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Las ocho virtudes intelectuales del educador
Un educador no solo debe estar bien preparado para brindar la materia que tiene asignada, sino también transmitir un buen ejemplo.
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Uno de los roles más importantes en una sociedad y quizá uno de los que más atención recibe, por las razones equivocadas, es la de los maestros. Los educadores son, luego de los padres de familia, quienes tienen la responsabilidad de formar a las nuevas generaciones no solo en las distintas disciplinas del saber humano sino, también en fomentar en los muchachos los hábitos de curiosidad, disciplina, orden y respeto. No se trata solo de que estén bien preparados para brindar la materia que se les ha asignado, sino que tengan también la disposición personal e intelectual para transmitir un buen ejemplo a quienes desde los pupitres los observan en silencio.
Las discusiones que ocupan la mayor parte de atención en la opinión pública, en cuanto se refiere a los maestros del sector público suelen ser las agrias disputas alrededor de los pactos colectivos. Aparte de los temas de remuneración, que son muy importantes, se esconden detrás muchas veces cuestiones de poder. Esto oculta lo que debería ser una prioridad en la discusión: quiénes y cómo educan a los educadores. Es decir, adicionalmente al perfil del estudiante que se busca formar, es necesario hablar del perfil del educador. Y para ello, es muy pertinente un tema que fue discutido en el seno de un congreso universitario celebrado en Roma hace algunos días. Se trata de las virtudes intelectuales del docente.
Todo educador debería tomar el compromiso de buscar la excelencia siempre a través del ejercicio personal de ciertas cualidades, llamémoslas virtudes. Las enumero brevemente acá, tal como fueron expuestas. La primera de ellas es la humildad, puesto que todo maestro debe reconocer de partida que es sujeto de limitaciones o errores y que se puede continuar siempre aprendiendo. La segunda virtud, la de la curiosidad, tiene que ver con la actitud de indagar sobre el porqué de las cosas, y no quedarse con explicaciones vagas o ideas sobrepasadas. La atención es la tercera virtud, que significa siempre estar presente y focalizarse en lo que es importante. Una cuarta virtud es la rigurosidad. Esto significa buscar siempre fuentes de lo que se afirma, detectar errores e identificarlos, ser preciso en lo que se expone o ser honesto cuando no se puede ubicar dicha precisión.
La educación no es solo cuestión de impartir conocimiento. Se trata también de las cualidades de quienes la imparten.
Otras virtudes son igualmente importantes. La apertura mental, por ejemplo, nos permite cuestionar conceptos o modelos preconcebidos o escuchar puntos de vista diferentes. La autonomía permite escapar de la prisión de los dictados o las imposiciones académicas que provienen de ideologías extremas. La creatividad nos exige siempre buscar modos diferentes, innovadores, distintos para aproximarnos a nuestro trabajo educativo. Por último, la perseverancia, que impone al educador la exigencia de continuar buscando siempre respuestas a los temas aun cuando haya pensado que los mismos ya se han agotado.
El cardenal Inglés John Henry Newman, quien tuvo una brillante trayectoria académica y universitaria, ha sido nombrado recientemente doctor de la Iglesia. Él constituye una excelente referencia del buen enseñar como una expresión de la caridad intelectual. Es decir, de cómo los educadores practican la caridad cuando se esfuerzan por entregar conocimiento a sus alumnos, a través del ejercicio de las virtudes que mejor le disponen para esa tarea.
En tiempos de la inteligencia artificial, la educación no es solo cuestión de buen conocimiento, que al final está al alcance de una tecla. Se trata también de las cualidades o virtudes de quienes lo imparten.