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Afición guatemalteca llora la eliminación al Mundial en una noche de pesadilla ante Panamá
Las luces del estadio Manuel Felipe Carrera se apagaron entre lágrimas, silencio y resignación. Lo que se esperaba fuera una noche histórica terminó siendo otra página dolorosa para el futbol guatemalteco.
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Desde temprano, la ilusión estaba en el aire. Las gradas se tiñeron de azul y blanco, las voces se unían en un solo clamor: “¡Sí se puede, sí se puede!”. Miles de aficionados llegaron con el corazón lleno de esperanza, soñando con ver a Guatemala dar un paso más hacia su primer Mundial.
Durante los primeros minutos, el ambiente fue de fiesta. Banderas ondeando, familias enteras con camisetas de la Bicolor, niños con el rostro pintado, y un país que se atrevía a creer. Pero poco a poco, la alegría se fue apagando con cada gol de Panamá.
El doblete de Cecilio Waterman cayó como un balde de agua fría. Las miradas se cruzaban en las tribunas, buscando consuelo en medio del desconcierto. Cuando Arquímides Ordóñez y Rudy Muñoz lograron empatar 2-2, el estadio explotó en euforia. Por un instante, todo volvió a tener sentido. Se volvió a soñar.
Pero la ilusión duró poco. El tanto de José Fajardo al minuto 78 rompió en mil pedazos la esperanza colectiva. En las gradas, el silencio se impuso. Algunos bajaron la cabeza, otros cubrieron su rostro con las banderas, y no faltaron las lágrimas que rodaron sin contención.
“Otra vez no se pudo”, murmuraba una voz entre la multitud, mientras los jugadores se despedían del público con gestos de disculpa y agradecimiento.
No hubo fiesta, no hubo celebración. Solo caras largas, ojos rojos y abrazos entre desconocidos, unidos por la misma decepción.
El sueño mundialista volvió a escaparse entre las manos. Tocará esperar otros cuatro años para volver a intentarlo, con la fe de una afición que no deja de creer, aunque el fútbol le siga cobrando promesas rotas.
En El Trébol quedó grabada la imagen de un país que soñó, que alentó hasta el último minuto, pero que terminó enfrentando, una vez más, la dura realidad de quedarse en la orilla.

