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¿Intervención militar en México con el pretexto de la lucha contra los cárteles?
En los últimos años, la violencia asociada al narcotráfico en México alcanzó niveles alarmantes. Estados Unidos, afectado directamente por el flujo de drogas y la inseguridad fronteriza, ha incrementado la presión política para que se tomen medidas más enérgicas contra los cárteles mexicanos. Algunas voces en Washington, incluso el presidente Trump, han llegado a plantear […]
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En los últimos años, la violencia asociada al narcotráfico en México alcanzó niveles alarmantes. Estados Unidos, afectado directamente por el flujo de drogas y la inseguridad fronteriza, ha incrementado la presión política para que se tomen medidas más enérgicas contra los cárteles mexicanos. Algunas voces en Washington, incluso el presidente Trump, han llegado a plantear la posibilidad de una intervención militar directa bajo el argumento de combatir organizaciones terroristas criminales transnacionales. Sin embargo, esta idea no solo es extremadamente peligrosa, sino que también ignora la historia de las difíciles relaciones entre ambos Estados, la soberanía nacional y la evidente complejidad del problema del narcotráfico.
Tanto México como los Estados Unidos cuentan una larga historia de intervenciones fallidas. La misma idea de una intervención militar extranjera con fines “nobles”, tales como ayudar a un “régimen democrático” en dificultades, no es nueva para los Estados Unidos. Desde México en Texas y Cuba en el siglo XIX y en el XX, Haití, Corea y Vietnam hasta Afganistán e Irak, la historia reciente de Estados Unidos muestra que las intervenciones, por bien intencionadas que parezcan, suelen agravar las crisis que intentan resolver. Exportar un modelo militar para resolver un problema profundamente social, económico y político como el narcotráfico en México, seguramente generaría más caos y violencia que el orden que se deseaba.
Es evidente que México no es un Estado fallido, como algunos analistas estadounidenses han sugerido. El Estado mexicano tiene instituciones nacionales robustas, ciertamente débiles en algunas regiones, pero el país es una república con una estructura política democrática, una economía importante y una sociedad civil activa y participativa. Tratarlo como un “teatro de operaciones militares” sería repetir los graves errores cometidos en el pasado colonial y neocolonial en América Latina. México siempre ha respondido a todas las intervenciones militares extranjeras que ha sufrido y los resultados nunca han sido buenos.
Una intervención militar, por limitada que sea, sería una violación directa a la soberanía mexicana. La Constitución de México prohíbe la presencia de fuerzas extranjeras en su territorio sin autorización expresa. Cualquier intento de intervención unilateral, incluso bajo la bandera de la lucha contra el narcotráfico, sentaría un precedente peligroso para la relación bilateral y para la región latinoamericana en general.
Además, este tipo de intervención puede provocar una ola de nacionalismo defensivo que obstaculice la cooperación entre ambos países. Lo que ahora es una relación tensa, pero funcional en términos de seguridad y coordinación, podría convertirse en un enfrentamiento diplomático de consecuencias imprevisibles.
Los cárteles mexicanos no son ejércitos regulares. Ellos operan de manera clandestina, están incrustados en comunidades locales, y se alimentan de redes de corrupción que van desde policías municipales hasta empresarios y políticos. Un enfoque militar estadounidense podría transformar a regiones enteras en zonas de guerra, con consecuencias trágicas para la población civil, en un imparable escalamiento de la violencia.
Ya lo vivió México internamente con la militarización de la seguridad pública desde el sexenio del presidente Felipe Calderón. El resultado ha sido un aumento dramático en los niveles de violencia, desapariciones forzadas, violaciones a derechos humanos y desplazamientos internos. La entrada de tropas extranjeras no haría, sino amplificar esta tragedia.
Y habría sin duda graves efectos colaterales para los Estados Unidos. Una intervención militar no solo afectaría a México. Para Estados Unidos, podría generar una ola migratoria de refugiados sin precedentes, inestabilidad económica o un verdadero colapso en su segundo socio comercial, y reacciones adversas en la comunidad internacional. Además, abriría la puerta a la propaganda de adversarios geopolíticos como Rusia o China, que presentarían a los Estados Unidos como un agresor imperialista.
El problema del narcotráfico es binacional. Mientras haya demanda de drogas en los Estados Unidos y flujo de armas hacia México, los cárteles seguirán teniendo recursos. La solución pasa por fortalecer las instituciones mexicanas, reducir la demanda de drogas, controlar el tráfico de armas y atacar las redes financieras del crimen organizado. Esto requiere inteligencia, cooperación y diplomacia, no tanques ni misiles.
En conclusión, podemos afirmar que una intervención militar estadounidense en México sería un error histórico de proporciones mayúsculas. En lugar de resolver el problema del narcotráfico, lo agravaría, poniendo en riesgo vidas humanas, la estabilidad regional y las relaciones bilaterales. La lucha contra los cárteles debe ser firme, sí, pero también sensata, respetuosa y enfocada en las causas profundas del problema. México necesita aliados, no invasores.