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VPH y cáncer de cérvix: Guatemala enfrenta muertes prevenibles pese a vacuna disponible
Guatemala reporta cientos de muertes por cáncer de cérvix cada año, pese a que la vacuna contra el VPH está disponible en el sistema público.
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Si se reúne en una habitación a 10 personas adultas, es probable que nueve estén infectadas con el virus del papiloma humano (VPH), del que existen más de 200 serotipos, aunque no todos son de alto riesgo. Aproximadamente 15 están relacionados con algún tipo de cáncer, entre ellos el de cérvix, el segundo más frecuente entre las guatemaltecas.
Al ser la infección de transmisión sexual más común, el VPH representa un problema de salud pública, y la vacunación en mujeres y hombres se convierte en una estrategia costo-efectiva para evitar su propagación.
En Guatemala se detectan cada año cerca de mil 761 nuevos casos de cáncer de cérvix, y la mitad de las mujeres diagnosticadas fallece, según datos del Observatorio Mundial de Cáncer, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), correspondientes al 2022.
De acuerdo con el médico Héctor Manuel Cortez, residente de oncología ginecológica en el Instituto de Cancerología (Incán), el VPH es un virus ubicuo; es decir, está presente en todo el mundo. Es muy específico en su especie: solo infecta a los humanos y se transmite exclusivamente por actividad sexual.
Este agente infeccioso puede producir lesiones benignas, como verrugas genitales, y también malignas, que provocan anomalías celulares que pueden evolucionar en cáncer. Los serotipos 16 y 18 son los más oncogénicos.
Cortez explica que una persona puede estar infectada con el VPH, pero si su sistema inmunitario es competente, puede no enfermar; sin embargo, continúa siendo portadora y puede infectar a otra. Si esa otra persona tiene inmunosupresión —defensas bajas—, el virus se aprovecha y provoca la infección, que, de no atenderse a tiempo, puede derivar en cáncer.
“El VPH tiene una característica muy particular: es un virus intracelular obligado; tiene que entrar en las células del ser humano. Con que entre en una sola y su ADN se ensamble o haga conexión con el ADN de la célula, empieza la replicación. Estas dos generan más células, y así, sucesivamente, se forma un tumor”, dice el especialista.
Héctor Manuel Cortez, residente de oncología ginecológica en el Instituto de Cancerología (Incán)
Las primeras manifestaciones del virus, tanto en mujeres como en hombres, son las verrugas cutáneas o algún lunar que antes no estaba en los genitales externos. No genera dolor, hemorragia ni disfunción sexual, por lo que la única manera de detectar y rastrear el virus es mediante la prueba de ADN del VPH.
Al cáncer de cérvix se le conoce como una enfermedad de los pobres, pues su prevalencia y mortalidad se asocian a condiciones socioeconómicas desfavorables, al bajo acceso a servicios de salud y a la escasa educación. Además, en estas poblaciones las mujeres suelen tener más hijos, y un mayor número de embarazos constituye un factor de riesgo, no por el embarazo en sí, sino por la cantidad de relaciones sexuales que llegan a tener.
Problema histórico
En el siglo pasado, eran altas las probabilidades de que las mujeres diagnosticadas con cáncer de cérvix murieran. Cuando se desarrollaron estrategias más eficaces y eficientes para detectar la enfermedad, la mortalidad comenzó a reducirse, señala Cortez. Hoy se cuenta con el Papanicolau y la prueba de ADN, que se practica en células del cuello uterino.
Pese a que los métodos existen y la población tiene acceso a ellos, las mujeres guatemaltecas siguen muriendo, y las barreras culturales son parte de la explicación: no asisten a los servicios de salud, creen que es un proceso doloroso, sienten vergüenza de ser examinadas por un médico, enfrentan la negativa de sus parejas para que se hagan la evaluación, le restan importancia al problema o tienen información errónea sobre el VPH.
El papanicolau, por ejemplo, es una prueba de detección a un precio accesible que permite a los médicos identificar lesiones no visibles al ojo humano. Mientras más temprano se realice, mayor es la posibilidad de curación. “Si detectamos el cáncer en una etapa muy avanzada, las posibilidades de curación se reducen al 15 o 20 por ciento”, dice Cortez.
Tomando en cuenta este escenario, el ginecooncólogo considera la vacunación contra el VPH en niñas y niños como la medida de prevención más acertada para evitar la diseminación del virus.
Prevención sencilla
El Ministerio de Salud mantiene la vacunación contra el VPH para mujeres de entre 9 y 18 años, y varones de entre 9 y 10 años. La razón: la vacuna ofrece mayor beneficio en quienes no han iniciado una vida sexual, y son quienes están en mayor riesgo.

