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¿Paz y amor imposibles?: el don del Espíritu Santo
¿Qué falta en las conciencias humanas para “decidirse por la paz”, venciendo los intereses? materialistas.
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El saludo inmediato tras su elección del nuevo Papa León XIV evocó el de Cristo Resucitado a sus sorprendidos discípulos: “La paz esté con ustedes” (Juan 20, 19-31), saludo que el Papa sigue repitiendo en sus intervenciones ante la prensa y diversos grupos que lo visitan.
¿Qué falta en las conciencias humanas para “decidirse por la paz”, venciendo los intereses? materialistas.
De hecho, el Señor tuvo que repetirlo como para despertar a los suyos de la incredulidad ante su resurrección y para enviarlos a llevar al mundo el inicio de una nueva época: la shalom o “paz hebrea” y la eirene o “paz griega” en el lenguaje de San Pablo habían comenzado con su victoria sobre la muerte, pero con una condición: volverse hacia el Resucitado, instaurador de una “paz/reconciliación” con el Padre y vivir una relación de fraternidad universal que ya intuyó en su encíclica Todos hermanos Papa Francisco.
Lamentablemente, a pesar de ver los horrores de las guerras y el odio, el mundo aún no sale de su sordera ante el anuncio de dicha paz y ante el llamado a superar las leyes del cálculo de economía de guerra y rencor en los corazones de una tercera guerra mundial que se da “a pedacitos” en varias regiones (Papa Francisco: 08.01.2024). ¿Qué falta en las conciencias humanas para “decidirse por la paz”, venciendo los intereses materialistas y lo “políticamente correcto” aunque moralmente reprobable?
El simple uso de razón ante la realidad de que “en la guerra nadie gana” pareciera suficiente, pero no es así: alguno siempre gana dinero en los conflictos. A esta dificultad de la paz parece unirse en la Nueva Noticia de mañana el recuerdo de la necesidad de cumplir, no una sugerencia u opinión, sino un mandato: el del amor entre hermanos, con el cual se selló la “nueva alianza” de la Última Cena (Juan 13,34).
¿Acaso se puede amar por mandato?, diría negando con la cabeza cualquier ciudadano del siglo XXI. Es acá donde tanto para la aparente tarea de la paz que conlleva el perdón y el encuentro como para llegar a amar se anuncia la acción del Espíritu Santo, quien capacita para la paz diferente de la del mundo, que la entiende como “el silencio posguerra o de cementerio” (León XIV: Saludo inicial del 08.05.2025 y Catequesis 15.05.2025). Hacia la efusión de ese Espíritu del Resucitado en Pentecostés se encamina ya la Iglesia en estas semanas.
La tercera persona de la Santísima Trinidad capacita portentosamente la limitación humana, al punto que San Agustín lo intuía pidiendo: “Señor, dame lo que me pides; entonces, pídeme lo que quieras” (Confesiones, Libro X). A la inteligencia y razón humanas, ciertamente ofuscadas por el pecado, acude la Gracia de dos dimensiones imposibles: la paz verdadera y el amor auténtico, ambas objeto de caricaturas por quienes detentan el poder político y dominan las redes sociales. La acción del Parákletos (o “abogado defensor”) que promete Cristo no es otra que iluminar las mentes y fortalecer los corazones.
También en nuestro ambiente de conflictos sociales innegables se llega un punto de violencia realizada o deseada que demuestra la ausencia de esa acción, no faltando defensores del “humanismo ateo” que afirman poder pacificar y amar sin Dios.
Que los cristianos de cualquier confesión acepten su poca invocación del Espíritu, sin despreciar la razón y la ley, pero sublimándolas con Él. Y sean así signos vivos del Jubileo de la Esperanza, que no defrauda, llevado en el fondo por el viento, fuego y luz del “da lo que se le pide, porque ama a quien lo pide” el Espíritu del Resucitado.