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Turismo: el migrante es valor
Entre los que más quieren venir a Guatemala están los propios guatemaltecos.
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No dejo de recordar una nota periodística publicada en febrero del 2021. Se titulaba: Inguat: la mayoría de los turistas en 2020 fueron migrantes. Publicado por La Hora, el artículo resaltaba cómo en tiempos de pandemia, cuando el turismo internacional se desplomó, los que mantuvieron el interés por visitar nuestro país —según declaraciones de la propia agencia de turismo— fueron los que algún día se fueron de él. En un mundo de destinos, que compite por atraer turistas, es una fortuna tener un segmento tan natural, aunque no tan vislumbrado. Dicho con un poco de sarcasmo: ¿Quién lo hubiera imaginado? Entre los que más quieren venir a Guatemala están los propios guatemaltecos; los que añoran su tierra, desde otro lugar.
Actualmente, según nuestro ministerio del Exterior, cerca de cuatro millones de guatemaltecos viven alrededor del mundo. Se calcula que más del 90% de ellos están en EE. UU. Y aquí también aplica algo que he dicho en otros contextos: esos compatriotas son embajadores; millones de embajadores de nuestro país, que lo dan a conocer —según sus percepciones— a sus propios entornos personales; la mayoría, en el mercado de consumo más grande del planeta. Y es aquí donde viene una gran oportunidad, pues, si un reto dentro de las estrategias de crecimiento del turismo es lograr posicionar a Guatemala en la mente del consumidor, seguramente esos embajadores ya nos han abierto un camino. Uno, sin embargo, que se debe pavimentar para que funcione.
Ojo. El caso que argumenta por el valor del migrante en el turismo no se limita solo a su capacidad de darnos a conocer con otros. Ellos mismos, también, como lo reveló aquella nota, son principales interesados en venir. Claro, existen limitaciones, como la situación migratoria de tantos que, aunque quisieran, están amarrados por aspectos legales. Pero, como en todo, la población migrante está altamente segmentada y los nichos de quienes sí tienen libertad legal para viajar son enormes. Los datos de guatemaltecos en aquel país no son precisos, pero solo por dar una idea, según el PEW, un 27% de los nacidos en Guatemala ya tiene ciudadanía estadounidense. ¿Acaso hablamos, entonces, de un millón de potenciales viajeros?
Millones de embajadores de nuestro país, que lo dan a conocer a sus propios entornos personales.
Se mira evidente: la falta de identificación del migrante como aliado del turismo es la norma en el país. El Inguat, renovado y revitalizado como está, actualmente proyecta optimismo. Aun, nunca he visto un plan suyo interesado en el expatriado. Pero no es solo el Instituto. La Cámara de Turismo publica en su sitio web más de 20 instancias con quienes se alía, en todos los ámbitos imaginables. Ni uno solo toca a este grupo indispensable. Esta semana, una nota de Prensa Libre y Guatemala No Se Detiene revela el trabajo por hacer del país un destino para bodas. Sorprendentemente, los hijos de guatemaltecos que escogen Guatemala no están mencionados, aunque puedo apostar que son la mayoría de quienes escogen este paraíso nupcial.
Este mes fui a dos bodas en La Antigua, de chapines que vinieron del exterior. Uno se casó con escocesa y la otra, con australiano. Por un momento, no existieron las fronteras. Vi a un escocés, con su falda kilt, en San José El Viejo. Y a australianos beber sus tragos de zapatos —shoeys tradicionales—, en Santo Domingo. Posibilidades incalculables, porque los nuestros escogieron regresar. Pero nada tenemos comprado. En la pista bailaba una hija de migrante que llevó su boda a Cancún. Quizás faltó promoción para influir en su percepción. En el 2024, el Minex registró 17 mil guatemaltecos nacidos en el exterior. Un presente y un futuro del turismo hacia Guatemala. Un nicho que, como ningún otro, visita cada último rincón nuestro.