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¿Nos vamos a los Estados?
Con uno de cada 6 guatemaltecos haciendo vida en aquel país, muchos de ellos de los departamentos, el interés de turismo a Estados Unidos giró de un simple lujo reducido a algo más amplio.
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Ir a “los Estados” de turismo no es lo mismo que antes. Se ve en la demografía en los aviones comerciales, que ha cambiado radicalmente en mi tiempo de vida. Cuando niño, recuerdo bien el perfil de quien se iba. Me tocó notarlo en mis primeros años aquí. Yo venía de un ambiente europeo, pero luego aprendí lo que significaba para mis compañeros el viaje a fin de año para ver a Mickey. Más que solo la experiencia en sí, el caro viaje traía como premio colateral el derecho a presumir estatus a quien-puede. Eran tiempos diferentes. Había menos vuelos diarios y los boletos se compraban en una agencia de viajes. Era ahí, de hecho, donde gestionaban remotamente las visas migratorias. Al aeropuerto se llegaba en buen vestido y la experiencia se sellaba al saludar a la “gente conocida”. No solo es que hubiera una población nacional más reducida. Es que, además, el volar allá era destinado más a los círculos más privilegiados.
Detenidos por parecer latinos; o por solo hablar español; o incluso inglés, pero con acento.
Nada puede ser más distinto en la actualidad. Con uno de cada 6 guatemaltecos haciendo vida en aquel país, muchos de ellos de los departamentos, el interés de turismo a Estados Unidos giró de un simple lujo reducido a algo más amplio. Los primos que están allá publican fotos en redes sociales, y aquí son vistas en las más pequeñas aldeas. Las historias de fin de año, teñidas de colores otoñales, son nueva indicación de que en pocas semanas cambiará al blanco de la nieve. La ilusión de conocer aquel lugar se ha democratizado. Además, se ha vuelto más que una simple distracción. Los viajes allá, hoy significan también el visitar a padres; conocer sobrinos o darle el adiós a un hermano.
Pero el turismo no ha estado excento de los cambios radicales en aquella nación, por el advenimiento del trumpismo y su barrida contra las comunidades hispanas y el auge de sentimientos ultranacionalistas. La hostilidad, no solo de autoridades policiales, sino también de civiles fanáticos empoderados en la calle, provoca una reducción en la intención de pasar una vacación en aquel país donde, ciudades como Las Vegas -que dependen del turismo- calculan tener ya una pérdida del 11% sobre el año anterior.
Y la inseguridad para el hispano en las calles de EE.UU., en lugar de calmarse, parece que solo se incrementará en el futuro cercano. Esta semana, su Corte Suprema dio un veredicto sin precedentes, cuya consecuencia es que las personas podrán continuar siendo detenidas, interrogadas o hasta aprehendidas, tomando en cuenta su apariencia; sus rasgos fenotípicos (parecer latinos); o por el solo hecho de hablar español o, incluso inglés, pero con acento.
Miles de guatemaltecos viajan a EE.UU. el fin de año por un turismo democratizado en el tiempo. Pero este año puede ser distinto para quien busca esa opción. Las libertades individuales se pierden en aquel país. El solo hecho de hablar uno su idioma y que lo escuchen, puede crear tensiones o hasta un peligro. Ante esto, cada quien tomará sus riesgos, con sus propios recursos; desde el aldeano que en su humildad viaja a reunirse un tiempo con los suyos, hasta quien va a su apartamento en Brickell, pero que decide salir unos días a un lugar menos hispano que Miami. Tras una era transfronteriza, esta onda nos agarra a todos. Y nos obliga a tomar nuestras respectivas precauciones. Yo, a partir de todo esto, ya no salgo ni a la esquina en aquel país, sin mi pasaporte en original, incluso elevando el riesgo de perderlo. Y pidiendo a los cielos que, si me escuchan hablando en mi idioma, me den la oportunidad de demostrar que solo estoy allí -legalmente- por unos días. Es inverosímil; pero cada día más cierto.