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Honduras vira a la derecha, ¿pero a cuál?
Lo más responsable entre los dos finalistas debería ser respetar los resultados y no adelantarse a cantar victoria hasta que la autoridad electoral los oficialice.
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El peso del súbito aval de Donald Trump a Nasry Asfura, candidato del derechista Partido Nacional, no parece haber logrado el efecto avasallador deseado. Sí, fue derrotado el izquierdismo oficialista, a causa de sus propios incumplimientos, contradicciones e incluso cercanías con otros gobiernos marcados por el mismo signo, que paulatinamente han ido perdiendo elecciones y ganando decepciones en otros países de Latinoamérica. Pero la leve ventaja inicial de centésimas que tenía Asfura sobre Salvador Nasralla, del centroderechista Partido Liberal, se fue diluyendo a cuentagotas o más bien en una lenta cuenta de votos, enrarecida por fallas del “conteo rápido”.
Nasralla, un expresentador de televisión que ha repetido candidatura en tres ocasiones, de discurso populista de derecha, aventajaba ayer por la tarde a Asfura por unos ocho mil 800 votos, cuando se había contabilizado 67% de los sufragios, lo cual deja alguna posibilidad de repunte para el apadrinado por Donald Trump, quien parece haberle dado un espaldarazo y a la vez un jalón hacia atrás al indultar al exmandatario Juan Orlando Hernández, que estaba sentenciado a 45 años de prisión por narcotráfico y que presidió Honduras entre 2014 y 2022, postulado por el mismo Partido Nacional de Asfura, quien trató de cosechar el apoyo a la vez que tomar distancia del exconvicto.
Mientras el conteo avanzaba y se reducía la ventaja asfurista, la Casa Blanca emitió una advertencia en contra de cualquier intento de “alterar” los resultados, pese a que las misiones de observación internacional no han reportado mayores incidentes ni suspicacias. Hasta un expresidente guatemalteco atinó a pergeñar una opinión favorable, aunque a la larga anodina, sobre la normalidad del proceso.
De hecho, no es la primera vez que ocurre un empate técnico en la historia hondureña reciente. En el 2017 también Nasralla estuvo en la recta final, codo a codo, con el entonces presidente Juan Orlando Hernández, quien se postuló a la reelección tras una dudosa reforma constitucional. En aquel proceso electoral, el opositor aventajaba por 5% al mandatario, pero tras un súbito freno en el conteo de votos y cuando aún no se había finalizado el escrutinio, JOH se proclamó ganador. Reclamos, quejas, dudas y un segundo período que terminó en extradición, juicio y condena, hoy condonada.
En el actual escenario es probable que se repitan los reclamos, las quejas, las dudas, la exigencia de recuento. Cabe decir que los comicios hondureños son a una sola vuelta, y a pesar de eso las cifras parecen de un balotaje. Seguramente es el efecto del alto abstencionismo, que al final es la cifra mayoritaria y refleja un amplio descontento con la politiquería de cualquier polaridad, pero cuyo más reciente fiasco a ojos ciudadanos es el gobernante partido Libertad y Refundación (Libre). La presidenciable oficial, Rixi Moncada, tenía hasta ayer un 19% de los sufragios.
Lo más responsable entre los dos finalistas debería ser respetar los resultados y no adelantarse a cantar victoria hasta que la autoridad electoral los oficialice. En el próximo Congreso, el Partido Nacional podría tener la mayoría, por lo cual, de ganar Nasralla, tendría que negociar más que Asfura. A la larga, la prioridad será reducir la brecha de pobreza que agobia a los hondureños y que detonó la migración desde el gobierno de JOH. En todo caso, cabe justipreciar que en Honduras solo hubo cinco partidos en contienda, y no el ridículo tropel de hasta 40 organizaciones que amenazan con atomizar los comicios guatemaltecos del 2027.