¿El fin del orden internacional basado en reglas?

¿El fin del orden internacional basado en reglas?

  Durante décadas, el sistema internacional se sostuvo sobre un conjunto de normas, tratados y procedimientos diseñados para garantizar cierta previsibilidad y equilibrio entre los Estados-naciones. Este orden, muchas veces llamado “orden internacional liberal”, surgió con fuerza tras la Segunda Guerra Mundial y se consolidó con la creación de diversos organismos multilaterales como las Naciones […]

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28/06/2025 08:54
Fuente: La Hora 

Durante décadas, el sistema internacional se sostuvo sobre un conjunto de normas, tratados y procedimientos diseñados para garantizar cierta previsibilidad y equilibrio entre los Estados-naciones. Este orden, muchas veces llamado “orden internacional liberal”, surgió con fuerza tras la Segunda Guerra Mundial y se consolidó con la creación de diversos organismos multilaterales como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio y los tribunales internacionales. El principio rector era claro: las relaciones entre los países debían guiarse por reglas, no por la imposición unilateral del poder y la amenaza de la fuerza militar. Sin embargo, en los últimos años, este modelo de reglas ha comenzado a resquebrajarse ante el ascenso de un sistema alternativo: uno en el que prevalece la fuerza de unos cuantos actores poderosos.

Este cambio no ha ocurrido de la noche a la mañana. Es el resultado de una erosión progresiva del respeto a las normas internacionales, acompañado por una creciente desconfianza hacia las instituciones multilaterales. Actores como Estados Unidos, China, Rusia e incluso algunas potencias regionales han comenzado a actuar con base en intereses estratégicos inmediatos, más que en compromisos institucionales. En este nuevo escenario, lo que importa ya no es lo que está permitido según las normas internacionales, sino lo que cada actor puede hacer sin pagar un costo inaceptable.

Un ejemplo evidente de esta transformación fue el crecimiento de la “alianza militar Atlántica”, la OTAN en 1999 y 2004, sin respetar las protestas y los intereses nacionales geoestratégicos de Rusia. Posteriormente en 2022, como resultado de la amenaza de integrar a Ucrania en la OTAN, para evitarlo Rusia invadió ese país. A pesar de la condena internacional y las sanciones económicas, Moscú decidió actuar militarmente para imponer sus intereses estratégicos, despreciando acuerdos previos y la soberanía nacional ucraniana. De igual manera, China ha adoptado una actitud cada vez más asertiva en el Mar del Sur de China, construyendo islas artificiales y militarizando la región, en abierta contradicción con los fallos de tribunales internacionales.

Por su parte, Estados Unidos, tradicional defensor del orden basado en reglas, ha mostrado también su alejamiento del multilateralismo. Desde la primera administración de Trump, quien retiró al país de tratados internacionales clave como el Acuerdo de París o el pacto nuclear con Irán, hasta sus recientes posturas proteccionistas y unilaterales, Washington ha enviado señales inequívocas de que no se siente obligado por sus compromisos previos con un orden regido por normas comunes a todos los Estados. El mensaje que perciben otras naciones es claro: las reglas solo importan mientras no contradigan los intereses de las grandes potencias.

En este contexto, instituciones como la ONU o la Corte Penal Internacional enfrentan una crisis de legitimidad y eficacia. Los constantes vetos en el Consejo de Seguridad, las decisiones judiciales ignoradas por los poderosos, y la falta de capacidad para prevenir o resolver conflictos muestran que los mecanismos institucionales ya no son suficientes para frenar el uso de la fuerza o la imposición de intereses particulares de los países poderosos.

Este desplazamiento hacia un sistema basado en la fuerza tiene implicaciones profundas. Primero, incrementa la incertidumbre global, ya que los actores más débiles pierden garantías frente a los más fuertes. Segundo, incentiva la carrera armamentista y la lógica de la disuasión en lugar de la cooperación. Tercero, debilita la resolución pacífica de conflictos y agrava los riesgos de escaladas militares. Finalmente, rompe con la aspiración de un sistema internacional más equitativo, donde todos los países, independientemente de su tamaño o poder, puedan hacer valer sus derechos.

La pregunta que surge es si este nuevo sistema basado en la fuerza será la norma del futuro o si aún es posible revitalizar el orden basado en reglas. Algunos sostienen que el equilibrio puede recuperarse mediante una reforma profunda de las instituciones internacionales, haciéndolas más representativas, democráticas y eficaces. Otros, más pesimistas, ven inevitable el retorno a una especie de «neo-realismo» global, donde solo importa el poder relativo y la capacidad de imponer la voluntad propia.

En cualquier caso, lo que estamos presenciando no es simplemente una etapa turbulenta, sino un reordenamiento estructural del sistema internacional. Y aunque los cambios puedan parecer lejanos o abstractos, sus efectos se sentirán en todo el mundo, desde la seguridad energética hasta los derechos humanos, desde el comercio hasta la migración. La comunidad internacional debe decidir si quiere vivir en un mundo de normas o en uno dominado por la fuerza. Esa decisión, aunque compleja y difícil, sin duda determinará el futuro del orden global por décadas.

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