El acento saldrá del bolsillo

El acento saldrá del bolsillo

¿Se trata el hablar de custodiar muros o de abrir ventanas?

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Resumen Automático

28/09/2025 00:02
Fuente: Prensa Libre 

Mamá era de esas personas a quienes se le pegan los acentos extranjeros. No podía hablar con alguien de otro país que, automáticamente, acomodaba su forma de hablar a la de su interlocutor. Ella lo negaba con enjundia, pero ya desde el aeropuerto, cuando iba de visita a México, uno notaba que le empezaba a brotar el tan simpático cantadito chilango. Y ojo, que cuando digo aeropuerto, no hablo siquiera del mexicano. Era ya desde La Aurora, en Guatemala, cuando entregaba el pasaporte a los de la aerolínea, que ya sonaba como otra persona. Yo la molestaba por eso; pero en su justicia, eso no era para nada algo solo suyo. He notado esa tendencia entre chapines, que no sostenemos contra otros nuestro hablado. Y es que creo que no sucede lo mismo a muchos otros. Si pensamos en los argentinos, por ejemplo, o los colombianos… ¡los cubanos! Ellos, incluso pueden trasladarse de país, que no importa cuántos años pasen, se les siguen distinguiendo al cien sus identidades en lo fonético.


Hablando con gente, me dicen que tal vez tenga que ver con que nuestra entonación sea recesiva. Un acento suave, digamos. ¡Pero es que es más que solo el cantado! Nuestro uso de vocablos sufre de nuestra traición también, pues los tendemos a modificar. De ahí que cuando nos exponemos a otros, nos vemos mutando pronto al tú o al usted, en vez de mantener el vos que usamos entre nosotros. Y pasa con la sintaxis. Lo noté ahora de visita a Madrid; al salir del avión, que no encontraba los lentes, no le dije al personal que los “perdí”. En cambio, se me salió un “he perdido”, que me dejó a mí mismo sorprendido. Abundan ejemplos. Fuimos a un evento hace unas semanas. Mi compañera de vida vio a alguien que emigró hace tiempo a España, y reímos de escucharlo hablar como si fuera ibérico de nacimiento.

Cada quien buscará su manera de tender hilos hacia el otro con lo que tiene a mano.


Personalmente, la complejidad de los acentos es algo que me ha acompañado en buena parte de la vida. Y ni siquiera es en mi natal español, sino en el inglés, que me tocó aprenderlo a temprana edad en el norte de Inglaterra. Ahí, en ese lugar, hay un fuerte acento popular dominante, al que llaman geordie. Pero yo nunca lo agarré, pues el pueblo —además— era uno universitario. Nunca regresé a aquel lugar. En cambio, viajes frecuentes a tierras gringas me fueron moldeando el inglés y, como buen chapín, me adapté, quitando las formas de Inglaterra. Luego, encima, el sur profundo de Georgia y Alabama fueron mis destinos mucho tiempo. Ahí estaba entonces, estaba chapín, en ciudad geordie, que aprendió inglés académico, pero haciendo una adaptación instantánea al más profundo de los acentos sureños.


Impresiona el lenguaje que se nos acomoda en la boca con vida propia. Nos domina, más allá de la voluntad. Los chapines nos adaptamos al entorno. Un argentino me decía que el acento lo cargan ellos como si fuera una bandera. Nosotros lo guardamos en el bolsillo y lo desplegamos hasta estar nuevamente en la intimidad. Opto por verlo como un recurso de conexión. ¿Acaso nos olvidamos al cambiar una palabra o suavizar la entonación? No lo creo. Buscamos agradar, integrarnos a un algo —la humanidad— que sabemos que es más grande. No está mal, ¿o sí? ¿Se trata el hablar de custodiar muros o de abrir ventanas? Cada quien buscará su manera de tender hilos hacia el otro con lo que tiene a mano. Más todavía cuando ese hilo es tejido en una lengua aprendida. Esta semana viene una prueba máxima que tendré en esta particular inquietud. Regreso al lugar que me enseñó el inglés hace 40 años. ¿Qué acento saldrá? No lo sé. Saldrá sin permisos ni excusas. El hilo posible para nuevamente conectar.