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IA: el desafío de revalorizar al graduado que pregunta
La IA hace lo repetible sin innovar. El graduado que pregunta, lo irrepetible que inventa.
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El desafío de la IA no es que reemplace humanos, sino que nos obliga a reconocer que entrenamos cerebros para tareas que no merecen cerebro. El 25% de puestos que “desaparecerá” nunca debió ser de humanos: copiar-pegar, rellenar formatos, correos genéricos… cualquier modelo lo hace en tres segundos y sin aguinaldo. El problema no es la máquina; es el humano que contratamos para imitarla.
El problema no es la IA; es que contratamos humanos para imitarla.
En Guatemala, la mitad de los universitarios tarda más de un año en firmar su primer contrato formal, pero la culpa no la tiene la IA. En un mundo que automatiza reportes con un clic, pedir “dominio intermedio de Excel” es como exigir caligrafía en tiempos de Word. Esa oferta de trabajo no busca un profesional; busca un robot con DPI. El joven acepta porque necesita el primer renglón del currículum. El empresario lo contrata porque es más barato que comprar la licencia de Power Automate. Ambos pierden: uno entierra su curiosidad, el otro paga un sueldo obsoleto.
La buena noticia es que la misma tecnología que elimina esos puestos abre la puerta a lo que ninguna IA puede replicar: la pregunta que nadie había hecho. Justo ahí, donde la IA termina, empieza el valor humano. El licenciado que detecta que el informe automático omite el impacto de una huelga portuaria vale más que cien prompts bien escritos. La diseñadora que cambia el flujo para que la IA sirva al cliente, y no al revés, multiplica el valor de la empresa. El problema es que nadie les está pidiendo que hagan eso. El cambio debe iniciarse en dos frentes que avancen al mismo tiempo.
Primero, los empleadores. Basta de medir la productividad en filas rellenadas. La nueva métrica debe ser “problemas resueltos que nadie había visto”. Cada vacante que exija “pensamiento crítico” en vez de “Excel avanzado” es una inversión que se paga sola. Cada líder que prefiera una idea loca a un informe impecable está comprando futuro a precio de presente. Esa gente no contrata manos; cultiva cerebros. Las empresas que lo entiendan no despedirán al 25% de su planta; lo ascenderán: del asistente de datos al analista de excepciones, del corrector de textos al curador de narrativas, del cajero al diseñador de experiencias. La IA se quedará con el trabajo de máquina; los humanos recuperaremos el trabajo de humanos.
Segundo, el sistema educativo. No podemos seguir graduando jóvenes que saben usar Word pero no saben qué preguntar. Hay que enseñarles a usar la IA como un artista con un pincel, no como pintor de brocha gorda. Desde los 8 años, que aprendan a darle instrucciones a un modelo de lenguaje para escribir un cuento o crear un juego, pero que sea suyo. En secundaria, que usen generadores de código para construir una app, pero que sea su idea. En la universidad, que cada tesis empiece con un prompt y termine con una refutación humana. El objetivo no es que sepan programar IA, ¡es que sepan liderarla! Que entiendan que la máquina acelera la rutina para que ellos dediquen el 80% de su tiempo a lo que ninguna máquina hará jamás: ¡imaginar! Porque imaginar no es una función; es una rebelión contra las maquinas.
Cuando empleadores y educadores se pongan de acuerdo, la IA dejará de ser una amenaza y se convertirá en el mejor compañero de trabajo que jamás hayamos tenido. Uno que nunca se cansa de las tareas aburridas y nos deja tiempo para inventar las que valen la pena. Los recién graduados no necesitan protegerse de la inteligencia artificial; necesitan que les dejemos de pedir que la imiten. Y cuando el mercado laboral valore la curiosidad por encima de la obediencia, no será la IA quien nos dé más futuro; será el humano que, por fin, deja de imitarla.