Con el soplo de la tradición

Con el soplo de la tradición

Juan Fernando Girón Solares   CUARTA PARTE   El desplazamiento desde su natal Santa María de Jesús hacia la Antigua Guatemala, la tarde del Cuarto Viernes de la Santa Cuaresma, no fue tan complicado para Nicolás en esta oportunidad, puesto que don Chepe, uno de los proveedores de maquinaria y equipo para la finca en […]
18/03/2023 00:06
Fuente: La Hora 
Juan Fernando Girón Solares

 

CUARTA PARTE

 

El desplazamiento desde su natal Santa María de Jesús hacia la Antigua Guatemala, la tarde del Cuarto Viernes de la Santa Cuaresma, no fue tan complicado para Nicolás en esta oportunidad, puesto que don Chepe, uno de los proveedores de maquinaria y equipo para la finca en la que presta sus servicios laborales, le brindó un jaloncito hasta la alameda de El Calvario, donde las copas de sus árboles ofrecían una hermosa postal que conjugaba con la alta temperatura que se experimentaba en aquel emblemático sitio de la ciudad colonial. El devoto músico, aprovechó pasar un momentito a saludar al Cristo que se venera en el interior del templo de El Calvario y elevar una plegaria al altísimo pidiendo su protección, lugar en el cual a esa hora, se realizaba el rezo del Santo Viacrucis.

Cumplida la tarea, se dirigió presuroso en búsqueda del entronque de la Calle del Agua, donde cada vez más era notoria la presencia de una multitud que al igual que él, se encaminaba al sitio que atrae la devoción mayoritaria de cada “cuarto viernes” en la ciudad de las Perpetuas Rosas: el TEMPLO DE SANTA ANA, donde se realiza en aquella fecha y desde hace muchísimos años, la solemne velación de la Consagrada Imagen de Jesús Nazareno de la Dulce Mirada, una preciosa talla del redentor camino al monte Calvario, que a diferencia de otras imágenes nazarenas tan veneradas, su cabello está tallado, por lo que no utiliza cabellera. Sin embargo, era su mirada lo que más le impresionaba;  no por algo había escuchado que a este Cristo, se le conocí efectivamente como el de la Dulce Mirada.

A pesar de repetir su rutina para instalarse en cada Velación de viernes de Cuaresma, Nicolás nunca sentía que fuese lo mismo. Cada actividad devocional era diferente, y cada una tenía digámoslo así su propia personalidad. Instaló su banquillo de madera al lado de la puerta, sacó de su bolsa sus infaltables compañeros, el tzijolaj y el tun, y con el agradecimiento al altísimo, a las cuatro y media de la tarde, se dejó escuchar por primera vez y en la Plazuela de Santa Ana, el característico sonido:

Tiririiiiiiiiii, tiriririrá, tiriritiriririrum… ¡TUM! ¡TUM! ¡TUM! …

Los asistentes al piadoso evento se emocionaron mucho al escuchar aquellos sonidos del fervor, que le daban un timbre muy especial a la velación que se desarrollaba en el interior del templo, con su alfombra, huerto, flores, aves, el telón y tantos elementos que se conjugaban, con un exquisito aroma de corozo que emanaban de unas veinte canoas, que la Hermandad había colocado a los pies de Jesús.

Y así cayó la noche con su negro velo, que envolvía el Valle de Panchoy. Cerca de las siete y media, los directivos empezaron a colocar con dificultad, varias docenas de sillas en el atrio, debido a la considerable cantidad de visitantes, y unos minutos después, los integrantes del prestigioso conjunto musical revestidos con oscuro traje y corbata empezaron a ocupar sus asientos, disponer de sus instrumentos musicales, unos de metal, los otros de madera. Se apoyaron en unas bases, en las que se colocaron algunos papeles que los músicos utilizarían mientras “tocaban sus marchas”. Potentes focos iluminaban el ambiente, cuando el Director de la Banda, levantó su batuta y la primera de tales composiciones se escuchó en forma atronadora, en la Plazuela del templo santaneco.

