TGW
Guatevision
DCA
Prensa Libre
Canal Antigua
La Hora
Sonora
Al Día
Emisoras Unidas
AGN
¿Alguien le preguntó a las abuelas?
En Guatemala, el silencio sigue siendo la norma en buena parte del territorio, ante las violencias que las mujeres viven cada día.
Enlace generado
Resumen Automático
Las historias de las familias se han levantado sobre mitos y leyendas que las generaciones repiten, sin cuestionar. Recuerdo haber oído, en mi adolescencia, cómo el abuelo de una familia cercana a la mía, se había robado a la abuela en una feria de pueblo subiéndola a su caballo, para fundar una familia de 11 hijos. Cuando escuché la historia, me pregunté si alguien le habría preguntado a la abuela cómo se había sentido entonces y si le había gustado haber sido “robada”. Posiblemente, nadie. Como dice Elsa Morante: “nadie piensa que una madre tiene cuerpo de mujer”.
Millones de mujeres en el mundo siguen viviendo impensables esclavitudes y violencias.
Por siglos, el silencio de las mujeres fue la norma. Nadie les preguntaba si habían deseado la vida que tuvieron, si alguna vez tuvieron un orgasmo, si hubieran querido trabajar fuera de casa o seguir estudiando, si querían ser madres o no, si estaban de acuerdo con los roles a cumplir o los estereotipos impuestos por su condición de género, si la justicia les cumplió cuando decidieron acceder a ella, si habrían querido aprender a leer o escribir, si en lugar de una lavadora o una plancha querían de regalo un viaje, una moto, un pintalabios o un libro. ¿Quién les preguntó sobre sus cansancios, sus sueños, sus dolores y afanes?
En Guatemala, el silencio sigue siendo la norma en buena parte del territorio, ante las violencias que las mujeres viven cada día. En el mundo, 1 de cada 3 mujeres ha vivido violencia al menos una vez en su vida. En Guatemala, el delito más denunciado es la violencia sexual en los cuerpos de las mujeres y es también el delito con el más alto porcentaje de impunidad. Pero hay otras violencias: la estructural, la simbólica, la cultural, la física, la política, la económica y ahora, la violencia digital, que está llevando a tantas niñas, adolescentes y mujeres a territorios muy oscuros.
Solo tenemos que voltear a ver lo que está sucediendo en el mundo para darnos cuenta de por qué seguimos, cada 25 de noviembre, intentando cambiar la realidad de millones de mujeres en el mundo: el caso Epstein que está tocando a los hombres con mayor poder del planeta y se levanta sobre los cuerpos abusados de tantas mujeres jóvenes; las mujeres de Afganistán, reprimidas, silenciadas, encerradas y violentadas por los talibanes que gobiernan ese territorio; el caso de la Manada, en España, que puso en el centro de la sociedad española un debate sobre la tolerancia a la violencia sexual y lo difícil del acceso a la justicia; todas las guerras, donde los cuerpos de las mujeres son cuerpos para la venganza del enemigo; la normalización de la violencia sexual en Guatemala, que deja cada año entre 70 mil y 100 mil niñas y adolescentes embarazadas, de las cuales el 89% corresponden a una violación y de ese porcentaje, el 30% es violación por sus mismos padres biológicos.
A mi abuela no se la robaron, a mi madre y hermanas tampoco, ni a mí. Pero yo no soy la medida del mundo. Millones de mujeres en el mundo siguen viviendo impensables esclavitudes y violencias; lo veo cada día de frente en mi trabajo. Para otras, el amor romántico y el patriarcado siguen norteando sus vidas, con sus propias complejidades y negaciones, recordándonos la brecha que abrieron las que nos antecedieron y la que nos toca aún abrir a nosotras, para las futuras generaciones. Las nuevas generaciones no se inmutan cuando escuchan sobre violencia sexual, patriarcado, feminismos, acoso sexual o nuevas masculinidades, entre otros. Hemos avanzado y se supone que ya no nos roban en las ferias del pueblo. Ahora, son los matrimonios infantiles, la captación o la violencia a través de las redes sociales, las interminables violaciones. Sin embargo, traigo a este espacio las palabras de Simone de Beauvoir cuando dijo: “Bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Esos derechos nunca se dan por adquiridos”. Por ello, es importante mantener el sospechómetro encendido y seguir nombrando lo que aún nos falta por alcanzar, para una garantía plena de los derechos de las mujeres y para seguir luchando por cambiar la historia de todas las violencias.