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En un país que añora las dictaduras
La muerte que buscan de Semilla tiene como consecuencia que los gobernantes de antes retomen el poder.
Estuve involucrado en una plática esta semana que me impresionó. No porque en ella se mencionara al popular presidente de El Salvador, sino porque solo en ese mismo día otras dos personas, en otras conversaciones, también lo habían identificado como la solución anhelada para todos los males, los posibles y los por venir. Era la conversación sobre un tema que prendió como fuego esta semana, tras trascender que la Presidencia de la República confirmó que sí, la familia del presidente Arévalo había celebrado un evento familiar —un baby shower— en la Casa Presidencial y que él reintegraría Q1,318.04, lo que costó. “Por eso es que aquí lo que necesitamos es un Bukele”, dijo la indignada compañera. En su cara vi una como expectativa de consentimiento mío, como si antes ha dicho eso mismo a otras personas, sin que nadie le hubiera respondido más que con asentimiento. Me quedé pensativo un par de segundos, y luego le pregunté algo a lo que creo, ambos conocemos la respuesta honesta: “¿Y usted cree que si Bukele hiciera eso, usted tan siquiera se enteraría?
Veo notorio que nuestro gobierno está pasando un bache complicado en su búsqueda de respaldo popular. Uno muy difícil de superar, en parte, porque su equipo está inspirado con aspiraciones democráticas en un país que reiteradamente manifiesta no estar listo para un sistema plural e inclusivo, uno que promueva libertades. Esto es vilmente aprovechado por las hordas corruptas que perdieron las elecciones de 2023 y, ahora, como oportunistas, lanzan baratas campañas de desprestigio contra Arévalo, aprovechando cualquier acción real o inventada. Se dicen inquisidores de la verdad, denunciantes de ilegalidades. Pero su verdadera causa es impedir, a toda costa, que el pueblo vislumbre la posibilidad de una primavera democrática, y para esto utilizan la asquerosa desinformación.
La clase informada se ha constituido como una élite incapaz de influir en el colectivo.
La efectividad de la información falsa que aprovechan populistas para catapultarse y permanecer en el poder está prácticamente garantizada por una realidad que tomaría generaciones en cambiar: la falta de interés y capacidad del grueso de la población por informarse de fuentes serias. Nace, entonces, un bulo, de repente, de que el presidente quiere tasar las remesas, fuente indispensable de ingreso para gran parte de las familias, y una rabia indignada crece en contra de él. Es tarde para proteger a la gente de este tipo de mentiras. Habría antes que abordar años de formación perdida para blindarlos de la tormenta de falsedades que salen publicadas. Llevan gran ventaja esos oportunistas. Van creando narrativas colectivas que se instalan y que trascienden los distintos segmentos sociales. Lo mismo que se cree el chiclero de la esquina, se lo traga el gerente que, ocupado en sus lucrativos quehaceres comerciales, tiene poco interés en una mejor formación política. La clase informada se ha constituido como una élite incapaz de influir en el colectivo.
El auge y el poder de la desinformación es muy bien conocido por parte del gobierno. Lo conocen teóricamente y, ahora, de forma muy personal, en la práctica. Su compromiso con el país conlleva el reto de mantenerse humildes y de no perderse en tonterías que últimamente han afectado su credibilidad. Grande el reto de que el pueblo caiga en cuenta de algo inevitable: la muerte que buscan contra el partido Semilla tiene como ineludible consecuencia que quienes nos gobernaron antes retomen el poder en 2027. Esos cuyos deslices no eran de Q1,300, sino de miles de millones, descaradamente robados del erario. Esos que, cuando confrontados, jamás reconocieron, jamás rectificaron. Esos que, como el admirado por el pueblo y aquella compañera, matan a la prensa para enterrar a la verdad.