“No kings”, debilidades de la intelectualidad

“No kings”, debilidades de la intelectualidad

El movimiento No Kings no es solo estadounidense. Representa el reto de muchas democracias.

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09/11/2025 00:02
Fuente: Prensa Libre 

Las protestas masivas contra el soberano Trump dejan lecciones y ejemplos del qué no hacer para quienes defienden el sistema democrático en países latinoamericanos, como Guatemala. Aquí, como allá, hay segmentos de la población atraídos a la imagen del fuerte, de un todopoderoso; del autócrata quien, con mano firme, pasa encima de lo construido colectivamente, con promesas de resultados inmediatos: así sean estos la seguridad, la economía, o entre tantas otras, la protección de la identidad. El escenario es dramáticamente distinto, sin embargo, entre el país de Trump y el nuestro. Mi generación, hoy en su apogeo, tuvo una juventud plagada de dictadores y sus derrocamientos mediante golpes de estado. Las violaciones a los derechos de la persona alcanzaron niveles aborrecibles. Aquí, por un ejercicio de expresión, se desaparecía a la persona, se le torturaba y mataba. Esa era una norma. La vileza, la crudeza fueron tales, que desde entonces aún intentamos eliminar del todo su sombra.

Nadie anda a mano con los libros de la teoría del Estado.

En el norte, en cambio, un torbellino antidemocrático actual los ha tomado todavía un poco por sorpresa y tomó ventaja de lo que parecen visos de ingenuidad. Trump, con su singular dominancia y un irrespeto absoluto por la tradición y la moderación, se acerca a la línea de eliminar la influencia de los otros poderes que conforman una República. Goza de partidarios que hasta esto le aplauden, irreflexivamente. Bien dijo el mismo presidente que su nivel de persuación era tal, que se saldría con la suya, aún si disparara una pistola a alguien frente a una multitud. Pero, como era de suponerse, encuentra también una fuerte oposición, que busca recuperar lo que queda de su democracia. A la manifestación más multitudinaria de oposición en las calles, le llamaron el movimiento “No-kings” (“No a los reyes”).

Espero no ser malinterpretado. El nombre del movimiento me parece bello, a la luz de lo aprendido sobre el Estado desde la escuela de Derecho. Evoca la creación de EE.UU. y su separación del poder monárquico inglés que, tras la Revolución Americana, cedió paso a la primera forma de expresión de autogobierno y que luego inspiró al Occidente en la senda de la soberanía popular, los derechos (entre ellos a ser representados) y las libertades populares. Trump, sin embargo, no se dio por ofendido al ser llamado un intento de rey. Más bien, con su astucia en comunicación, explotó una figura bien posicionada en el ideario: el rey, la corona, lo real, son expresiones usadas en positivo. Había que conocer la historia para vislumbrar el problema; supongo que no todos tenían a mano sus libros de Teoría del Estado.

El movimiento No Kings no es solo estadounidense. Representa el reto de muchas democracias. Es el debate que amenaza la continuidad de nuestra forma de Gobierno y sus principios, aún vigentes —con todo y abollones— desde 1986. Hoy, muchos firmarían con su voto su abolición. Venderían el principio, por lo inmediato. Por el hombre fuerte que pasa sobre lo construido colectivamente, sin que nadie ni nada pueda tan siquiera opinar. Convencerlos es un reto principal del presidente Arévalo, quien busca abanderar la democracia, siendo vecino de Bukele. Hay debilidad de la intelectualidad y sus movimientos, cuya elevación exige demasiado a las masas. No entiendo porqué le llamaron así al No Kings. Mejor se hubieran decantado por un “No a los dictadores”. Quién, acaso, quiere ser comparado con un Hussein, un Rafael Trujillo o un Gaddafi. Hay que aprender de esa desconexión entre las alturas intelectuales y el pueblo al que buscan persuadir. Nadie anda a mano con los libros de la teoría del Estado.