólogos analizan la reacción social ante hechos violentos
En Guatemala, la violencia dejó hace mucho de ser un hecho excepcional para convertirse en un elemento constante del día a día. Desde reportes cotidianos de homicidios, desapariciones y ataques armados hasta la circulación incesante de videos violentos en redes sociales, el país vive bajo una exposición permanente al dolor. Y en medio de ese […]
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En Guatemala, la violencia dejó hace mucho de ser un hecho excepcional para convertirse en un elemento constante del día a día. Desde reportes cotidianos de homicidios, desapariciones y ataques armados hasta la circulación incesante de videos violentos en redes sociales, el país vive bajo una exposición permanente al dolor. Y en medio de ese escenario, una pregunta empieza a cobrar fuerza: ¿La sociedad se está acostumbrando tanto a la violencia que comienza a verla como algo normal?
Aire que respiramos + Educación que recibimos = Cerebro que construimos
Este fenómeno no solo responde al incremento de casos, sino también a la manera en que los guatemaltecos consumimos y procesamos la información. Las redes sociales nos exponen a la violencia en tiempo real, frecuentemente sin filtros y sin contexto. En paralelo, la industria del entretenimiento, videojuegos, series, películas, libros, etc., ha incorporado narrativas violentas como parte central de su atractivo visual, lo que genera nuevas interrogantes sobre si la sociedad está perdiendo sensibilidad frente al sufrimiento ajeno.
Para profundizar en este comportamiento, La Hora conversó con dos psicólogas clínicas, Sofía Falla y Adriana Arenas, quienes analizan cómo la repetición de estímulos violentos modifica la forma en que sentimos, reaccionamos y convivimos en sociedad.
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«PAISAJE COTIDIANO»
Tanto Sofía Falla como Adriana Arenas coinciden en que la normalización inicia cuando la violencia deja de sorprendernos y se convierte en parte del «paisaje cotidiano».
Arenas explica que esta indiferencia social es un mecanismo de defensa. “Cuando la violencia se vuelve parte de lo cotidiano, el sistema emocional se defiende desconectándose. No es falta de humanidad, es saturación”, dice. Según la psicóloga, la constante exposición a hechos dolorosos, sumada a la falta de espacios para procesarlos, reduce la capacidad de la población para reaccionar con empatía o indignación.
Por su parte, Falla subraya que el fenómeno no surge de un día para otro, sino que se construye con cada episodio violento que no se discute ni se enfrenta: “La repetición de hechos violentos lleva a que las personas comiencen a verlos como inevitables. Cuando algo se percibe como inevitable, deja de generar acción”.
Esta habituación social puntualiza, coloca a Guatemala en un estado emocional peligroso, donde la población observa sin intervenir.
LA SOBREEXPOSICIÓN DIGITAL
Ambas especialistas reconocen que los medios de comunicación noticiosos y las redes sociales son clave en la forma en que hoy procesamos la violencia. Arenas señala que la inmediatez digital mezcla tragedia y entretenimiento. “En redes, un video de un hecho violento puede aparecer entre un anuncio, un meme y una foto de cumpleaños. Ese contraste reduce el impacto emocional y distorsiona el valor humano de la información”, apunta.
Falla coincide y agrega que el problema no es informar, sino la manera y la frecuencia con que se presenta el contenido. La psicóloga advierte que muchas veces el público recibe información cruda sin herramientas para comprenderla. “La exposición sin contexto crea desensibilización, pero también ansiedad, miedo y una sensación de impotencia constante”, agrega.
Ambas coinciden en que la población está recibiendo más violencia de la que puede procesar emocionalmente.
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LA INFLUENCIA DEL ENTRETENIMIENTO
El consumo de violencia no solo ocurre a través de noticias. Tanto Falla como Arenas consideran que la industria del entretenimiento también juega un papel en cómo se construye la idea de que es “normal”.
Arenas explica que la violencia ficticia es interpretada por el cerebro como una narrativa, pero la repetición puede disminuir sensibilidad emocional, especialmente en jóvenes. “Si en la ficción la violencia es constante o romantizada, puede sembrar la idea de que es un recurso válido para resolver conflictos o un elemento natural de la vida diaria”.
Falla complementa que el problema no es el entretenimiento en sí, sino la falta de diálogo alrededor de él. “Lo peligroso no es que existan videojuegos o series violentas, sino que no haya una conversación que permita diferenciar entre ficción, entretenimiento y realidad humana”.
Ambas coinciden en que, aunque la ficción no genera violencia de manera directa, sí puede contribuir a construir imaginarios donde el sufrimiento está banalizado.
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¿QUÉ SE PUEDE HACER?
Las profesionales coinciden en que combatir la desensibilización es posible, pero requiere un esfuerzo colectivo:
- Consumir información con criterio: verificar fuentes, evitar compartir contenido sin contexto y reconocer cuándo es necesario tomar distancia.
- Crear espacios para hablar de lo que ocurre: familias, escuelas y comunidades necesitan abrir diálogos para procesar emociones.
- Educar emocionalmente a niños y adolescentes: acompañar su consumo de contenido, explicar diferencias entre ficción y realidad.
- Promover hábitos de autocuidado digital: limitar la exposición a videos violentos y permitir al cerebro descansar.
- Fomentar la empatía: recordar que cada caso no es una cifra, sino una vida humana.
En un contexto en el que la violencia avanza y se multiplica, la indiferencia social representa un riesgo profundo. Guatemala enfrenta no solo un problema de inseguridad, sino un desgaste emocional colectivo que amenaza la cohesión y la capacidad de exigir justicia.
