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¿Después de los 18, qué sigue?
Creo que es un buen momento para inyectarle más vida a un programa como este.
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Quienes trabajamos directamente con niñas, niños, adolescentes y jóvenes de escasos recursos sabemos la ansiedad que experimentan muchos de ellos algunos meses, e incluso años, antes de cumplir la mayoría de edad en Guatemala. A contextos cada vez más inciertos y tecnificados, se suman las condiciones de vida inapropiadas para un desarrollo integral que les permita vivir una ciudadanía plena. No es casualidad que haya 4 millones de connacionales en Estados Unidos.
Si contabilizamos los programas estatales para apoyo a la juventud, son muy pocos.
Anteriormente, las familias en situación de pobreza o pobreza extrema tenían muchos hijos que, demasiado pronto, se convertían en mano de obra para apoyar la economía familiar, sin importar que dejaran la escuela o realizaran actividades peligrosas e inapropiadas para su edad. Hoy, con leyes más restrictivas alrededor de la explotación laboral infantil en todo el mundo(bien), pero sin Estados de bienestar para millones de familias pobres(mal), las cosas siguen siendo complicadas.
El Ministerio de Educación proyecta que, al final de 2025, aproximadamente 150 mil jóvenes saldrán del nivel diversificado en Guatemala. A la gran mayoría de ellas y ellos le preocupan principalmente dos cosas: el empleo y la vivienda. Ojalá también su educación universitaria. ¿Quién les dará empleo a quienes nunca han trabajado? ¿Podrán seguir estudiando? ¿Tendrán que irse de casa y conformarse con los peores empleos y, encima, estar agradecidos? Existe la extendida creencia de que, al cumplir 18 años, tienen que comenzar a ser productivos para ellos y sus familias. Como si las agujas de un reloj cambiaran, por arte de magia, la realidad de millones de jóvenes en situación de pobreza y sin oportunidades, en el minuto en que se convierten en “personas mayores de edad”.
No voy a entrar hoy a hablar del sistema que engrasa estos mecanismos, porque me interesa, en este momento, hablar específicamente de un Programa de Becas que me parece que puede tener un impacto importante en la juventud guatemalteca. Se llama “Mi Primer Empleo” y busca facilitar la inserción laboral de jóvenes de entre 18 a 24 años, sin experiencia previa, en el sector privado. Vale la pena recordar que más del 70% de la población económicamente activa del país trabaja en el sector informal, lo cual significa cero prestaciones o estabilidad laboral. Este programa les da la oportunidad, por cuatro meses, de entrar a formar parte del sector formal y parte de un acuerdo que obliga a cubrir el salario mínimo de las personas becadas de la siguiente forma: el Ministerio de Trabajo subsidia un 51% del salario, mientras que los empleadores deben pagar el restante 49%. Al finalizar los cuatro meses, las empresas o cooperativas han contratado a la mitad de las y los becados. Los que no se han quedado, han recibido una indemnización. Al menos, eso dice el papel.
Actualmente, este programa está diseñado solo para 600 jóvenes, lo cual, a mi criterio, es insuficiente en una Guatemala donde más del 70% es menor de 29 años. Viendo algunos números sobre este programa de becas, vemos que se ha dado un total de 2,751 becas en los últimos 3 años, pero el número de jóvenes que aplicaron en ese mismo lapso fue de 48 mil 653. Eso muestra el interés de la juventud por buscar oportunidades laborales y también les habla a los gobiernos, a las empresas y a la sociedad en general sobre el apoyo que requieren las nuevas generaciones para desarrollarse plenamente y no seguir buscando trabajos en el norte. Si contabilizamos los programas estatales para apoyo a la juventud, son muy pocos. Leí en alguna parte una cita anónima que decía que “no siempre podemos construir el futuro de nuestra juventud, pero podemos construir nuestra juventud para el futuro” Creo que es un buen momento para inyectarle más vida a un programa como este.