¿Es misión imposible pacificar los estadios?

¿Es misión imposible pacificar los estadios?

Quizá es mucho esperar, pero la exigencia debe ser alta si se pretende dignificar el balompié e incluso mejorar los ingresos mediante el retorno de las familias y grupos pacíficos de fanes a los estadios.

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Resumen Automático

20/05/2025 00:06
Fuente: Prensa Libre 

No es una misión imposible recuperar actitudes y valores deportivos. Y no debería serlo, mediante la aplicación rigurosa, independiente, objetiva de las normas vigentes, así como la puesta en marcha de protocolos de prevención —y sanción— de cualquier tipo de violencia en los estadios, una campaña de comunicación asertiva y, sobre todo, con el ejemplo de los propios protagonistas. Se supone que un director técnico de un equipo de futbol profesional no solo ejerce un liderazgo interno, sino, además, por su función, se proyecta como un rol de conducta íntegra, ética y serena, incluso —y sobre todo— en circunstancias adversas.


La agresión verbal, física o racista contra otra persona en un escenario futbolístico federado no solo es una infracción, sino una acción potencialmente delictiva, ya se trate de un hincha o de un integrante de equipo. Todo jugador, nacional o extranjero, integrante y representante de un escudo departamental o capitalino, es portador de una dignidad y de una responsabilidad que se debe proyectar, ya sea en una cancha municipal o en un torneo internacional.


Dicho sea todo lo anterior a propósito de reiterados casos de violencia antideportiva en encuentros futbolísticos de la liga mayor. No son sucesos nuevos, pero a estas alturas de la historia sí son más penosos e incluso abyectos, por constituir una negación total de lo que el deporte representa. En los encuentros deportivos hay emociones, sí; se levantan los ánimos, seguro, y hasta se disparan la euforias con la victoria o la indeseable derrota: esa es la vida y la alegría de apoyar a un equipo desde los graderíos. Es válido celebrar la victoria y lamentar el gol en contra. A la próxima será. De los fracasos también se aprende y, primero Dios, habrá un mañana para remontar la derrota.


Existe un abismo de diferencia entre esa exaltación emotiva y las conductas vandálicas, agresivas, cuasi tribales, en las cuales se deshumaniza al rival pero también a la propia simpatía, que para entonces ha dejado de ser deportiva. El más reciente caso ocurrió el 18 de mayo último, cuando el director técnico de un equipo que perdió la final del torneo nacional —no se mencionan nombres porque ya se conocen y para no zaherir susceptibilidades— agredió a un integrante del cuerpo técnico de los rivales en plena cancha, a la vista de aficionados, familias y también niños. Sea quien sea, no existen excusas para tales arrebatos públicos, incluso en reacción a provocaciones. De hecho, al inicio del juego, el autobús del equipo visitante fue recibido por aficionados de casa a pedradas y botellazos.

Cualquier perpetrador de esta clase de barbarie es un cobarde porque se oculta en el anonimato de la masa, sea del equipo que sea. La repetición impune de esta clase de hechos solo agrava los riesgos de ulteriores y más graves eventos, por lo cual la Federación Nacional de Futbol debería tomar medidas disciplinarias sin precedentes para frenar esas actitudes. Quizá es mucho esperar, pero la exigencia debe ser alta si se pretende dignificar el balompié e incluso mejorar los ingresos mediante el retorno de las familias y grupos pacíficos de fanes a los estadios. Vergonzosa, abyecta, fruto de una irresponsable gestión de seguridad fue la invasión de la cancha ocurrida el 4 de mayo último por hinchas enardecidos del equipo que perdió la semifinal. Estos energúmenos fueron a increpar, insultar y empujar a varios integrantes de su propia escuadra, ante la inacción de las fuerzas policiales. De hecho, el refuerzo de vallas y alambrados en estadios debería ser innecesario, por la misma dignidad de la búsqueda de excelencia y demostración de superioridad técnica sobre la grama. Pero a la vez, la identificación y encausamiento de bochincheros se hace lamentablemente necesaria, como medida de los equipos para salvar responsabilidades y como elemental política de protección a los seguidores civilizados que no por ello pierden la emoción del triunfo o la agonía de la derrota.