Desde Roma

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Rezar juntos ante la tumba del primer papa es una declaración de esperanza.

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28/06/2025 00:03
Fuente: Prensa Libre 

Cada 29 de junio se conmemora el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo, considerados como columnas del cristianismo y testigos insignes del Evangelio. Según la tradición, ambos murieron en Roma durante la persecución de Nerón, hacia el año 67; Pedro, en la colina Vaticana, crucificado, y Pablo, decapitado, en las afueras de la ciudad, cerca de la Vía Ostiense.

Rezar juntos ante la tumba del primer papa es una declaración de esperanza.

El evangelio que se proclama en esta solemnidad hace resonar una pregunta que atraviesa los siglos y se impone en la conciencia de cada creyente: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” (Mt 16, 15). No es solo una interrogante hecha por Jesús hace más de dos mil años; es también el centro de la vida cristiana, el punto de partida de la Iglesia y el fundamento de su unidad. La respuesta de Pedro es determinante: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Sobre esta confesión, Jesús edifica su Iglesia y declara a Pedro “roca”, principio visible de unidad.

En Roma, en medio del bullicio de turistas y peregrinos, rodeados de monumentos que atestiguan siglos de historia, cientos de obispos y sacerdotes del mundo entero peregrinaron esta semana a la Ciudad Eterna para celebrar su jubileo. Aunque casi el 20% del patrimonio mundial se concentra allí, Roma no es solo una ciudad llena de arte. Para quien tiene fe —y también para quien busca comprender con honestidad intelectual el cristianismo—, es un lugar teológico y un testimonio elocuente de continuidad. Aquí están los sepulcros de Pedro y Pablo. En sus tumbas, bajo los altares de las grandiosas basílicas papales que llevan sus nombres, la Iglesia se sigue edificando y continúa afirmando su fidelidad al Evangelio.

Uno de los momentos más conmovedores del jubileo de esta semana fue la recitación del Credo ante la tumba de Pedro, ubicada en el corazón de la basílica vaticana, bajo el imponente baldaquino de Bernini. Obispos y sacerdotes de todos los continentes, unidos al Sucesor de Pedro, pronunciaron juntos el mismo texto que hace mil 700 años fue formulado en el Concilio de Nicea. Este credo, que proclama con solemnidad que Cristo es “Dios verdadero”, es compartido también por muchas comunidades cristianas no católicas. La fe apostólica ha unido a millones de creyentes a lo largo de los siglos y sigue trascendiendo lenguas, fronteras e ideologías. Por eso, recitar el Credo no es un simple gesto ritual. Ante las heridas de un mundo dividido y cada vez más angustiado por las guerras, rezar juntos ante la tumba del primer papa es una declaración de esperanza.

El papa León XIV exhortó a obispos y sacerdotes a ser hombres de comunión, cercanos al pueblo, sencillos en su estilo de vida y fieles al Evangelio, no solo con palabras, sino con gestos concretos. La universalidad que se respira en Roma y las palabras del Sucesor de Pedro nos invitan también a volver la mirada hacia nuestra Guatemala, lacerada por la desigualdad, la corrupción estructural, la migración forzada. Los mártires de ayer nos interpelan hoy en tantos rostros sufrientes: las víctimas de la violencia, los niños sin escuelas, los jóvenes sin futuro.

Desde la cátedra de Roma, Jesús sigue preguntando: “¿Quién dicen que soy yo?”. Pero no basta con repetir la respuesta de Pedro, ni es suficiente recitar una fórmula de fe. La fe verdaderamente confesada debe encarnarse en la vida: en la justicia que se defiende, en la verdad que se proclama y en el amor que se ofrece. Solo quien ama, sirve; solo quien sirve, edifica; y solo quien edifica sobre la roca que es Cristo, permanece. Por eso, la Iglesia no propone ideologías, sino un nombre: Jesús, el Hijo de Dios vivo.