La política, las mujeres y los grupos masculinos
La derrota electoral de Kamala Harris en la política estadounidense y el futuro de la presidenta Claudia Sheinbaum en México destacan la frágil posición que las mujeres ocupan en la cúspide política internacional. Desde la perspectiva sociobiológica de Lionel Tiger, antropólogo canadiense-americano, en su obra Men in Groups, este fenómeno tiene un trasfondo más complejo […]
La derrota electoral de Kamala Harris en la política estadounidense y el futuro de la
presidenta Claudia Sheinbaum en México destacan la frágil posición que las mujeres
ocupan en la cúspide política internacional. Desde la perspectiva sociobiológica de
Lionel Tiger, antropólogo canadiense-americano, en su obra Men in Groups, este
fenómeno tiene un trasfondo más complejo que las características personales de cada
una de ellas: habla de una estructura social enraizada en la dinámica de género y las
alianzas masculinas que prevalecen en el sistema de poder.
En su análisis, Tiger presenta la idea de que las sociedades, aunque hayan avanzado en
igualdad de derechos y oportunidades, siguen profundamente organizadas en torno a
grupos de poder masculino. Este “grupo masculino” no se refiere únicamente a la
biología, sino a una serie de alianzas sociales que han sido creadas, dominadas,
aprovechadas y pobladas por hombres durante milenios, conformando sistemas de
privilegios y dinámicas de exclusión que determinan el liderazgo político.
La historia de Kamala Harris como la primera mujer afroamericana y de origen indio en
ocupar la vicepresidencia de Estados Unidos fue aclamada como un hito en la lucha por
la inclusión. Sin embargo, su mandato no estuvo exento de obstáculos, algunos de ellos
exacerbados por el mismo sistema que celebró su llegada al poder. Al haber sido
relegada en varias ocasiones a roles de menor protagonismo en la administración de
Biden, Harris se encontró atrapada en una estructura que, según las teorías de Tiger, le
negaba la pertenencia plena al “grupo interno” de poder.
Por otro lado, Claudia Sheinbaum, presidenta de México, apoyada por el partido
Morena, enfrenta dinámicas similares en un país donde la política ha sido,
históricamente, un club exclusivo de hombres. Si bien Sheinbaum ha contado con el
apoyo del presidente Andrés Manuel López Obrador, su posición no es del todo segura.
Su pertenencia al “grupo” dominante en México depende de un equilibrio de fuerzas
que podría desvanecerse sin el respaldo masculino. La posibilidad de una
“defenestración” política siempre es latente, y se vería influida por la lealtad de los
“grupos” internos que Tiger describe.
Estas situaciones resuenan con el análisis de Men in Groups, en el que Tiger sugiere que
los hombres se han agrupado en torno a identidades de poder que los fortalecen a nivel social y político. En el caso de Harris y Sheinbaum, ambas han desafiado las estructuras de poder masculinas, pero su experiencia demuestra las dificultades inherentes a navegar en sistemas diseñados por y para hombres. Pese a su enfoque democrático, la política sigue siendo un espacio donde las alianzas y las redes masculinas determinan quién tiene influencia y quién se queda al margen.
La desventaja de las mujeres en la política nos explica Tiger se inicia desde la niñez. Los
grupos de poder masculinos comienzan a formarse a través de experiencias sociales
donde los niños aprenden a crear alianzas y jerarquías, cimentadas en actividades como
los deportes competitivos, las pandillas y las dinámicas de juego. Estas actividades no
solo proporcionan entretenimiento, sino también establecen roles y reglas, algunas
explícitas y otras implícitas, que enseñan a los niños sobre la lealtad, la rivalidad y el
liderazgo.
Las pandillas, los equipos deportivos y los propios vestidores, por ejemplo, son espacios
clave donde los varones construyen identidades colectivas, aprendiendo a identificar
«nosotros» contra «ellos». La competencia en los deportes inculca la importancia de los
logros y la habilidad de superar a los adversarios, mientras las reglas y los rituales dentro
de estos grupos enseñan disciplina y establecen normas de conducta. Se dice que el
poderoso imperio británico se basó en lo que los niños y jóvenes ingleses de la élite
aprendieron en las escuelas “publicas” como Eton, Harrow o Rugby.
Los espacios donde se forman estos grupos son el patio de la escuela, el campo de juego
o las zonas de encuentro en el barrio. Estos son los territorios exclusivos donde los
varones aprenden, según reglas formales e informales, a generar alianzas y, a menudo, a
excluir a otros. Tales aprendizajes propios de la infancia y la adolescencia, se trasladan
luego a la adultez, influyendo en el comportamiento en los entornos de trabajo y la
política, donde las redes masculinas de poder tienden a perpetuar los mismos códigos
de lealtad y exclusión establecidos en la juventud.
Esta dinámica plantea una pregunta más amplia sobre el lugar de las mujeres en los
sistemas de poder formados históricamente por hombres: ¿es suficiente tener a una
mujer en una posición alta si los mecanismos de su influencia están bajo constante
vigilancia y pueden retirarse en cualquier momento? Tiger argumenta que, en muchos
contextos, los grupos masculinos ven la presencia femenina en sus estructuras de poder
como una anomalía que debe corregirse o una amenaza que necesita ser contenida, en
lugar de un cambio permanente.
Es importante aclarar que ni Harris ni Sheinbaum enfrentan necesariamente oposición
exclusivamente por su género. Sin embargo, cuando se observan estos casos a la luz de
Men in Groups, surge una reflexión sobre cómo las mujeres deben aprender a jugar
según reglas preestablecidas, al intentar invadir espacios sumamente excluyentes
debido al sexo, y que, a pesar de los avances sociales, siguen siendo vulnerables a ser
excluidas de estos grupos dominantes en cuanto las circunstancias políticas cambian.
Los efectos de esta dinámica pueden ser vistos más allá de la política: las mujeres en
espacios de liderazgo empresarial, académico y cultural tienen que afrontar el mismo
escrutinio y las mismas limitaciones derivadas de alianzas masculinas que, aunque
implícitas, actúan como filtros de pertenencia. La solución no es sencilla, pero el reto
comienza con reconocer que el camino hacia una verdadera inclusión implica también,
una transformación de los grupos y sus estructuras de poder.
La experiencia de Harris y el futuro de Sheinbaum revelan una paradoja fundamental de
nuestra época: si bien se ha avanzado en la representación femenina, esta inclusión
sigue siendo frágil, formal y condicional, enraizada en un sistema de alianzas y
privilegios masculinos que no han cambiado en su esencia. Los liderazgos femeninos no
solo deben ser celebrados como éxitos, sino también sostenidos con estructuras de
apoyo que puedan romper, o al menos desafiar, los sistemas de poder político
tradicionalmente masculinos que Lionel Tiger ha descrito con tanta claridad en su obra.