El cielo nos habla

El cielo nos habla

No basta con la curiosidad, pero esta puede ser el motor de la nave de la innovación y el descubrimiento.

Enlace generado

Resumen Automático

29/06/2025 00:05
Fuente: Prensa Libre 

Vivimos en un territorio en el cual hay ojos observando atentamente el cielo desde hace milenios. Así lo demuestran ciudades mayas cuyo trazado está orientado a la conmemoración de solsticios y los equinoccios, tal el caso de Uaxactún, en Petén; Takalik Abaj, en Retalhuleu, o la capital kaqchiquel Iximché, solo por citar unos ejemplos. El propio cálculo del calendario maya, de inusitada exactitud aún vigente y comprobable, se basa en observaciones astronómicas inmemoriales que aún se pueden revivir en esos y otros sitios arqueológicos.

En efecto, muchos guatemaltecos de todas edades comparten la fascinación por admirar el cosmos y desde hace décadas existen grupos como la Asociación Guatemalteca de Astronomía, que no solo fomenta jornadas de observación, sino foros, grupos de lectura y espacios de formación científica. La astrofotografía es una rama que ha tenido un crecimiento enorme en la década reciente, integrando paisaje, patrimonio y técnicas estéticas a los deslumbrante retratos del firmamento.

El imaginario guatemalteco tiene en sus raíces culturales prehispánicas el abordaje simbólico de los astros, y ello se puede ejemplificar en varios relatos del Popol Vuh, como el del gigante Zipacná que, al descubrir la trampa que le habían tendido 400 muchachos, derrumbó la casa donde estaban. Según el relato cosmogónico, los padres creadores, para honrar a estos jóvenes, los convirtieron en estrellas.

Sin embargo, existe otra arista de esta fascinación estelar: hay guatemaltecos que han dedicado su vida a las ciencias aeroespaciales, en busca de nuevos horizontes profesionales y también de aportes o descubrimientos. Hace apenas un lustro, un vuelo espacial japonés lanzaba al espacio el cubesat Quetzal-1, primer satélite guatemalteco, elaborado por estudiantes y catedráticos de la Universidad del Valle, bajo la dirección de los ingenieros Luis Zea y Víctor Ayerdi; todo un hito, cuyo desarrollo estuvo lleno de aprendizajes, registrados en el libro Esperanza desde el cielo, que debería ser lectura obligada en el sistema educativo del país.

En el reportaje sobre exploración espacial que presentamos hoy se hace una recapitulación de la historia de la exploración espacial de la era moderna, iniciada como un efecto colateral de la llamada Guerra Fría, pero que cristalizó anhelos, inteligencias y objetivos de conocimiento sobre el universo que nos rodea. Lo fascinante es que mientras más se descubre, surgen más preguntas o, como lo expresaba el filósofo griego Sócrates: “Mientras más aprendo, más me doy cuenta de cuánto ignoro aún”.

Y justo allí radica la gran metáfora del cielo nocturno, como un enigmático desafío para el observador, sobre todo si es un niño o un joven. ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar en la búsqueda de respuestas científicas a tus inquietudes? No basta con la curiosidad, pero esta puede ser el motor de la nave de la innovación y el descubrimiento, sobre todo porque la exploración espacial ha brindado numerosas soluciones en la medicina, en la industria y hasta en el desarrollo de la comunicación. No habría internet sin satélites y no habría satélites sin un cúmulo de esfuerzos iniciados hace siete décadas.