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Provocación de Rusia empuja a la Otán al límite
Si la provocación de Moscú escala sin control, el mundo podría estar a un paso de una nueva guerra mundial.
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La incursión de drones rusos en Polonia no fue un accidente, sino una provocación calculada para medir la cohesión de la Otán. Por primera vez en lo que va en la guerra en Ucrania, Rusia invadió el espacio polaco, enviando decenas de drones militares sobre uno de los 32 países miembros de la Otán, que tiene como premisa que, si se ataca a uno, los atacan a todos. Deja en el ambiente la sensación de que el continente europeo está más cerca de un conflicto abierto que en cualquier otro momento desde la II Guerra Mundial.
La reacción fue inmediata. Polonia derribó varios aparatos rusos en su defensa. Fue la primera vez que un miembro de la Otán disparó directamente en el marco de la guerra, una señal inequívoca de que la Alianza no tolerará la intromisión de Moscú en su espacio soberano. Varsovia activó el artículo 4 del Tratado del Atlántico Norte, convocando consultas de emergencia ante lo que describió como una grave amenaza a su seguridad.
La comunidad internacional reaccionó con contundencia. La Unión Europea condenó la agresión y la calificó como “la violación más grave del espacio aéreo europeo en décadas”. El Reino Unido la describió como “extremadamente imprudente”, mientras Canadá advirtió de que Rusia intenta expandir deliberadamente el conflicto. En EE. UU., varios congresistas llegaron a calificarla de “acto de guerra”, instando a sanciones más severas y a un mayor apoyo militar a Ucrania. El presidente ucraniano, por su parte, advirtió de que se trata de un “precedente extremadamente peligroso para Europa”, y pidió una respuesta aliada firme y coordinada.
Más allá de la condena, el episodio plantea preguntas sobre las verdaderas intenciones de Moscú. ¿Fue un error de cálculo o una provocación deliberada? La magnitud de la incursión, la precisión de los trayectos y el uso del territorio bielorruso como plataforma sugieren lo segundo. Rusia buscaba enviar un mensaje, probar la cohesión de la Otán, medir sus tiempos de reacción y sembrar la duda sobre la disposición de los europeos a defender cada centímetro de su territorio.
Hoy la pregunta no es si Rusia ha cruzado un umbral, sino cómo reaccionará Occidente para impedir que se cruce el siguiente.
El incidente obliga a reflexionar sobre tres dimensiones clave. En primer lugar, la estrategia de disuasión. Polonia ha presionado por años para reforzar su defensa aérea y desplegar sistemas antidrones de última generación, que ahora se revelan imprescindibles. En segundo lugar, la respuesta política de la Otán, aunque no se invocó el artículo 5, el recurso al artículo 4 muestra que la diplomacia sigue siendo la primera línea de contención, pero deja abierta la puerta a reforzar despliegues y patrullajes conjuntos. Finalmente, en la narrativa de seguridad europea, los líderes coinciden en que la agresión rusa obliga a acelerar presupuestos de defensa, coordinar escudos antiaéreos y, quizá, levantar un “muro antidrones” en la frontera oriental de la Alianza.
Europa ha reaccionado con unidad, pero la cohesión será puesta a prueba en los próximos días. Moscú apuesta a la fatiga occidental, a las tensiones internas en EE. UU. —pese al liderazgo de Trump— y a las fisuras dentro de la Unión Europea. Cada provocación busca desgastar, y cada respuesta occidental debe reconstruir confianza en la disuasión colectiva.
La incursión de drones rusos en Polonia no es un incidente aislado, sino un recordatorio brutal de que la guerra en Ucrania ya desborda sus límites geográficos. Si el objetivo de Putin era normalizar la idea de que las fronteras de la Otán pueden violarse sin consecuencias fatales, el desafío para Europa es demostrar exactamente lo contrario.
Hoy la pregunta no es si Rusia ha cruzado un umbral, sino cómo reaccionará Occidente para impedir que se cruce el siguiente. El futuro de la seguridad europea depende de la claridad y firmeza con que la Alianza responda a este ataque.