La universidad, las tesis y los tesistas

La universidad, las tesis y los tesistas

Recientemente, estuve en la Ciudad de Quetzaltenango, invitado por estudiantes del CUNOC a conversar con ellos sobre el amplio tema de la “investigación”. Se trató de un grupo que se encuentran a las puertas de iniciar con el ejercicio académico de la confección de sus tesis de grado y les interesaba conocer experiencias y eventuales […]
08/11/2024 09:00
Fuente: La Hora 

Recientemente, estuve en la Ciudad de Quetzaltenango, invitado por estudiantes del CUNOC a conversar con ellos sobre el amplio tema de la “investigación”. Se trató de un grupo que se encuentran a las puertas de iniciar con el ejercicio académico de la confección de sus tesis de grado y les interesaba conocer experiencias y eventuales consejos sobre el asunto de cómo escoger temas para su desarrollo.

Prepararme para la charla me permitió llamar a la memoria varios asuntos que, de hecho, son conocidos por todos, pero que pareciera no serlo así, en tanto que no se habla de ellos; se mantienen en reserva pese a su trascendental importancia. Pienso que es bueno desempolvarlos.

Entre las varias ideas y reflexiones, incluí una que solo toqué someramente, y me parece hoy interesante ampliar. Se refiere esta, en síntesis, a “la función social de la universidad”; hilvanada como la conexión entre varios conceptos: el de “universidad” -como institución-; el de la “tesis de grado” -como requisito académico para la graduación-; y el de los “tesistas” -como esos jóvenes, a la vez estudiantes universitarios y ciudadanos casi estrenándose-.

Considero necesario elaborar un poco alrededor de esos conceptos con el propósito de recordar la naturaleza de cada uno y el vínculo que los une; para así dotarlos de un significado renovado. Debemos refrescar el sentido original de cada uno de ellos e invitar a revivirlos. Revivirlos considerando este mundo en el que nos encontramos ahora y que tan aceleradamente cambia.

El vínculo principal entre las ideas mencionadas está dado por la relación existente entre (a) “universidad” (tanto pública como privada) como organismo con rango constitucional con la clara asignación de “cooperar al estudio y solución de los problemas nacionales” (Arts. 82 y 85 de la Constitución); (b) el hecho de que los estudiantes son parte integral de la universidad y, por lo tanto, portadores de esa asignación que se le ha dado a la institución de la cual forman parte; y (c) la circunstancia de que las tesis de licenciatura están concebidas como el trabajo con el cual los estudiantes culminan sus estudios y con el que tienen la oportunidad de contribuir a la solución de problemas nacionales… con lo que el círculo se cierra; círculo que debería ser siempre “virtuoso”. Veamos:

La universidad, bien debería entender la “época de la culminación de las tesis” como la de la cosecha o primera vendimia, fruto de su esfuerzo como institución.  Debería asumir la perspectiva del agricultor, la visión del dueño de la parcela y apreciar el momento como aquel en que prueba la calidad del empeño realizado para cultivar “buenas hierbas” y lo goza enseñando a todos cuán bueno es.

Los estudiantes deberían sentirse orgullosos de haber llegado al momento y tener la oportunidad de probar sus conocimientos, su juvenil ímpetu, su capacidad creativa y sus buenos sentimientos para con la nación a la que se deberían deber, en la práctica. Saberse observados por una nación que espera contribuciones honestas de parte de ellos

La sociedad debería estar a la expectativa -así como un poblado que espera que sus jóvenes, integrantes del equipo de fútbol del pueblo (sus hijos, sus nietos, todos conocidos) jueguen bien y demuestren valentía, agilidad e ingenio en los partidos contra cualquier adversario. Debería estar esperando, ansiosa, los resultados, las propuestas talentosas que debe venir de parte de su juventud estudiada; para recibirlos con entusiasmo y celebrarlas.

Esto, todo, parece un sueño. Una utopía; pero que no debería serlo. ¡Es insólito que lo sea…! Y la explicación, probablemente, esté dada en que lo ha llegado a ser así, porque como que no entendemos el sentido de para qué están concebidas las diferentes cosas y cómo debería procederse para cumplir con la idea que les dio origen. Sobre todo, cuando se les reconoce que sus orígenes parten de buena fe y tienen signo de legitimidad.

Este tipo de casos se da, permanentemente. Son muchas las otras concepciones contenidas en la Constitución Política de la República a las cuales no les damos el espacio para que cobren vida, para experimentarlas, para conocerlas en su esencia y, así, saber y poder evolucionarlas para mejor. Asunto que debería ser una obligación reconocida por todos. Pensemos, sin más, en el concepto de una “Corte de Constitucionalidad”, de un “Tribunal Supremo Electoral”, de una “Procuraduría de los Derechos Humanos” -solo por mencionar algunas de esas instituciones que son incomprendidas por muchos y criticadas sin mayor sustento. Criticas que, a veces, se vierten hasta en son de burla, sin percatarse los que así lo hacen de que las instituciones no son el papel o la ley que las crea, sino que, fundamentalmente, las personas que las ocupan y de quienes depende que funcionen. Muchísimas veces -¡no me dejarán mentir!- las instituciones, concebidas para bien, se malogran por su uso indebido; habitadas por ignorantes, por incompetentes o por personas que solamente piensan en su propio y personal beneficio, se desprestigian y se debilitan.

En un panorama como el plantado, resulta vital trabajar para atajar la problemática desde ya. Una problemática que, bien debemos entenderlo, no se cambiará cambiando leyes -algo que puede ser parcialmente cierto, pero no es lo medular- sino que, en primera plana, ganando conciencia sobre el verdadero fondo y el sentido de cada una de las cosas.

Se necesita producir una cultura general que le permita al ciudadano reconocer el valor de las diferentes instituciones para poder, así, fiscalizarlas. Acompañado de núcleos de ciudadanos organizados que le dediquen tiempo a pensar en ellas y analizarlas a fondo; sobre todo desde la perspectiva de su sentido para beneficio de la Nación que somos.

Podríamos empezar dándole su justo lugar a la educación para la democracia -algo que no es nuevo, baste pensar en las Escuelas Tipo Federación de la época de la Primavera Democrática-, tarea que se podría atender como cruzada nacional propiciando la formación a todo nivel. Debería entendérsela como absoluta prioridad en el plan de todos y cada uno de los gobiernos que nos vayamos dando.