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Rodolfo ‘Chofo’ Espinosa regresa con Bajo el sol de septiembre, una mirada al 14 de septiembre desde el cine guatemalteco
El cineasta, productor y artista habla de sus procesos creativos y de su última película, inspirada en un 14 de septiembre.
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Bajo el sol de septiembre, de Rodolfo —Chofo— Espinosa (1981), es una comedia dramática guatemalteca que retrata estas celebraciones desde una historia de amor y conflictos inesperados. El preestreno se realizó el 24 de agosto, en Quetzaltenango, y recibió una ola de comentarios positivos y estuvo un par de semanas en cartelera. Ahora se espera que llegue a plataformas digitales.
La película fue filmada en el 2024 en Quetzaltenango, por lo que también tiene un aspecto documental. Narra la travesía de Abel (Gaspar Juárez), un analista de datos que regresa a su ciudad natal con la ilusión de presentar a su novia, Meryem (Joss Porras), a su familia. Sin embargo, la mañana del 14 de septiembre, Meryem desaparece tras buscar al célebre director de cine Rodolfo Espinosa, conocido como Chofo, a quien admira profundamente. Lo que empieza como una búsqueda desesperada se transforma en una exploración de poder, arte y libertad emocional, cuando Meryem queda atrapada en el mundo obsesivo del director, que insiste en convertirla en su nueva musa.
En esta entrevista, el cineasta habla más de esta cinta y de los procesos creativos a los que se enfrenta.
¿Cuál es el origen de esta película?
El casting empezó a finales del 2023, aunque todavía no tenía clara la historia que quería contar.
En noviembre o diciembre surgió la idea de hacer una película sobre el 14 de septiembre.
Con el avance del trabajo, la trama se fue puliendo. Me inspiré en parte en mi vida, en cosas con las que podía relacionarme. Debía haber marchas, aparecer la feria, una historia de amor y la ciudad altense vista desde los ojos de alguien que no vive ahí. Algunas personas me dieron ideas para construir esta historia. En redes sociales también recibí sugerencias de personas que compartieron anécdotas de un 14 de septiembre. No se trata solo de la actuación, sino del aporte de todos: sonido, fotografía, coreografías, extras, música, diseño sonoro, color.
Todo ese trabajo posterior terminó dándole más forma a lo que apenas se imaginaba. A todos nos sorprendió ver cómo el esfuerzo colectivo superó las expectativas. La música original de la película también está disponible en Spotify, con el talento de Isaac Hernández Campos, compositor, productor musical y posproductor de sonido, con experiencia en la creación o asistencia en bandas sonoras para diversos medios multimedia.
¿Cuándo se dio cuenta de que el cine sería un camino a seguir?
No fue algo que yo supiera que quería. Todo se fue dando. En muchos colegios me considerarían hoy con problemas de atención e hiperactividad o una neurodivergencia. En ese entonces, en Guatemala no se conocía de esos términos y simplemente me veían como un niño desadaptado, malcriado, que necesitaba disciplina.
No encajaba en ningún lado. La creatividad se volvió mi refugio: dibujar, hacer esculturas, escribir cuentos, imaginar juegos. Mi mejor amiga en la infancia fue mi hermana menor, nacida cuando yo tenía 5 años. Yo la cuidaba, y compartíamos todo. Inventábamos historias, como jugar a Tarzán; ella era Tarzán y yo le armaba toda la trama. Creo que ahí nació mi inquietud por crear historias y dirigir.
Mi papá, aunque era artista y cinéfilo, quería que sus hijos tuvieran una carrera segura. El arte quedaba en segundo plano. Pero yo siempre preferí lo artístico.
De niño me fascinaba ver diapositivas en el proyector de mi papá, desde diagramas de ingeniería hasta fotos de la Nasa. Después encontré un proyector de Súper 8, y organizaba funciones en mi cuarto. Vendía boletitos de papel a mis primos y proyectaba desde cintas familiares hasta cortos de Disney o el Apolo 11. La magia estaba en la experiencia.
También escribía cuentos y los narraba a mis primos como si fueran funciones de cine, con voces y efectos de sonido. Más adelante, grababa esas historias en casetes y les ponía música de fondo para crear momentos dramáticos. Ya en el colegio, un trabajo en inglés sobre el tabaco me permitió filmar con una cámara prestada. Lo disfruté tanto que descubrí que quería seguir por ahí.

¿Cómo logra su primera película?
La hice a los 28 años. Ya llevaba ocho años en el audiovisual y más de 30 cortometrajes sin presupuesto, solo con amigos. En un taller en Xela escribí un guion para que los estudiantes lo usaran de práctica. Ellos lograron hacer su propio corto y el mío quedó guardado. El organizador lo leyó y me propuso filmarlo, porque era factible.
Cuando llegó el momento, yo no quería hacer un cortometraje sencillo. Lo convertí en largometraje, con personajes más profundos. Así nació Aquí me quedo. Todo fue con equipo prestado y gente trabajando gratis. Por eso nunca supe cuánto costó. Se estrenó en el 2010. Nunca imaginé que iba a ser un referente del cine guatemalteco, para bien o para mal.
