Cuando uno enferma

Cuando uno enferma

  Cuando uno enferma no solamente pierde defensas, fisiológicamente hablando; sino uno se vuelve vulnerable en todos los aspectos a todo y a nada. La enfermedad viene a romper las rutinas de la vida cotidiana y de repente el mundo se polariza entre los sanos y el “yo”, el enfermo. Cuando uno enferma abre la […]

Enlace generado

Resumen Automático

11/11/2025 08:50
Fuente: La Hora 

0:00
0:00

Cuando uno enferma no solamente pierde defensas, fisiológicamente hablando; sino uno se vuelve vulnerable en todos los aspectos a todo y a nada. La enfermedad viene a romper las rutinas de la vida cotidiana y de repente el mundo se polariza entre los sanos y el “yo”, el enfermo. Cuando uno enferma abre la puerta a los escenarios que la sociedad ha construido de lo que es «la» enfermedad y “el” enfermo, la visión atomista de la salud. Esa visión atomizada de salud mira la enfermedad como el binomio enfermo-enfermedad mediado por “la” medicina.

Pero el mundo no es tan sencillo como para ser representado por este reduccionismo. Cuando uno enferma son varios los factores que construyen al enfermo socialmente, a la forma en que los médicos atienden la enfermedad, separándola del enfermo y de su contexto social. No es lo mismo enfermarse en Guatemala que enfermarse en Washington o en Panamá. La enfermedad, el enfermo, el médico, la medicina son construcciones sociales.

La enfermedad no solamente es un mal funcionamiento físico, fisiológico, del enfermo si no también es el conjunto no ordenado de emociones que se apoderan de él o de ella, desde si: ¿Saldré vivo de aquí?, hasta, ¿sabrá el médico qué tengo?, peor aún, ¿sabrá el médico qué hacer? Mientras transita esta incertidumbre, el paciente empeora porque no confía. Primero porque los sistemas de salud pseudo capitalistas de la época neoliberal no solamente han transformado todo, dejando atrás al ser humano que se atiende sino reemplazándolo por al homo economicus, un ser racional que tiene recursos para comprar bienes y servicios de «salud», aunque realmente puede también y usualmente termina comprando «enfermedad». Eso en el mejor de los casos, en el peor y más frecuente, el enfermo solamente es una mercancía que compra otra mercancía. El enfermo entra a un centro hospitalario y no lo ven como el enfermo psico biosocial, menos como al ser humano que requiere ayuda, sino simplemente como el objeto de intercambio económico, financiero, que dejará recursos al hospital.

Pero la mercantilización de la salud no es nada más que este proceso hacia el capitalismo frío y ahora neoliberal que niega todo lo público y que tergiversa todo cuanto toca. Algunas de las relaciones emergentes de la relación médico-enfermo nacen en las mismas escuelas de medicina, facultades de medicina de inicios del Siglo XX y que de a poco pierden su naturaleza humanística y se convierten en tecnocráticas, ni siquiera tecnológicas. Así, el referente más importante de las escuelas de medicinas es la enfermedad, la patología, no la salud. Esta tergiversación se refleja en un currículo que, si bien tiene una columna central de ciencias básicas, el mismo se enfoca en la patología. De la salud se habla poco en las escuelas de medicina y de la salud pública menos, si no es por un curso aislado que no está integrado a la práctica de referencia de los estudios de medicina.

Pero eso no es suficiente, ahora hay que entender la posición de las escuelas de medicina que son mediadas por las grandes farmacéuticas nacionales e internacionales que se han especializado en implantar un solo paradigma de cura: Los medicamentos químicos. Son estas empresas las que en su voraz anhelo de producir más ganancias cada día, no dudan de asegurar que la formación de médicos esté dirigida por esta visión química de pastillas e inyecciones, de antibióticos y probióticos para pelear contra la enfermedad.

De generación en generación de médicos, cada vez más observamos la degeneración de los programas de medicina. Los médicos de inicios del Siglo XX eran más que técnicos, eran seres humanos con formación humanista. Esta materialización y tergiversación de la medicina humanística a la medicina tecnocrática que está marcada, mediada y manipulada por enormes farmacéuticas mundiales y locales es esencial para entender la nueva relación médicos y enfermos.

Pero este fenómeno de tergiversación y distorsión de las prácticas de referencia en medicina, al enfocarse en la enfermedad, y no en la salud, se repite en muchos programas universitarios. Así, la práctica social de referencia de las escuelas de derecho debería ser la justicia, pero no. Las facultades y escuelas de derecho no practica ni enseñan la justicia sino la trampa, el truco, la burla de la ley y finalmente la injusticia. Ingeniería también ha sido tergiversada. La práctica de la ingeniería debería ser el diseño de sistemas conceptuales y concretos, pero no. El diseño no emerge, la solución de problemas locales y sociales, no emerge. Lo que emerge es la imposición de un modelo tecnocrático de ingeniería mediada por los grandes productores de cemento, que llenan las aldeas, los pueblos, las ciudades y los países de concreto. Estos artefactos de concreto, diseños traídos de otros países y mediados por la gran industria de la construcción y electrificación no resuelven realmente los verdaderos problemas de la sociedad. Son programas de ingeniería para no producir gente creativa, sino repetitiva, para endeudar permanentemente al país.

Los grandes adelantos tecnológicos de la ingeniería médica a través de tener a su disposición instrumentación médica para diagnósticos, Rayos X, tomógrafos, equipo de ultrasonidos y muchos más no son acompañados ni por técnicos ni por médicos capaces se tener empatía de sus pacientes. Estos pacientes solamente son parte de una cadena productiva.

Ahora, cuando uno enferma no puede reflexionar de todo esto, no tiene ni tiempo ni deseos de reflexionar sobre la filosofía de la medicina, la ontología de la enfermedad, la epistemología de la práctica médica, no. A lo sumo uno percibe como fría, inadecuada, a la medicina moderna. Debe ser que uno está muy sensible.

Ahora es el momento de pagar la cuenta del hospital, desde los servicios de emergencia hasta el encamamiento, todos estos cuidadosamente documentados y claramente normalizado con precios precisamente establecidos. Y entonces, el enfermo recuerda a las personas que lo vieron como humano, como persona, a esos trabajadores de salud que hicieron su estancia más cómoda, menos dolorosa y ambivalente y a ellos y a ellas agradece. Aun quedan sus tiernos rostros en las imágenes de la memoria de corto plazo, que luego también se diluirán en el río de la vida.

Entonces, cuando uno enferma y luego sana, lo primero que agradece es a la gente con empatía que le dio un poco de aliento, que en las noches largas de hospital frío no perdieron la esperanza de un amanecer, esos son los que al final marcan una diferencia entre la vida y la muerte, entre la paz y la discordia, entre la enfermedad y la salud.

Cuando uno enferma y cura, cura por el amor mediado por el servicio de la persona amada que nunca le soltó la mano a uno, para escuchar las malas nuevas o las buenas nuevas de la medicina moderna. Gracias.

Uno recuerda y agradece la amistad de quienes se acercan para ayudar y no para criticar, quienes en el tortuoso camino de la vida han sido capaces de aprender a amar. Entonces cuando estos ángeles bajan del cielo a estar con uno, uno cura.