Las sencillas ceremonias mantuvieron su importancia

Las sencillas ceremonias mantuvieron su importancia

Francisco ya es parte de la Historia. Falta ahora saber si su sucesor seguirá su posición o regresaráal tradicionalismo.

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28/04/2025 00:05
Fuente: Prensa Libre 

Las ceremonias austeras y humildes previas al traslado del papa Francisco a la basílica de Santa María la Mayor, más antigua y representativa del estilo arquitectónico original del catolicismo, iniciaron no solo el período de la elección del cardenal sucesor, sino también los estudios y análisis de sus decisiones en el catolicismo. Quienes lo apoyaron considerarán positivo mantener ese camino, mientras sus opositores tradicionalistas sin duda lucharán por un retroceso a lo antiguo, porque es un hecho notorio la división actual de la Iglesia católica, por lo cual la corriente adicional es buscar un punto equidistante entre las dos posiciones, aunque ello signifique prolongar el cónclave y aumentar las apuestas sobre quiénes son los papables y quién de ellos será escogido.


En vista de las posiciones ya mencionadas por personas laicas o religiosas, no me parece posible la elección de otro papa latinoamericano de habla española o portuguesa, ni miembro de la Compañía de Jesús, porque esto significaría la continuidad mencionada o una posición menos directa, sobre todo en cuanto a la posición de la Iglesia respecto a temas como la comunión a los divorciados, el celibato sacerdotal y la relación con los homosexuales y lesbianas. Sin embargo, no creo que lleguen a la aceptación de los “transgénero” y los LGTB, así como considerar al aborto como un “derecho” y no como un crimen. Todos estos temas ya causan divisiones cada vez más profundas y deserciones dentro de la grey católica, especialmente en Europa.

Puede pensarse en el inicio de una era post-Francisco, luego de haber ocurrido cambios, ya sea siguiendo su línea progresista o la dirigida a un regreso parcial o total a la tradición.


El papa Francisco se caracterizó por retomar lo más posible la humildad de la Iglesia católica, así como de dedicarla, sobre todo, pero no exclusivamente, al beneficio de los pobres y los desposeídos. Esto, claro, le provocó rechazo de los tradicionalistas y el apoyo de quienes esperan cambios y sobre todo castigos a quienes rompen las leyes morales de la Iglesia. Pese a haber reducido o al menos limitado el tradicional boato eclesiástico, la ceremonia de su funeral en San Pedro fue impresionante, por ironía a causa de esa misma sencillez. Quiso ser enterrado como pastor y no como rey, tampoco en la basílica de San Pedro, sino en la de Santa María la Mayor, construida en el 432 d. C. La presencia de tantos líderes mundiales demostró su importancia personal y simbólica.


Con el entierro del sábado, como era su deseo, sin ostentación ni pompa, comenzó entonces el período previo al inicio del cónclave para permitirle a los cardenales elegir a su sucesor. Dejó atrás la tradición multicentenaria de llevar a la tumba a un rey, a un símbolo de poder terrenal, y sustituirlo por un hombre común y corriente, lo cual en sí mismo marca un importante cambio en la liturgia, iniciado desde el momento de asumir el cargo, hace doce años. Pero sin duda no será el único y por ello puede pensarse en el inicio de una era post-Francisco, luego de haber ocurrido cambios, ya sea siguiendo su línea progresista o la dirigida a un regreso parcial o total a la tradición. Esto dependerá de cómo es el electo y ahora solamente hay conjeturas, como siempre.


La fuerza mundial del papa Francisco como líder tanto religioso —del catolicismo— como político —jefe de Estado del Vaticano—, quedó clara al ver la presencia de presidentes, reyes y líderes de otras religiones, tradicionalmente adversas. Llegar ayer a la ceremonia en San Pedro otorgaba importancia; ausentarse, la disminuía o eliminaba. Sus antecesores Benedicto XVI, Juan Pablo II y Juan XXIII decidieron cambios importantes dentro del catolicismo, y por ello causantes de posiciones contrarias ante estos y la tradición, pero finalmente aceptadas por los feligreses. Por eso, a mi juicio esos cambios, si son moderados, no deben causar preocupación a los católicos del mundo, aunque debe haber un esfuerzo por comprenderlos o por discutirlos.