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Antigua Guatemala rescata una joya de más de 300 años: la nueva vida del Templo del Calvario
El Santo Hermano Pedro fue parte de los que construyeron el templo de El Calvario en Antigua Guatemala. Más de 300 años después el templo ha tenido uno de los remozamientos más importantes.
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A partir del miércoles 1 de octubre, el templo de El Calvario, en Antigua Guatemala, ha tenido una serie de actividades para celebrar la reapertura de este tesoro arquitectónico y de importancia espiritual para el pueblo católico guatemalteco.
Este recinto tiene más de 370 años de historia. La construcción de la antigua ermita de El Calvario comenzó en 1652 y, según registros históricos, el mismo santo Hermano Pedro colaboró en la obra como albañil.
Fray Edwin Alvarado, rector del templo de San Francisco El Grande y encargado de El Calvario, explica que, debido a la cercanía del santo Hermano Pedro con el lugar, se han organizado actividades que resaltan las tradiciones que él promovió en su paso por Guatemala.
Para ello se llevó a cabo una posada, un viacrucis y una procesión con el Santísimo. El Santísimo fue el primero en entrar al lugar el pasado jueves 2 de octubre, y el sábado 4 y domingo 5 de octubre se celebraron las primeras misas como acción de gracias por los cambios físicos del lugar.
En el siglo XX se impulsó una reconstrucción del templo, en 1960, devolviéndole su estructura principal y parte de su esplendor original. Más de seis décadas después, en el 2024, el templo volvió a entrar en obras. “El Consejo Nacional para la Protección de Antigua Guatemala evaluó los daños entre enero y marzo de ese año, y los trabajos comenzaron el 1 de abril del 2024 y concluyeron en septiembre del 2025”, relata Alvarado.
La intervención incluyó el cambio total del artesonado, un nuevo sistema eléctrico entubado, restauración del piso original y la conservación de áreas que permiten a las personas tener una ventana histórica desde la que se observa la estructura original. Además, se aplicó una pintura especial para proteger los muros del paso del tiempo.

“Numerosos benefactores aportaron materiales, y los fieles colaboraron con entusiasmo. No fue solo una obra técnica, sino un acto de amor. Cada persona que puso un clavo, una tabla o una flor lo hizo movida por la fe”, afirma el sacerdote.
“El Calvario es más que un edificio. Es el corazón de una fe que sigue viva. Cada restauración, cada oración, cada peregrino que llega continúa la historia que el Hermano Pedro comenzó hace más de trescientos años”, concluye Alvarado.