La vacunación está disponible todo el año en los servicios de salud, y en centros educativos, entre marzo y agosto. Aunque el fármaco está disponible, las barreras culturales limitan el alcance en la población objetivo, ya que algunos padres no están anuentes a que sus hijos se vacunen, pues no comprenden la importancia de la prevención.
Aplicar la vacuna en personas adultas no es tan efectivo como hacerlo en edades tempranas. Estudios demuestran que no hay diferencia significativa entre vacunar o no a quienes ya tienen una vida sexual activa. La tasa de prevención puede bajar hasta 40%.
Un aspecto importante es la inmunidad de rebaño; es decir, que entre más personas estén vacunadas, menor será la posibilidad de que el VPH se propague. Incluso, quienes no están vacunados pueden beneficiarse de forma pasiva, al recibir anticuerpos en forma indirecta.
Cortez recomienda que las niñas de entre 9 y 14 años reciban dos dosis, para alcanzar el nivel óptimo de protección, y las mayores de 15 años deben recibir tres.
Existen tres tipos de vacuna: la nanovalente, que protege contra nueve serotipos; la tetravalente, contra cuatro; y la bivalente, contra dos. Todas ofrecen protección contra los serotipos 16 y 18, que son los que tienen la mayor incidencia en formar tumores y cáncer.
La estrategia del Ministerio de Salud es vacunar a grupos de niñas nacidas en el mismo año. Se sigue el esquema aprobado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que establece una dosis. Para el 2024 se vacunó al cien por ciento de las niñas que cumplieron 15 años —nacieron en el 2009—; se inmunizó a 173 mil 156. Este año, el 89% de las nacidas en el 2010 —que han cumplido 15 años— han sido vacunadas, lo cual equivale a 158 mil 847, según datos oficiales. La vacunación de varones se implementó el año pasado.
Al 18 de agosto, el Ministerio de Salud tenía disponibles 180 mil 188 dosis en los servicios de la red pública; además, había 385 mil 160 almacenadas, según reportó el Departamento de Asistencia Técnica en Medicamentos, Equipos Clínicos, Biológicos y Productos Afines.
El presupuesto asignado por esa cartera para la adquisición del biológico en el 2025 es de Q43 millones. Las vacunas se compran por medio del Fondo Rotatorio de la OPS.
Uno de los principales retos que enfrenta Salud para alcanzar a una mayor población con la dosis del VPH es que los padres lleven a sus hijos a vacunar, especialmente en áreas con baja cobertura. El personal salubrista hace esfuerzos para llegar a las comunidades más alejadas y también se trabaja en promoción, educación y campañas masivas sobre los beneficios de la vacuna. Además, el Ministerio articula acciones con el Programa de Salud Escolar, el Ministerio de Educación y las organizaciones de padres de familia, para alcanzar a las niñas que deben protegerse.

La meta para el 2030
La Organización Mundial de la Salud (OMS) propuso como meta para el 2030 reducir la incidencia del cáncer de cérvix a cuatro casos por cada cien mil mujeres en el mundo. Esto sería posible con la estrategia 90-70-90.
El objetivo es que el 90% de las niñas sean vacunadas contra el VPH antes de cumplir 15 años; que el 70% de las mujeres de 35 y 45 años sean tamizadas con una prueba efectiva y que el 90% de las diagnosticadas con cáncer de cérvix reciban tratamiento oportuno.
Faltan cinco años para la fecha establecida por la OMS, y Cortez considera lejano que Guatemala cumpla con esta.
Sin embargo, se hacen esfuerzos. El Ministerio de Salud mantiene la vacunación de niñas, y el Proyecto Success permitió hacer pruebas para detectar el VPH a más de 50 mil mujeres en los servicios de salud pública. Se utilizó la autotoma como estrategia para la detección, y la ablación térmica como tratamiento ambulatorio para pacientes con lesiones.
¿Cómo funciona?
Se entrega un kit de autotoma que incluye un hisopo o cepillo especial. Las mujeres recogen en su hogar la muestra vaginal, la colocan en un tubo especial, y se analiza posteriormente en un laboratorio.
De acuerdo con el ministro de Salud, Joaquín Barnoya, esta es una alternativa al papanicolau, que funciona en países de alto ingreso, pero que en Guatemala no es culturalmente aceptado. La autotoma, en cambio, permite llegar a zonas rurales y de difícil acceso, y evita a las pacientes someterse a un examen con espéculo, que puede resultar incómodo.
El proyecto se ejecutó con el apoyo del Ministerio de Salud y los resultados revelaron que el 18% de las mujeres tenía un VPH de alto riesgo. El 93% de ellas recibió tratamiento.
