El poder de las narrativas

El poder de las narrativas

Al instalar esas macronarrativas, se profundiza la polarización y se vacía de contenido a las palabras.
12/02/2025 00:04
hace alrededor de 2 meses
Fuente: Prensa Libre 

Si un guatemalteco es consultado sobre los parques del Irtra, seguramente su reacción será la de comentar que la limpieza, el orden, la calidad del servicio y la excelencia en todos sus ambientes son los elementos que caracterizan a dichos parques. Esta imagen se ha construido porque, quienes asisten a esas instalaciones, eso es precisamente lo que encuentran. Es decir, han creado una narrativa positiva porque las expectativas suelen ser siempre cumplidas. Tan poderosa es esta narrativa que se ha llegado a afirmar que los comportamientos y hábitos de quienes visitan los parques se modifican de manera que se ajustan a las reglas y las normas de conducta de ese entorno.


En materia de asuntos públicos, las narrativas tienen igual fuerza. Pero no siempre son contrastadas con la realidad, como sí sucede con el ejemplo mencionado. Estas narrativas políticas se crean a través de mensajes repetidos, desinformación que circula a través de distintos medios o con la adopción de eslóganes o frases pegajosas. La narrativa política es un instrumento muy efectivo para lograr que los ciudadanos hagan o dejen de hacer, a partir de suministrarles conceptos o ideas que etiquetan bien o mal a personas o entidades. Una vez estas imágenes son fijadas, es muy difícil eliminarlas pues cobran vida propia y se refuerzan a través de los algoritmos de las redes, la presión de grupo o la visión de túnel de quienes consultan siempre solo a unas mismas fuentes.


En política las narrativas son inesquivables. Los actores políticos las usan constantemente para favorecer su imagen o para perjudicar la de los adversarios. Pero hay algunas de ellas que están dirigidas a minar el esfuerzo de debate y discusión de las ideas que deben tener lugar en toda sociedad democrática. Al instalar esas macronarrativas en la opinión pública, se profundiza la polarización, se vacía de contenido a las palabras y se rompe la comunicación. Por ello se debe estar siempre muy atento a cuando estas narrativas surgen y cobran relevancia en el escenario político.

Tres palabras son recurrentes en discursos y mensajes públicos: pacto, golpe y fraude.


Guatemala no ha escapado de la aparición de estas narrativas. A manera de ejemplo, tres palabras son recurrentes en discursos y mensajes públicos: pacto, golpe y fraude. En el primero, luego de una cuestionable votación en el Congreso hace años, se creó el evocativo nombre de “pacto de corruptos”, un concepto que se estira y encoge a voluntad para incluir o excluir a los amigos y los enemigos. Luego está el término “golpe”. Cuantas veces hemos escuchado que una decisión política o un fallo judicial que no gusta a algunos constituye un golpe de Estado. Hoy, con las acusaciones entre tirios y troyanos, ya sumamos más de 50 “golpes” en los últimos 10 años. Por último, una palabra que ya no se usaba en nuestro lenguaje ha resurgido para cuestionar la legitimidad de los poderes constituidos. Se trata del “fraude”, concepto que se introduce para poner en duda un proceso electoral que les ha resultado adverso a quienes lo divulgan.


La consecuencia buscada de estas narrativas es que nadie quiera en su sano juicio dialogar con quien se le ha retratado como un corrupto, un conspirador o un impostor. Esto suena lógico. El problema es que las narrativas son construidas y llevadas hasta tal extremo que quien las promueve califica con estos adjetivos a todos aquellos que no piensan como él. Esto significa la ruptura del tejido político.


Es tiempo de que la narrativa se construya sobre propuestas, trayectorias de vida y acciones ejemplares, y no sobre prejuicios, estigmas o revanchas políticas.