¿Cuánto ha impactado en su vida?
He aprendido que las películas son inmortales; uno se muere, pero ellas no. Aquí me quedo maduró con los años y se convirtió en referencia. Paul, mi siguiente película, también ha sido abrazada por muchos, sobre todo por quienes se identifican con la Universidad de San Carlos. Pero también hubo pérdidas.
Muchos amigos cineastas me decían que ni mostrara la película, que quitara escenas. La escena que más me pedían quitar —la explicación de la muerte de Tecún Umán— fue la que más gustó. Algunos quizá estaban equivocados; otros, tal vez no querían que yo brillara. Creo que era parte de la competencia y de la falta de tradición cinematográfica en Guatemala.
Al final, mi público se convirtió en mi mejor amigo, como mi hermana en la infancia. A ellos les quiero entregar historias y entretenerlos. Eso me motiva a seguir. Además, entre Aquí me quedo y Paul nació mi primera hija, lo que hizo del cine también una necesidad de vida.
Usted mencionaba que sus películas recogen historias que la gente le comparte. ¿Cómo ha sido esa experiencia?
Las redes sociales cambiaron todo. Para mí no son vitrina de vida personal, sino una herramienta de trabajo y un canal directo con la audiencia. Yo comparto mis defectos, fracasos y retos, y eso genera identificación. La gente se abre, me cuenta sus historias y, muchas veces, esas experiencias terminan inspirando mis películas. No es solo que ellos se conecten con mis historias, sino que yo me conecto con las suyas.
¿A qué se dedica entre películas?
Depende del proyecto y de la fase en la que esté. Siempre estoy desarrollando algo: una película propia o colaborando con alguien más. También me gusta enseñar, por eso organizo talleres, doy clases particulares, grupales y en la universidad. Durante la pandemia logré completar la licenciatura en cine y televisión y, desde entonces, doy clases en la universidad. En lo personal, me gusta levantarme temprano para escribir o ver cine.
Hay fases tranquilas, cuando el proceso es rutinario, y puedo relajarme. Pero en otras, como los estrenos, todo se vuelve intenso. Me enfoco únicamente en la película: cumplir plazos de subtítulos, entregas y compromisos. Eso exige sacrificios, incluso en mis relaciones personales. Aparte del cine, me gusta esculpir, dibujar, experimentar con pintura y música. Siempre estoy probando cosas creativas.
¿Qué piensa de las nuevas generaciones de cineastas en Guatemala?
Siempre ha habido personas con ganas de hacer algo diferente sin saber por dónde empezar, y más en un país que no fomenta las artes. Lo común sigue siendo sobrevivir con monocultivo o migrar. Pero el arte no se ve como motor del país. La diferencia que noto con mi generación es que nosotros aprendimos a hacer cine sin tener nada; sin cámaras, sin programas de edición, sin actores profesionales, sin dinero.
Esa necesidad nos obligó a ser creativos. Yo aprendí trapeando estudios, cambiando focos, pintando paredes, haciendo café. Hoy los jóvenes tienen todas las herramientas en un teléfono: cámara, sonido, edición, tutoriales en YouTube, software gratuito. Todo lo que yo tuve que descubrir a golpes ahora está disponible. Eso puede ser una ventaja, pero también un problema; cuando no hay necesidad, la creatividad no se ejercita igual.
¿Cómo ve la situación del cine guatemalteco?
El modelo actual no ayuda a las películas independientes. Un cine se queda con casi el 70% de la taquilla y la distribuidora con un 25% al 30% restante. Para producciones de Hollywood con millones detrás puede funcionar, pero no para películas nacionales hechas con sacrificio y presupuestos mínimos.
Lo positivo es que Bajo el sol de septiembre logró extenderse más de una semana gracias al público. Eso demuestra que la gente quiere ver cine guatemalteco. Aunque hoy muchos prefieren ver películas en casa, la experiencia grupal del cine es única: reírse juntos, emocionarse juntos, comentar lo que pasa. Esa cohesión solo se da en una sala, y con esta película lo conseguimos.
Recorrido de Chofo Espinosa
Entre los largometrajes de Chofo Espinosa están Bajo el sol de septiembre (2025); Making of (2022); Cargam (2022); Hostal Don Tulio (2018); Otros 4 Litros (2016); Pol (2014) y Aquí Me Quedo (2010). Ha estado en múltiples proyectos de cortometrajes y también ha participado como actor.
En su preparación académica cuenta con una licenciatura en Cine y Televisión, Universidad Da Vinci y es técnico en Realización Cinematográfica, por la Universidad Galileo. Estudió Cinematografía Digital, en New York Film Academy; producción de Video, en el Community College de Filadelfia 2003; Artes dramáticas, en Escuela Nacional de Artes Dramáticas, y Artes Plásticas e Historia del Arte, en la Universidad de San Carlos.