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Famosa y desconocida
Quizá las autoridades correspondientes podrían reformar el acuerdo gubernativo para mantener sus alcances de protección, pero trasladando la conmemoración a otra fecha, para justipreciar el simbolismo del árbol nacional.
Su presencia es imponente pero la cotidianidad la convierte en parte del paisaje. Sus dimensiones son colosales y naturalmente asombrosas, pero a veces su tamaño se convierte en su gran enemigo. Su significado es profundo, misterioso, místico: un gran puente entre el cielo y el suelo; y si se incluye lo que no se ve, es decir sus raíces, también conecta esta vida con el inframundo: es la ceiba pentandra, árbol nacional de Guatemala desde el 8 de marzo de 1955.
En efecto, su día está fijado en esa fecha desde hace 70 años. Sin embargo, el enorme, justificado y siempre necesario auge de la conmemoración del Día de la Mujer —instituido en 1977 por la ONU— deja a la ceiba prácticamente a la sombra. Quizá las autoridades correspondientes podrían reformar el acuerdo gubernativo para mantener sus alcances de protección, pero trasladando la conmemoración a otra fecha, para justipreciar el simbolismo del árbol nacional. En tiempos de tanta destrucción medioambiental, valorar esta especie constituye una actitud que apunta a la protección de la cobertura forestal restante.
La ceiba pentandra tiene ese nombre debido a que su flor tiene cinco estambres. Tan solo el hecho de conocer este detalle puede convertirse en una interesante clase de Ciencias Naturales en escuelas primarias y secundarias. Esta característica floral, así como las fases de su reproducción y crecimiento, la distinguen de otras 20 especies de ceiba que existen en Centro y Sudamérica, Asia y África.
El célebre botánico guatemalteco Ulises Rojas, el mismo que validó la propuesta de declarar a la monja blanca como flor nacional, fue quien propuso convertir a la ceiba pentandra en el árbol emblemático de Guatemala, por su frondosa copa y generosa sombra que forman parte de las connotaciones otorgadas en la cosmovisión maya. Sus amplias ramas, que llegan a crear una fronda de hasta 50 metros en plazas como la de Palín, Escuintla, eran la representación perfecta del universo, que se conectaba a la realidad a través de un tronco grueso, inabarcable con los brazos de una sola persona: se necesitan varias para lograrlo, con lo cual se evoca la vida en comunidad. Finalmente, sus raíces extendidas y profundas denotan el lugar en donde están enterrados los ancestros, con lo cual también se convierte en un puente entre pasado, presente y futuro.
Muchas ceibas padecen los daños de quemas agrícolas en la Costa Sur, van muriendo lentamente, no solo por el daño infligido por el fuego, sino porque el ecosistema en el que reinan va desapareciendo. Todavía se les puede ver y apreciar en parques de varios departamentos, así como en carreteras de la Costa Sur, pero su número tiende a decrecer. En ciertas localidades se siembran ceibas, pero sin prever el terreno que necesitan al estar en su apogeo, por lo cual, después, las cercenan, al topar con cables o levantar el pavimento.
La ley de 1955, emitida en el gobierno de Carlos Castillo Armas, prohíbe la tala y quema de ceibas sin autorización. Quizá sea esa una de las razones por las cuales aún subsisten varias. Su simbolismo debe ir más allá de lo cívico o emotivo: debe invitar a la acción acerca de la conservación del entorno y del respeto que como humanos debemos tener a la naturaleza de la cual dependemos.