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El caso Kirk y el mensaje de Dostoievski
Los algoritmos de las redes se han encargado de llenar las cabezas con mensajes de odio, violencia y venganza.
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La sociedad estadounidense asistió con gran estupor a la noticia de que un importante orador de temas sociales, Charles Kirk, había recibido un disparo en el cuello, en pleno evento público. No se trataba de un presentador rutinario. Era nada menos que una de las voces conservadoras más escuchadas del país y que tenía una relación de amistad con el presidente de los Estados Unidos, a quien apoyó abiertamente en la campaña electoral.
Los algoritmos de las redes se han encargado de llenar las cabezas con mensajes de odio, violencia y venganza.
Del estupor se pasó pronto a la polémica. Las reacciones desde distintas esquinas no se hicieron esperar, incluyendo algunas que dejaban sugerir que el presentador se había merecido su destino. Todos estos son síntomas muy preocupantes del estado de salud de una sociedad. Primero, el que se haya recurrido a la vieja e infame práctica de eliminar objetivos políticos y sociales simplemente por sus ideas, utilizando para mayor impacto una locación pública, un arma de largo alcance y un evento con una audiencia importante. Algo similar a lo sucedido con Kennedy o Martin Luther King en los años 60 o lo acaecido con el mismo Trump en plena campaña. Pero agrava más el hecho de que fue cometido en un campus universitario y que el responsable haya sido un joven cuyas credenciales estudiantiles no dejaban entrever un comportamiento así.
Es allí donde la literatura universal ofrece explicaciones que a veces la ciencia política tarda en ofrecer. Dostoievski, hace más de 150 años escribió un libro profético, Los demonios. Esta novela, que anticipó la tragedia de las grandes dictaduras del siglo XX, también es capaz de ofrecernos una lectura muy contemporánea. Se trata de recordarnos cuando en una sociedad una generación de jóvenes exaltados y radicalizados pretenden cambiar el mundo a base de violencia. Todos los personajes que desfilan por la novela son precisamente jóvenes educados y bien relacionados, pero con una mente intoxicada por las teorías de la destrucción. Si cambiamos fechas, lugares y circunstancias, podemos ver atisbos de lo que nos sucede hoy en la sociedad.
Tenemos un reto muy grande en identificar cuáles son las claves con las que se están formando nuestros jóvenes. El gobernador de Utah expresaba con gran dramatismo su pedido porque los jóvenes se desconecten de las redes, donde los algoritmos se han encargado de llenar las cabezas con mensajes de odio, violencia y venganza. Sin embargo, hay también un tema más importante. Cuáles son los mensajes que los educadores de nuestros hijos les están impartiendo a ellos. Porque mucho de esta carga negativa ocurre en las aulas académicas, muy por debajo de la atención de los padres. Y quizá más elemental e importante aún, la educación que se imparte en familia, de donde se originan los valores fundacionales de una trayectoria personal. Nada ocurre por casualidad.
Este crimen puede generar una espiral de violencia indetenible. La misión de destruir una voz no solo genera más violencia, sino tiene también un efecto contrario al esperado. Ya lo decía Santo Domingo de Silos al rey castellano que había ordenado su ejecución: “Podéis quitarme la vida, pero más no podéis”. Esa frase significa que la trayectoria de vida, la fuerza de las ideas y el testimonio del martirio pueden ser en ocasiones más poderosos que la voz trágicamente apagada de un individuo.
¿Cómo impedir que una generación como la que prefiguraba Dostoievski en su novela continúe su camino de terror y muerte? Rescatar el diálogo como instrumento político para intercambiar ideas, ventilar las diferencias y construir puentes.