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El fin de la dictadura más nefasta de los últimos
Funcionarios estadounidenses se preparan para un posible ataque contra Irán en los próximos días.
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El pasado viernes, Israel ejecutó un ataque quirúrgico contra instalaciones estratégicas en Irán, escribiendo quizás la última página de una teocracia que, por más de 40 años, ha oscurecido su tierra y las ajenas, con la sombra del miedo. Teherán respondió con ferocidad, activando misiles balísticos de medio alcance, lanzando drones hacia Israel y amenazando con cerrar el estrecho de Ormuz, por donde fluye más del 20% del petróleo y el 30% del gas que se consume globalmente.
En el estrecho de Ormuz fluye más del 20% del petróleo y el 30% del gas que se consume globalmente.
Desde 1979, el régimen de los ayatolás ha gobernado con puño de hierro, reprimiendo brutalmente toda forma de disidencia. Durante más de cuatro décadas, esta teocracia implacable ha condenado a millones de mujeres, niñas y minorías a vivir bajo normas arcaicas disfrazadas de religión. Jóvenes colgados en plazas públicas, periodistas y activistas encarcelados sin juicio. Ahora, miles de ciudadanos intentan huir, mientras crecen las sublevaciones internas. Si el régimen islámico colapsa, será el fin de una de las dictaduras más oscuras y opresivas del siglo XXI.
Lo que está en juego aquí no es solo el futuro político de Irán, sino la dignidad y libertad de todo un pueblo. Las calles de Teherán son el escenario donde miles de iraníes, hartos del fanatismo religioso extremista, han salido a protestar para exigir el fin de un régimen en descomposición. Claman por el cierre definitivo de una dictadura envejecida, aislada y cada vez más impopular incluso dentro de sus propias fronteras.
La llamada Guardia Revolucionaria de Irán, no es un cuerpo de defensa, sino un ejército ideológico con tentáculos en Siria, Líbano, Yemen e Irak. Su brazo más visible, Hezbolá, amenaza a Israel desde el Líbano, mientras los hutíes bombardean el mar Rojo con tecnología iraní. La caída de este régimen es necesaria y urgente para el mundo civilizado.
Israel —con el respaldo de Estados Unidos, el Reino Unido y países árabes que comparten la visión de Irán como enemigo común— ha actuado en estrecha coordinación con sus aliados. Arabia Saudita, Emiratos Árabes y Baréin han compartido inteligencia, demostrando que los Acuerdos de Abraham no eran solo diplomacia, sino también estrategia de supervivencia. Del otro lado, Irán cuenta con el respaldo —tácito o abierto— de Rusia, China, Siria y Corea del Norte, conformando un bloque que desafía el orden occidental.
El arsenal involucrado en esta confrontación es alarmante. Israel dispone del sistema Iron Dome, misiles Jericó con capacidad nuclear, aviones F-35 y, con el Mosad, una de las mejores inteligencias del mundo. Irán, aunque rezagado tecnológicamente, posee misiles Shahab-3 y drones suicidas Shahed-136, los mismos que Rusia ha empleado en Ucrania. Sin embargo, a pesar del componente bélico, el verdadero temor es un colapso económico global, provocado por la inestabilidad en el golfo Pérsico.
Si Irán cumple su amenaza, el barril de petróleo podría superar los US$150 en cuestión de días. Europa, ya debilitada por la guerra en Ucrania, entraría en recesión. Y Estados Unidos se vería obligado a intervenir directamente, no solo para proteger a Israel, sino para garantizar el flujo energético global.
El mundo debe estar preparado para lo que viene. Esta guerra puede arrastrar consigo a todo el Oriente Medio. Basta un error, una lectura equivocada de radar o una decisión fanática para iniciar un incendio mundial. Si un misil iraní —guiado por odio y cálculo torpe— cayera sobre el Domo de la Roca en Jerusalén, epicentro espiritual del mundo, las consecuencias no serían solo diplomáticas, sino apocalípticas. En un instante, el conflicto local escalaría a una guerra regional de grandes proporciones y de ahí, a un enfrentamiento global.