Las universidades católicas en una sociedad

Las universidades católicas en una sociedad

Las universidades católicas deben promover un firme compromiso con la bioética.

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Resumen Automático

18/06/2025 00:04
Fuente: Prensa Libre 

En la Edad Media, cuando Europa vivía momentos complejos de su historia, el estudio y la investigación fueron promovidos y preservados por universidades fundadas por la Iglesia Católica. Frente al deterioro visible en la calidad de la fibra moral y cultural, los conventos y las universidades católicas fueron las encargadas de llevar sobre sus espaldas la ciencia y el saber acumulado de la época. Las universidades de Bolonia, Oxford, París, Salamanca y otras más son una clara muestra de ello. Sin duda, un reflejo del encuentro entre fe y razón.


Hoy, las universidades católicas juegan un papel igual de relevante. Los desafíos son nuevos y quizá más difíciles, como el decaimiento en la práctica religiosa, una pérdida en el sentido último de la razón de la investigación y una hiperpolitización de la academia. Por lo anterior, ocupa aún más a las universidades que se llaman a sí mismas católicas el ser punta de lanza de ese esfuerzo contracultural que hay que librar, para volver a las raíces sobre las cuales se ha erigido nuestra civilización. Pero ello requiere un firme compromiso de la universidad con su propia identidad.


El primer reto es no perder nunca la razón de ser de la investigación y el conocimiento. Me refiero a la permanente búsqueda de la verdad. Las universidades que pierden ese referente, ese objetivo, ese propósito, terminan siendo pasto de un relativismo que hace naufragarlas en medio de las corrientes, modas o agendas de turno.

Las universidades católicas que no buscan la verdad terminan naufragando en el relativismo.


Las universidades católicas tienen también un sólido compromiso con la bioética. La defensa del valor de la vida debe estar presente en todas las disciplinas académicas, y debe ser activamente promovido por profesores, cuerpos administrativos y autoridades. La huella que deben imprimir en sus egresados es la de convertirse en profesionales promotores de la defensa de la vida, sea esto en el ámbito de la salud, el derecho, las humanidades, las ciencias económicas o cualquiera otra. Si en algo debe tener sentido la expresión “profesional comprometido” en el marco de las universidades católicas, es precisamente en este tema.


También están llamadas a promover el dialogo, el debate y la discusión de las ideas —como corresponde a todo espacio académico serio—, pero teniendo presentes las guías que ofrece el propio magisterio de la Iglesia. Una universidad católica debe responder a su “catolicidad”, que significa precisamente universalidad. Es decir, debe estar abierta a todos, pero no perder nunca la esencia a la que ella se debe. Ser católica no significa tener un buen apellido o dejar en su nombre un mero testimonio de su origen, sino que debe vivir plenamente su identidad y propósito.


El papa Francisco hizo en su momento un llamado a las universidades católicas. En el documento Family Global Compact, el Papa convocaba a las universidades a promover a la familia como alianza indisoluble entre hombre y mujer y como lugar de encuentro entre generaciones. El papa León XIV ha hecho ya un tanto igual en recientes mensajes. Cuánto y cómo las universidades católicas han respondido a este llamado es motivo de reflexión.


Las universidades católicas, en sus distintas expresiones, deben preparar profesionales completos. Esto significa ser agentes de cambio, pero también portavoces de la verdad y la vida en las tribunas públicas, activos promotores de una cultura inspirada en los valores cristianos, ser testimonio de coherencia entre la vida profesional y la privada, y ser ejemplos de cómo la espiritualidad debe guiar el bien obrar.

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