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El poder del ¡sí se puede!
Siempre he creído que cuando alguien te dice “no se puede” o “no vas a poder”, en realidad te está lanzando un insulto disfrazado de consejo.
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Por cinco años viví en Puerto Barrios. Estudiaba en un colegio a la orilla del mar, rodeada de esa tranquilidad que solo el Caribe guatemalteco puede dar. La vida era más ligera que en la ciudad: menos horas de estudio, menos reglas y más tiempo para sentir la brisa del mar, observar los atardeceres y entender, sin saberlo, que ahí empezaba mi conexión profunda con el océano. ¡Ese océano que nos da tanto!
Estoy más convencida que nunca de que podemos transformar nuestro entorno.
Con el tiempo salí a estudiar al extranjero, trabajé en distintos ámbitos, recorrí caminos que me enseñaron mucho, y llegó el momento de regresar a Guatemala a aplicar ese conocimiento. En el 2018 escuché de nuevo el llamado del mar, y decidí volver a mi lugar feliz: Izabal. Fue una decisión impulsada más por el corazón que por la lógica, pero así suelen comenzar las mejores historias.
Ese mismo año, Kevin, mi pareja, llegó desde Iowa a visitarme. También le encantó la belleza del Caribe, su gente, su ritmo y su gastronomía. En solo ocho meses nos hicimos novios, nos comprometimos y nos casamos. Pero hubo algo que a él le impactó profundamente: la enorme cantidad de basura acumulada a la orilla del mar. Un día decidió escribirle a 4Ocean. Para nuestra sorpresa, respondieron. Y sin imaginarlo, así comenzó una aventura que duró cinco años, en la que se recuperaron más de cuatro millones de libras de basura de las playas atlánticas de Guatemala y se generaron oportunidades para más de 50 familias.
De niña soñaba que alguna organización extranjera llegara a limpiar esa contaminación que tanto me dolía ver. Pero no imaginé que algún día yo sería parte del esfuerzo para traer a esa organización, ni que tendría la oportunidad de ver cómo un sueño que parecía imposible se convertía en realidad.
Durante el proceso, muchas personas nos dijeron que no se podía, que era demasiado ambicioso, que “aquí nada cambia”. Nos dieron cientos de razones para rendirnos, pero no les prestamos atención.
Siempre he creído que cuando alguien te dice “no se puede” o “no vas a poder”, en realidad te está lanzando un insulto disfrazado de consejo.
Lejos de frenarnos, eso se volvió nuestro combustible. Nos recordó que la mente es el motor más poderoso que tenemos y que mucho de lo que hoy existe alguna vez fue considerado imposible. Obstáculos siempre hay: procesos burocráticos engorrosos, puertas que no se abren a la primera, trámites que cansan y caminos que parecen no avanzar. Pero cuando uno insiste, pregunta, busca apoyo, conversa con quienes saben y se rodea de gente con propósito, las soluciones van apareciendo. Con ese método logramos lo que parecía inalcanzable: unir esfuerzos con autoridades, comunidades y todos los actores que necesitábamos para hacer realidad este proyecto. Cuando uno decide comprometerse de verdad con una causa, el esfuerzo siempre encuentra su camino.
Este es un llamado: si amas el océano, demuéstralo con acciones: no tires basura en los ríos, ni dejes desechos en la playa cuando vas a disfrutar del mar. Cuídalo, respétalo y ámalo de verdad. Porque todo cambio, grande o pequeño, empieza con una decisión: la de hacer lo correcto.
Hoy estoy más convencida que nunca de que los guatemaltecos podemos transformar nuestro entorno. No necesitamos esperar a que alguien más venga a resolver nuestros problemas. Si algo no está bien, podemos pensar en soluciones, organizarnos y actuar. Cada esfuerzo suma, cada idea cuenta, cada persona puede ser un punto de cambio.
Guatemala tiene un potencial inmenso. Y si cada uno hace su parte —por pequeña que parezca— podemos sacar adelante a nuestro país. Yo lo vi con mis propios ojos, en las playas donde un día solo había basura y hoy hay esperanza.