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Creando memorias memorables
La pregunta es: ¿Quién soy? ¿Qué estoy haciendo aquí y hacia dónde voy?
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Los granos del reloj de arena de la vida caen uno a uno cada día. Sin prisa y con el mismo ritmo cada 24 horas. No podemos retrasarlos ni tampoco adelantarlos. Solo podemos jugar con el tiempo, haciendo que cada minuto cuente tanto en calidad como en memorabilidad.
El juego es simple: solo podemos jugar con el tiempo si tenemos plena conciencia de él. Es decir, saliendo de esa burbuja rutinaria de vivir para el trabajo: dormir, manejar, trabajar, manejar, casa, dormir. Una rutina que nos envuelve en un hacer constante, pero sin conciencia del tiempo ni de nuestra esencia divina. Nos perdemos en papeles y pensamientos, existiendo sin realmente “ser”, olvidando el propósito consciente de vivir.
He vivido años medio dormido. Lo confieso. El aprendizaje lleva tiempo y sincronía. Hasta que no lo comprendemos, el círculo seguirá girando como ruleta, apostando por metas inculcadas por el constructo social y sus escalas de valores: tener chunches, cosas, marcas, estatus, carreras; todo creado dentro de un ideal de futuro que supuestamente anhelamos. Son aspiraciones legítimas y aceptables, siempre y cuando estemos despiertos y conscientes de quiénes somos, qué hacemos aquí y hacia dónde vamos. Sin esas respuestas, la vida transcurre inconsciente. No te das cuenta de que no te das cuenta.
Admito que escribir esto parecerá intrascendente para quienes viven inmersos en análisis políticos, económicos o sociales. Yo mismo, como académico, juego ese papel con frecuencia. Pero hay poco espacio para estas reflexiones que, al fin y al cabo, deberían ser prioritarias: ser conscientes del obsequio de la vida y de nuestra procedencia maravillosa y milagrosa.
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano se ha hecho estas preguntas fundamentales. Pierre Teilhard de Chardin las resume con perfección: “No somos seres humanos teniendo una experiencia espiritual; somos seres espirituales teniendo una experiencia humana”.
Sin esas respuestas, la vida transcurre inconsciente. No te das cuenta de que no te das cuenta.
También Immanuel Kant reflejó el conocimiento de la identidad divina al afirmar: “Dos cosas me llenan de admiración: el cielo estrellado y la ley moral dentro de mí”. La Biblia, en el Salmo 8, lo expresa con la misma fuerza: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?”.
La reflexión deviene de esa necesidad, si no misión, de vivir en la identidad consciente que nos permite priorizar nuestra escala de valores, dándole importancia a lo que realmente la tiene. Siempre me ha conmovido aquel versículo de Mateo 22: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”.
La conexión vertical es lo primero y fundamental: nuestra relación con el Creador, con Dios. La segunda es horizontal: con nuestro prójimo más próximo, la familia, y luego en círculos concéntricos que se van ampliando. Es lamentable que a pesar de que la familia es el núcleo fundamental de toda sociedad, cada día observamos más disfunción familiar y creciente individualidad.
Mañana salgo al extranjero por una razón muy especial y emotiva. Acompaño a mi querida hija Jennifer y a mi amado nieto Pedro en su primera gran volada fuera del nido familiar: su ingreso a la universidad.
Agradecido profundamente con Dios, soy plenamente consciente de estar creando memorias verdaderamente memorables.