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Alemania en la encrucijada
Las fuerzas políticas tradicionales pierden terreno.
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El pasado domingo, Alemania celebró elecciones con resultados que reflejan división interna palpable. La Unión Demócrata Cristiana (CDU), liderada por Friedrich Merz, obtuvo el primer lugar, con 28.5% de los votos. Su triunfo se ve matizado por el ascenso de Alternativa para Alemania (AfD), partido de “extrema derecha” que alcanzó un histórico 20.4%, consolidándose como la segunda fuerza política del país. El Partido Socialdemócrata (SPD), en el poder, con el actual canciller Olaf Scholz, sufrió una paliza electoral, registrando su peor resultado histórico, con 16.4% de los votos. Los partidos tradicionales anunciaron que definitivamente no incluirían a AfD en una coalición, necesaria para formar gobierno, de manera que este partido quedará excluido a pesar de haber obtenido el segundo lugar. La alta participación electoral alcanzó 84%, indicando una ciudadanía preocupada por el rumbo del país; los resultados reflejan una Alemania políticamente fragmentada, donde las fuerzas políticas tradicionales pierden terreno.
Una economía sobrerregulada y estancada que pierde dinamismo y competitividad
La economía alemana ha estado mostrando señales de estancamiento desde 2019, con sus industrias automotriz y de productos químicos afectadas por la competencia china y una infraestructura desgastada por falta de inversión. Actualmente sufre una recesión económica impulsada por la disminución en la producción industrial y las exportaciones. Alemania tiene costos de energía notablemente altos en comparación con otras economías desarrolladas; el precio de la electricidad sobrepasa 40 centavos de US$ por kWh, comparado con Francia (US$ 0.28) y Estados Unidos (US$0.17). Esto se debe a sus políticas de transición energética y a la errada estrategia de depender de Rusia para su energía, que quedó en entredicho luego de que ese país invadió Ucrania en 2022.
Al igual que otros países de la Unión Europea, Alemania tiene una economía sobrerregulada y estancada que pierde dinamismo y competitividad. Los partidos nominalmente de derecha han estado por años realmente a la izquierda del centro. El ascenso de Alternativa para Alemania (AfD) en las elecciones del pasado domingo se dio a pesar de la insistencia de los medios por estigmatizarlo. Ha capitalizado el descontento con el establishment político, un fenómeno similar al que ocurre con otros partidos insurgentes en Europa. La coalición de gobierno, liderada por el SPD y los Verdes, se percibe como ineficaz en materia económica, energética y migratoria. En este contexto, AfD ha logrado atraer a votantes frustrados con una élite política desconectada de los problemas reales de la gente.
En los últimos años, los partidos tradicionales han endurecido su retórica contra cualquier oposición conservadora, calificándola de “extrema derecha”, “populismo” o “peligro para la democracia”. En los medios, el nombre del partido alemán AfD siempre va acompañado de la etiqueta extrema derecha. Esta estrategia ha tenido un efecto contrario: en lugar de aislar a AfD, ha consolidado su base. En muchos sentidos, AfD defiende posturas que en otros tiempos habrían sido consideradas simplemente conservadoras: control de la inmigración, rechazo de la agenda climática, protección de la identidad cultural, mayor autonomía nacional dentro de la UE y pragmatismo económico.
En la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente estadounidense J.D. Vance criticó a los líderes europeos, señalando que la mayor amenaza para Europa es interna, debido a la censura y la represión de voces disidentes. Alemania enfrenta grandes desafíos para conservar su papel como motor económico y político de la UE.