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Sepulcros blanqueados
Solo los diputados se creen el deprimente espectáculo religioso que viola el carácter laico de Guatemala.
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Qué tiempos los que nos ha tocado vivir. Quién iba a decir que el diputado Allan Rodríguez, en su faceta celestial, iba a ser el heraldo de la buena nueva de que el texto bíblico sería la guía para la salvación de los pecadores. Olvídense de los ingentes problemas nacionales sobre la salud, la educación, la desarticulación del Ministerio Público por Consuelo Porras o la politización de la justicia. El verdadero problema que nos aquejaba era la falta de un día oficial para la Biblia.
Se les olvidó esconder la larga cola de mañas y saqueos que los acompaña.
Por eso el legislador iluminado blandía la espada divina contra los opositores. “Es el demonio que está actuando a través de esas personas que no les gusta que el nombre de Dios se mencione”, decía el operador mafioso de Giammattei. Rodríguez estaba arropado por pastores evangélicos, sí, los mismos que auparon a Otto Pérez Molina, Roxana Baldetti, Sandra Torres, Jimmy Morales y Alejandro Giammattei. En coro clamaba por que las antorchas alumbraran, aunque sea con ocote, el camino de los diputados que buscaban salvarnos del pecado capital.
El 12 de agosto fue un día de fe y esperanza. Era sublime la imagen que se proyectaba en el hemiciclo donde los diputados abrieron los brazos y levantaron el rostro al cielo falso del Congreso para dar gracias a Dios porque se concedía un día para las sagradas escrituras. Fueron 110 manos que se elevaron buscando tocar el paraíso luego de aprobar ese designio divino. Con gesto de arrepentimiento ante el ser divino, ellos creían que dejaban atrás el lastre de ser considerados la escoria de la clase política.
Sí, los principales ponentes del Día de la Biblia fueron los miembros del Pacto de Corruptos, encabezados por Rodríguez, acusado del saqueo de los recursos públicos, que provienen de nuestros impuestos. Por ejemplo, el diputado Samuel Pérez presentó una denuncia en su contra por asociación ilícita, lavado de dinero y enriquecimiento ilícito. El creyente Rodríguez es señalado de haber dirigido una red de corrupción desde el Fondo para la Vivienda, durante el gobierno de Giammattei. Por eso ahora busca que las llamas del infierno no toquen su excelsa investidura parlamentaria.
El escenario era digno de un drama shakespeariano, con tintes bíblicos. Los próceres de la patria, con saco y corbata, alzaban el libro sagrado, pero no para meditar sobre el no robarás, sino para tratar de desviar la atención de otros problemas. Los malpensados le llaman a eso cortina de humo.
Que la ciudadanía los vea como pulcros creyentes recitando el salmo 23: “Dios es mi pastor; nada me faltará”. No importa que con gesto de ovejas redimidas violen la Constitución de Guatemala, que declara el carácter laico de la república, o sea que la función del Estado es la neutralidad religiosa porque respeta todas las creencias y no puede favorecer una sobre las otras.
Claro, en su conveniencia política, los diputados tratan de atraer hacia ellos el futuro voto de los fieles de las denominaciones evangélicas, algunas de las cuales se han plegado al circo de la cleptocracia. Como la del pastor Jorge H. López, que, desde el púlpito, en 2019, pedía el voto para el partido de Giammattei: ¡Vamos a votar!
En la búsqueda de la bendición del hemiciclo, Rodríguez y sus tiernos corderitos del Legislativo trataron de obviar lo que dice el versículo de San Mateo 23:27. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que, por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia”. En la búsqueda de proyectar una imagen pública de rectitud y devoción religiosa, a estos diputados, como dechados de virtudes, se les olvidó esconder la larga cola de mañas y saqueos que los acompaña. Tratan de aparentar que son justos, piadosos y moralmente irreprochables, pero excretan corrupción, maldad y falsedad.