Una reunión agradable

Una reunión agradable

El reciente Día del Maestro, tuve la agradable oportunidad de reunirme con dos grandes amigos, que por buena ventura fueron mis alumnos en mi largo andar por la docencia universitaria: Max Araujo y Raúl Armando Búcaro López, los dos licenciados en Derecho, graduados en la Universidad Mariano Gálvez y en la Universidad de San Carlos, […]

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10/07/2025 08:53
Fuente: La Hora 

El reciente Día del Maestro, tuve la agradable oportunidad de reunirme con dos grandes amigos, que por buena ventura fueron mis alumnos en mi largo andar por la docencia universitaria: Max Araujo y Raúl Armando Búcaro López, los dos licenciados en Derecho, graduados en la Universidad Mariano Gálvez y en la Universidad de San Carlos, respectivamente.

Nos reunimos en la cafetería San Martín, en Cayalá, y se nos fue toda la mañana en una platicadera agradable. Max, que en verdad se llama Maximiliano, tiene un nombre de prosapia austríaca por eso de los Habsburgo y por añadidura quien asentó su “fe de edad” lo inscribió como “Araujo y Araujo”, lo cual le da un acento castizo a su nombre, aunque él presuma de tener un poco de rabadilla morada. Y Raúl Armando, que me recuerda a su padre, mi tocayo René Búcaro Salaverría y es sobrino de mi noble maestro en la Escuela Normal, don Salvador Búcaro. Yo les obsequié algunos libros de mi autoría, incluyendo el último que titulé “Cuentos de Chiquimulilla”, que es una antología que me atreví a publicar por consejo de mi amigo Víctor Muños. Búcaro me obsequió su tesis de maestría sobre los derechos humanos en el conflicto armado. No sabía por dónde iniciar la lectura de todos estos valiosos libros y decidí principiar por el libro de Max “Memorias y anécdotas Afables”.

Me atrajo iniciar por ese libro porque tiene el sabor del primer volumen de mis “Prosas Mundanas”, donde hago anotaciones sobre los escritores que me han obsequiado sus libros, con dedicatoria de puño y letra. Pues bien, Max originario de San Raymundo, aquí cerquita del pueblón, tiene todo el “sabor de loa tierruca” campesina en cada uno de sus relatos y sabe describir con fina amistad a cada uno de los escritores que han estado en su entorno: Celso Lara, Luis Alfredo Arango, William Lemus, Amable Sánchez Torres y otros importantes escritores. Y me agradó mucho todo lo que dice de Luis Alfredo Arango y de William Lemus, con quienes cultivé una hermandad ilimitada.

Al que más conocí fue a Luis Alfredo. Él fue mi antiguo en la Escuela Normal y a todos los patojos meados de doce años que llegamos a la Escuela en 1953, nos cuidaba y orientaba en el Cuarto Dormitorio por nuestra escasa edad y deslumbrados por venir del área rural a la entonces apacible ciudad capital, en donde vendían leche en carruajes y las manadas de cabras circulaban por los barrios al compás del trueno de un acial. Todo lo que dice Max me hace recordar la fraternidad que profesamos con Luis Alfredo y el recuerdo del médico humano, demasiado humano que fue William Lemus. En cuanto a Max Araujo y Araujo, me siento orgulloso que haya sido mi alumno, junto a Salvador Pérez, un bazar de conocimientos, y la inteligente Yolanda Pérez. Max, después de graduarse en Derecho, se dedicó a la cultura y estudiar y crear literatura. No sé, como decía el Seco Paz y Paz, que hay que tener un ganapán y por eso, logrado el grado en las latitudes del derecho, paramos en las humanidades.

Max ha desarrollado una loable labor en la promoción de la cultura y ha inaugurado los estudios del derecho de la cultura. Ahora vive en San José Pinula, con sus libros y sus inquietudes. Al final, nos gusta el discreto encanto de la soledad y eso es lo positivo que le rasguñamos a la pandemia.

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