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La agresión disfrazada de tradición
Independencia, entre respeto y burla.
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Cada mes de septiembre, Guatemala se llena de luces, banderas y antorchas que recorren carreteras y calles en nombre de la independencia. Jóvenes, maestros, vecinos y trabajadores cargan con orgullo la llama, como símbolo de identidad y sacrificio colectivo. Pero junto con ese fervor surge, año tras año, una práctica que debería indignarnos: la costumbre de lanzar agua, agua sucia e incluso bloques de hielo a quienes llevan la antorcha. Lo que muchos consideran “una broma” es en realidad una agresión que revela nuestra dificultad como sociedad para celebrar con respeto. El agua es embalada en bolsas plásticas, que quedan tiradas en las calles como un triste espectáculo que muestra la indolencia hacia el tema ambiental.
Lanzar agua a los corredores de la antorcha no es diversión: es violencia disfrazada de costumbre.
No se trata de exagerar. Quien ha corrido con una antorcha sabe el esfuerzo físico que implica: calor, cansancio, kilómetros a pie o en bicicleta, organización comunitaria y riesgos en carretera. A eso se suma la posibilidad de recibir, sin previo aviso, un balde de agua helada o sucia, que puede provocar caídas, accidentes en motocicletas, enfermedades o simples humillaciones públicas. Y lo más preocupante: la agresión suele justificarse con una sonrisa, como si lastimar a alguien fuera parte natural de la fiesta.
La normalización de estas prácticas refleja un rasgo preocupante de nuestra cultura: la burla como entretenimiento. En lugar de reconocer el esfuerzo ajeno, preferimos ridiculizarlo. En lugar de animar a los corredores, los exponemos al peligro. Con ese comportamiento, la celebración de Independencia deja de ser un acto de unidad y se convierte en escenario de violencia disfrazada de diversión. ¿Qué mensaje transmitimos a las nuevas generaciones cuando aplaudimos o toleramos estas acciones? Que es válido reírse del sacrificio del otro, que la “tradición” justifica la agresión, que el respeto no es parte de nuestra identidad.
Es urgente romper este círculo. No basta con resignarse a que “así se ha hecho siempre”. La Independencia es precisamente un recordatorio de que los pueblos pueden liberarse de lo que los oprime, y hoy nuestra opresión está en la indiferencia y en el irrespeto. Proteger a quienes portan la antorcha no es un capricho: es una obligación de civismo.
Algunas propuestas pueden marcar la diferencia. Primero, campañas de concientización en escuelas, medios y redes sociales que dejen claro que lanzar agua no es divertido, es violento. Segundo, reglamentos municipales que sancionen estas acciones, porque el derecho a divertirse no incluye poner en riesgo la integridad de otros. Tercero, iniciativas comunitarias que transformen la costumbre: ofrecer agua potable a los corredores, frutas para reponer energías o simplemente aplausos y palabras de aliento. Cuarto, liderazgo desde las instituciones educativas, que deben recordar que la verdadera lección de civismo se da con respeto, no con desorden.
La Independencia debería unirnos en dignidad, no dividirnos entre quienes se esfuerzan y quienes se burlan de ese esfuerzo. Erradicar esta fea costumbre es más que un acto de respeto: es un paso hacia una cultura distinta, donde la celebración se convierta en un espacio de orgullo, no de ridiculización. Al final, no es solo la antorcha la que se apaga con baldes de agua; es también nuestra capacidad de vivir el patriotismo con seriedad y decoro. La Independencia debe ser un espacio de encuentro y dignidad, no de ridiculización. Dejar atrás esta fea costumbre es un acto mínimo de coherencia con lo que decimos celebrar.
Es importante decidir ya… medidas regulatorias contundentes para este fenómeno social, de tal forma que no lleguemos a otro septiembre en el que repitamos este bochornoso espectáculo, que lejos de mostrar civismo expone el deterioro de nuestra sociedad. Está demostrado que la actitud indolente de nuestras autoridades ante estas malas costumbres nos sume en el deterioro social, aflorando el salvajismo natural del ser humano. Se acaba septiembre, y con ello volveremos a olvidar… este nefasto e irónico show disfrazado de civismo. El tibio pronunciamiento de nuestro presidente quedó en nada…