Distintos escenarios
Cuando una mujer es diagnosticada con cáncer de cérvix, puede enfrentarse a cuatro realidades, según el estadio de la enfermedad:
- Estadio uno: hay posibilidad de practicar una cirugía y la cura es posible en el 95% de los casos.
- Estadio dos: la operación ya no es opción. Se requiere un tratamiento más intensivo, con quimioterapia y radioterapia. Las posibilidades de curación alcanzan el 70%.
- Estadio tres: la paciente debe someterse a quimioterapia y radioterapia, y la probabilidad de curación se reduce al 40%.
- Estadio cuatro: ya no es posible curar la enfermedad, y solo se pueden ofrecer cuidados paliativos, una terapia de mantenimiento enfocada en evitar el dolor.
El médico considera que si las mujeres estuvieran informadas sobre las consecuencias del VPH, esta realidad sería distinta. El cáncer no solo tiene un impacto económico en los hogares, sino también reduce la esperanza de vida por mortalidad prematura y puede dejar en la orfandad a muchos niños.
“Si detectamos el cáncer en una etapa muy avanzada, las posibilidades de curación se reducen al 15 o 20 por ciento”.
Héctor Manuel Cortez, residente de oncología ginecológica en el Instituto de Cancerología
Segunda oportunidad
Cada año, Azucena se sometía al papanicolau, como parte de su control ginecológico, y cada vez el resultado era normal. La vida le cambió en mayo del 2024, cuando, al someterse a la prueba, presentó una leve hemorragia.
El médico sospechó que se trataba de un pólipo cervical —crecimiento anormal de tejido—, por lo que decidió esperar el resultado del examen. El estudio arrojó que “tenía una pequeña inflamación”, pero recomendaba otro control.
En octubre, Azucena se practicó de nuevo el examen. La decisión del ginecólogo de entregarle el resultado personalmente —y no enviárselo por WhatsApp, como antes— encendió las alarmas para esta mujer de 49 años. “Su resultado salió mal, tiene cáncer”, le dijo el médico.
La noticia sacudió el mundo de Azucena. Sabía lo que implicaba: por más de 20 años ha sido enfermera en las Verapaces y, durante su carrera, ha visto a muchas mujeres enfrentarse a la enfermedad; algunas con éxito, otras no. Sin embargo, la explicación del especialista, quien le aseguró que lo superaría, le dio ánimo. “Yo no me voy a morir de cáncer, me voy a morir de otra cosa”, pensó.
Le hicieron una biopsia que confirmó el diagnóstico. Para entonces, ya era diciembre. Gracias a su trabajo, Azucena mantenía buena relación con varios ginecólogos, quienes la apoyaron en el proceso. Varios la examinaron, pero coincidían en que el cuello uterino se veía sano. No encontraban explicación para los resultados previos, que confirmaban un cáncer de cérvix.
Una luz
En enero del 2025 buscó la opinión de un oncólogo ginecológico. Tras estudiar su caso y hacerle más pruebas, este le recomendó una histerectomía total. El costo era elevado. “No sabía si me iba a infartar por el problema de salud o por el precio que me dio el doctor”, recuerda.
Decidió buscar una segunda opinión. Logró contactar a una especialista en la capital, pero no había espacio hasta en tres meses. Un milagro ocurrió: una paciente canceló su cita y así fue atendida pocos días después.
En la clínica expuso su caso y explicó que otro médico había sugerido una histerectomía total. Tras evaluarla, la ginecóloga concluyó que el problema podía resolverse con un Cono Leep —un método poco invasivo y altamente efectivo que puede evitar la progresión a un cáncer invasivo—.
Mientras gestionaba atención privada, Azucena también trataba de ingresar a los servicios del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS) de su localidad. Para su sorpresa, el día que obtuvo la cita, su expediente fue trasladado a la capital.
El ginecólogo que la atendió coincidió en que era candidata para un Cono Leep. Los estudios previos fueron suficientes para que programaran el procedimiento para la semana siguiente. Fue intervenida y ahora lleva una vida normal.
“Dios me dio otra oportunidad de vivir. Me asusté, tuve miedo y me sentía desesperada, pero Él puso ángeles a mi alrededor para que todo saliera bien, y aquí estoy”.
Azucena, sobreviviente de cáncer de cérvix
Azucena está convencida de que una actitud positiva influye en un buen pronóstico.
Su consejo para las mujeres es que se hagan un chequeo ginecológico cada año, para detectar cualquier anomalía. Si el resultado es positivo para cáncer, que busquen una segunda opinión y se traten a tiempo. A los padres, recomienda vacunar a sus hijas contra el virus del papiloma humano (VPH), principal causa de cáncer de cérvix. “La prevención es importante”, recalca.