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Cómo se pierde el poder desde el poder
Aunque se conserve el cargo, gobernar sin poder real es la antesala de un período fallido.
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¿Cómo se pierde el poder estando en el poder? Antes se perdía porque alguien era más fuerte, alguien más tenía las armas o había un punto de quiebre que inevitablemente involucraba la fuerza interna o externa. En la actualidad, donde el poder es delegado, existen límites constitucionales y control ciudadano, la pérdida del poder sucede de otras formas. Hoy, este se desgasta cuando se traicionan principios, cuando se abusa de los recursos públicos, cuando se gobierna a espaldas de la ciudadanía o se es ineficiente. Comprender cómo se diluye el poder incluso desde su ejercicio es importante para explicar la ingobernabilidad que está atravesando Guatemala.
Por un lado, el Presidente, como la figura central del Ejecutivo, ostenta poder político formal y legal, pero nada asegura que esto esté acompañado de poder real (influencia o control). ¿Por qué? En un sistema como el nuestro, la expectativa de liderazgo presidencial es muy alta, a pesar de los límites constitucionales al poder público, la mayoría espera que el Presidente dirija el rumbo del país con determinación. Es decir, con poder. Para que esto suceda, no puede estar en una torre de marfil. Tiene que moverse, y no me refiero a físicamente por el país (lo cual siempre es bueno), pero tiene que navegar astutamente entre diversos actores y decisiones para ser eficiente. Cuando no lo hace, la ingobernabilidad es palpable. Solo miremos la pelea constante entre el Presidente y el Ministerio Público, el mal manejo de crisis, los retrasos en infraestructura, los más de 40 relevos en su gabinete y su incapacidad de ejercer liderazgo.
Lo que terminamos presenciando es que los acuerdos parlamentarios se sostienen más por coyunturas de poder que por verdaderos principios.
Por otro lado, el Congreso atraviesa su propio colapso interno. Esa mayoría legislativa que llevó a Nery Ramos a la presidencia se fracturó hace mucho y la oposición se ha reconfigurado, haciéndole un contrapeso fuerte. Lo que terminamos presenciando es que los acuerdos parlamentarios se sostienen más por coyunturas de poder que por verdaderos principios. Nada nuevo. Sin embargo, esas disputas internas causan un estancamiento. Lo confirma la situación que vivimos sin una agenda legislativa clara, el involucramiento de la CC para reanudar una sesión plenaria y diputados que escuchan solo gritos (o jalones de cabello), pero no a los ciudadanos.
A estas alturas, el poder ya no se cae con golpes militares o revueltas populares (es difícil o raro que suceda), sino que se desgasta, se deslegitima (desde adentro o por fuerzas externas) y se diluye con malas decisiones que afectan a todos los ciudadanos, hayan votado o no por ese gobierno o esos representantes. Aunque se conserve el cargo, gobernar sin poder real es la antesala a un período fallido, lo cual es riesgoso, porque cuando alguien pierde poder, alguien más lo aprovecha o lo gana y no necesariamente para bien. Todo esto nos debería llevar a reflexionar qué tipo de gobernantes sí queremos, bajo qué reglas queremos que jueguen y qué país es el que deseamos. Así, para las próximas elecciones impulsar a los mejores a competir, no a los mediocres (que hay por todos lados y ya se posicionan, así que hay que mantener los ojos bien abiertos), para que podamos escoger alguna propuesta que sea verdaderamente representativa del liderazgo que esperamos. También he de recordarnos que no debemos desistir en reforzar las instituciones republicanas y democráticas del sistema, a pesar de quienes se oponen al cambio para beneficiarse de que todo siga igual. Finalmente, con esos mecanismos, qué queremos hacer para desarrollar este bello país y construir el sueño guatemalteco.