Si hay algo que a Nicolás realmente le fascinaba, era el escuchar las MARCHAS DE SEMANA SANTA. Esa música tenía un no sé qué, un algo especial, una mezcla tan hermosa de solemnidad y melodía, que cualquier persona que las escuche y crea en Dios, hace que se traslade a un pedacito de cielo aquí en la tierra.

Durante más de hora y media, se dejaría escuchar aquella música en el exterior de la Iglesia Católica de la Aldea de Santa Ana. Y en gran parte de ese período, nuestro personaje aprovecharía para hacer una pausa en su devoción penitencial, para escuchar con suma atención la interpretación de aquellas piezas musicales. Una persona, oportunamente designada para el efecto, haría uso de un equipo de amplificación de sonido para la presentación de cada marcha, previas palabras de elogio al autor o a la situación de cada composición fúnebre.

Su conocimiento en marchas de la época, si bien era limitado, le permitía identificar y recordar a algunas de ellas, sin perjuicio de la presentación, por lo imperdible de sus compases, de sus notas o de pronto su título. De esa manera, logró identificar sin lugar a ninguna duda, a MARTIRIO y sus tres agudos “golpes musicales”; a LA RESEÑA, por ser la marcha que le tocaban al Jesús de sus quereres, al lado de la Cruz de Piedra en la Merced, y a RAMITO DE OLIVO, debido a la dulzura del pequeño instrumento de viento, que parecido a su tzijolaj, iniciaba aquella incomparable composición.

Pero a diferencia de las mismas marchas que se interpretan en los cortejos procesionales de la época, las que se interpretan en los conciertos de velaciones van rematadas por un atronador aplauso para los integrantes de la banda de música, que todos los asistentes les obsequian al finalizar cada composición fúnebre. Y para todos aquellos que como Nicolás, sabemos muy poco de música, siempre es un motivo de especial admiración que los conjuntos que interpretan música fúnebre lo hagan con tan buena sincronía, talento y algo que es infaltable, el cariño que le colocan a cada pieza.

Pasan ya de las veintiuna horas del viernes, y la cantidad de asistentes al piadoso acto de la Velación crece en forma exponencial y paulatina. Algunos se detienen para escuchar con detenimiento el concierto. Otros en cambio, buscan el interior del templo para contemplar la escena velatoria, y al salir aprovechan para comprar una fotografía del evento, que pasará a engalanar la colección de estos documentos gráficos que con especial recelo se guarda allá en casa, o de pronto algún otro recuerdo como el monograma de la Hermandad, una insignia o alguna foto con el rostro de la imagen del Señor o de la Virgen. Especial atención merece la exposición que han hecho los directivos del grupo penitencial, de la hermosa túnica que solemnemente ha sido bendecida el domingo previo, al finalizar la santa misa, y que estrenará el Nazareno en su solemne procesión unas treinta y seis horas después.

En el atrio, el conductor anuncia la finalización del hermoso concierto, que de esa forma saluda al Señor de la Dulce Mirada, y se dejan escuchar luego del redoble de rigor, las impresionantes y sentidas notas de “LA GRANADERA”. Un aplauso final de la concurrencia; Director y músicos de viento y percusión se ponen de pie como un gesto de su gratitud, con lo cual se pone punto final, a aquel musical homenaje y regalo a los oídos de los asistentes, entre los cuales se encuentra nuestro querido Nicolás.

El frío de las horas nocturnas se hace presente con el descenso de la temperatura del medio ambiente. Es el momento de volver a interpretar sus autóctonos instrumentos, en la puerta del templo de Santa Ana, y hasta pasada la medianoche, Nicolás saludará a Jesús, y le agradecerá con los sonidos de la fe, que siempre saldrán de su corazón, con este grandioso emblema de la religiosidad popular antigüeña: el TOQUE INDÍGENA DE LA PENITENCIA…. La Cuaresma avanza de forma inexorable.